El vacío del espacio vibraba con la furia contenida de las flotas de la Dinastía del Caos Ardiente. Al cruzar el umbral de salto hacia el sistema Krassius, una atmósfera de anticipación se extendía por las naves. Los cañones de la Devastatrix ya estaban cargados, listos para reducir a polvo las defensas planetarias que, aunque imponentes, no serían rival para la abrumadora fuerza de los ejércitos de Rivon y Sera.
En la superficie de Krassius I, la fortaleza planetaria más grande aguardaba el ataque, rodeada de miles de soldados que sabían que su destino ya estaba escrito en sangre. Pero no había lugar para la esperanza en un mundo que estaba a punto de ser devorado por el caos.
Cuando las naves irrumpieron en la atmósfera, las sombras de las tropas de Rivon oscurecieron el cielo. Los Hijos del Caos Lascivo, con sus armaduras negras, descendieron como una tormenta de muerte, seguidos por las tropas de choque. Los Evangelistas del Caos ya habían infiltrado las mentes de los líderes planetarios, sembrando dudas, traiciones y miedo.
La primera oleada de disparos sacudió el suelo de Krassius I, destrozando las líneas defensivas como si fueran de papel. Las torres de defensa se derrumbaron en una tormenta de escombros y sangre, mientras los gritos de los soldados que aún intentaban resistir se ahogaban bajo el rugido ensordecedor de los cañones de la Devastatrix.
Rivon descendió del cielo como un dios furioso, aterrizando en el epicentro del campo de batalla. Su imponente figura, cubierta por su armadura oscura y marcada con los símbolos del deseo y la destrucción, avanzaba entre los cuerpos destrozados. Sus pasos resonaban en la tierra ensangrentada, su Bolter rugía en sus manos, arrasando con las filas enemigas sin piedad.
Sera estaba a su lado, su Bolter escupiendo fuego mientras atravesaba las defensas enemigas con una ferocidad sin igual. Sus movimientos eran fluidos, letales, decapitando a sus oponentes con una precisión brutal. La sangre salpicaba su armadura oscura mientras ella arrancaba la vida de sus enemigos, sus ojos fríos y calculadores.
Rivon se movía entre las hordas de soldados enemigos, y con cada gota de sangre que derramaba, su poder crecía. Sus instintos más primitivos comenzaban a despertar. La sangre que cubría sus manos y el aroma de la muerte que impregnaba el aire desataban en él un frenesí imparable. Con cada cuerpo que destrozaba, sentía cómo una oleada de lujuria lo consumía. Su control sobre sus deseos se desvanecía en la orgía de violencia.
Tomó a uno de los soldados por el cuello, levantándolo sin esfuerzo mientras aplastaba su cráneo con una facilidad monstruosa. La sangre caliente bañó sus manos, y sus ojos ardieron de deseo. Rivon, impulsado por el caos que había creado, lanzó un rugido que resonó en todo el campo de batalla. Su frenesí sexual se entrelazaba con su sed de sangre, y a cada instante, su poder sobre el Núcleo del Deseo se manifestaba de manera más feroz. Las tropas caían a sus pies, pero la verdadera víctima era su propia humanidad, consumida por el éxtasis sangriento.
Sera, quien conocía bien esa transformación en su hermano, no se detuvo. Sabía que Rivon solo se volvía más fuerte con cada enemigo caído. Con un movimiento rápido, decapitó a un líder de las tropas locales, cuya cabeza rodó por el suelo ensangrentado mientras su cuerpo caía sin vida.
La masacre continuó. Cuerpos destrozados por las armas pesadas cubrían el campo de batalla, y el suelo se había transformado en un río de sangre. Los gritos de los soldados moribundos se mezclaban con el estruendo de las explosiones. La Devastatrix continuaba disparando, destruyendo los bastiones de resistencia que aún intentaban sobrevivir. Las tropas que intentaban rendirse eran mutiladas sin piedad. Nadie sería perdonado.
Rivon, ahora completamente sumido en el frenesí, se encontraba rodeado de cuerpos. Con una mirada oscura, atrajo hacia él a una de las pocas mujeres prisioneras que había sobrevivido a la masacre. Su rostro estaba marcado por el miedo, pero no podía apartarse de la atracción que emanaba de Rivon. Él la tomó con una fuerza abrumadora, sus deseos oscuros fusionándose con el caos del campo de batalla.
Sera, sin apartar su mirada del horizonte, continuó su matanza sin interrupciones. Los últimos defensores de Krassius I intentaron una retirada desesperada, pero era inútil. La masacre se extendía como un fuego imparable.
Cada centímetro del planeta sería cubierto por el caos y el deseo, y no habría escapatoria.
El campo de batalla era un paisaje desolado, marcado por la devastación total. Los cuerpos de los caídos yacían esparcidos, ensangrentados y desmembrados, mientras la tierra misma parecía sangrar junto a ellos. Las legiones de Rivon y Sera marchaban por el terreno destrozado, sus pasos resonando con la frialdad de la victoria asegurada. El caos y la masacre habían dejado una cicatriz indeleble en Krassius I.
Rivon, cubierto aún en la sangre de los rebeldes humanos que habían osado resistirse, caminaba entre las ruinas con una calma inquietante. Su armadura, oscura y reluciente, goteaba con la sangre de los cuerpos que había mutilado. Su rostro estaba marcado por una mezcla de placer y crueldad. El deseo que lo consumía se intensificaba con cada batalla, y su lujuria desatada por la masacre solo aumentaba a medida que su poder se volvía más salvaje.
— Tomadlos a todos —ordenó con una voz implacable—. No dejéis que ninguno escape. Los más fuertes serán moldeados para la guerra, los débiles para el trabajo forzado. Todos servirán a la Dinastía del Caos Ardiente.
Los soldados, eficientes y sin piedad, comenzaron la recolección de los sobrevivientes. Hombres, mujeres y niños eran separados por la fuerza. Los más robustos eran encadenados, preparados para ser llevados a los campos de entrenamiento donde serían transformados en soldados de la Dinastía, mientras que los débiles eran arrastrados hacia las naves de transporte para su inevitable esclavización.
Sera, caminando junto a Rivon, observaba con una mirada fría pero satisfecha. Su propia armadura estaba manchada de sangre, pero sus ojos estaban puestos en el futuro. Para ella, esta era solo una fase más en la expansión del imperio. Su espada, aún cálida por la sangre derramada, colgaba a su lado, mientras las tropas se encargaban de someter a los prisioneros.
— Hemos roto su voluntad —dijo Sera, con una sonrisa oscura en los labios—. No necesitarán más que un breve entrenamiento para ser útiles. Los más fuertes nos jurarán lealtad o morirán intentándolo.
Rivon se detuvo un momento, observando a un grupo de prisioneros encadenados que intentaban resistirse. Con un simple gesto, dos soldados avanzaron, golpeando brutalmente a los insubordinados hasta que cayeron al suelo, ensangrentados y rotos. La crueldad de Rivon se reflejaba en cada aspecto de su imperio, y ahora, esos esclavos lo sabían de primera mano.
Las naves de recolección se encontraban en proceso de cargar a los prisioneros, llevándolos hacia Luxaeron Primus, donde serían forjados en las entrañas del Núcleo del Deseo. Mientras los sobrevivientes eran alineados, algunos intentaban mirar a Rivon y Sera con desafío, pero la mayoría no tenía más que miedo y resignación.
— Los traidores aprenderán su lugar —murmuró Rivon, acercándose a una de las prisioneras que osó levantar la mirada hacia él. Con un movimiento rápido, la tomó por el cuello, levantándola con facilidad. La sensación de dominio lo embriagaba, mientras la prisionera jadeaba, apenas consciente de su destino.
— Te serviremos… —susurró ella, con el temor clavado en cada palabra.
Rivon sonrió, arrojándola al suelo con desdén, y la mujer cayó entre los demás, rota pero aún viva. Sabía que sus cuerpos serían útiles, pero lo que realmente le importaba era la sumisión total que lograrían en el proceso.
Las naves de transporte comenzaron a ascender, dejando el campo de batalla con su macabra carga de cuerpos rotos y vidas sometidas. Los cañones de energía aún humeaban en la distancia, testigos silenciosos de la masacre que acababa de ocurrir. En lo alto, las estrellas parecían apagadas, como si hasta el mismo universo se estremeciera ante el poder que Rivon y Sera ahora poseían.
— Este es solo el comienzo —murmuró Sera, observando las naves desaparecer en el horizonte—. Los esclavos que tomemos hoy serán la base de algo mucho mayor. La galaxia entera arderá bajo nuestro estandarte.
Rivon asintió, satisfecho con la devastación que había causado. Con cada batalla, su poder crecía, y con él, su deseo insaciable de dominar a todos los que se le oponían. Los esclavos serían moldeados, y Krassius I sería solo un recuerdo en su camino hacia la supremacía.
Ambos líderes, de pie entre las ruinas, contemplaron su trabajo, conscientes de que lo que acababan de lograr en ese planeta sería solo una sombra de lo que estaba por venir.
El caos ardiente había llegado, y no había vuelta atrás.