—Ethan tiene razón.- dijo Brock con seriedad.
—Sabemos que Proctor es muy precavido. ¿Crees que simplemente se presentará en esa fábrica sin más?
—Entonces, ¿pedimos una orden de registro? —preguntó Emmett, cerrando el puño con fuerza, su rostro reflejando la frustración acumulada—Es hora de darle un buen golpe.
—Eso no será suficiente aunque logremos cerrar el lugar. Proctor encontrará otro lugar para reiniciar sus operaciones.. —comentó Brock, acomodándose y recostándose con desdén—
Hood golpeó la mesa, frustrado. Sharp y Proctor no habían tenido contacto entre ellos, y la fábrica, al igual que el terreno en el que se ubicaba, operaba a través de empresas fantasmas, no había nada que conectara a Kai Proctor.
Reflexionó por un momento, desgarró lentamente la información que tenía en la mano y dijo:
—No podemos apresurarnos a pedir una orden de registro —dijo Brock, su mirada fija en Hood— Una simple confesión de un ex-convicto no es suficiente para que un Juez nos otorgue esa orden.
—Hagámoslo —dijo Hood, su voz firme—. Necesitamos pruebas contundentes, así que montaremos una vigilancia sobre la fábrica. Vamos a construir un caso sólido que vincule a Proctor. Si cerramos ese lugar ahora, podríamos perder cualquier rastro de su operación. No sabemos si tendremos otra oportunidad. Como dijo Brock, esto es una guerra, no una batalla. Si seguimos en esta dirección, tarde o temprano lo derribaremos..
Tras decir esto, Hood sacó su billetera, tomó un billete y se lo entregó a Brock:
—Es todo por ahora asi que porque no pedimos algo para almorzar. Yo invito esta vez.- exclamo, mientras, Brock tomó el dinero y salió de la oficina. Emmett se disponía a seguirlo, pero Hood lo detuvo.
Emmett, confundido, lo miró.
—Sheriff, ¿hay algo más?
Hood se puso de pie, serio:
—Con respecto a lo que pasó ayer, debería disculparme contigo con los Nazis. No debí usar a los miembros de tu familia como provocación. Lo siento.
Emmett hizo un gesto con la mano y sonrió:
—No importa, no me lo tomé en serio. He visto mucho de eso desde que era niño. Pero ¿Sabes qué es lo que más me alegra?
Al ver que Emmett no le daba importancia al asunto, Hood suspiró aliviado:
—¿Dime?
Emmett le guiñó un ojo:
—Cada vez que pongo sus cabezas contra el suelo, a esos malditos racistas. No hay mejor sensación en el mundo.
Hood sonrió con voz ronca, y Ethan, levantándose también, chocó su puño con Emmett.
—Si, la próxima vez les patearemos la cabeza mas duro..
—Por supuesto.
Emmett vio que Ethan aún tenía trabajo que hacer, así que sonrió y cerró la puerta de la oficina del sheriff.
—Bien ahora que estamos solos, dime la verdad.—dijo Ethan mientras caminaba al otro lado del escritorio, recogiendo los documentos rotos— El Hood que conozco, no esperaría ni un minuto para pedir esa orden de cateo, para acabar con la operación de Proctor.
—Tienes razón —respondió Hood, mirando por la ventana.
Brock había ido al restaurante de Miles a comprar algo, y Emmett estaba sentado en su lugar. Hood abrió el cajón, sacó un papel y se lo entregó a Ethan.
—Esta es la información que recopilé anoche. Échale un vistazo.
Ethan tomó el documento, lleno de información sobre los juicios de Proctor en años anteriores. Hood señaló varios puntos clave y, con una expresión juguetona, dijo:
—Todos los juicios anteriores favorecieron a Proctor.
—Quieres decir que el juez recibió sobornos de parte de Proctor —dijo Ethan, agitando el papel.
Hood asintió levemente:
—Si es que no lo amenazo como lo hizo con los jefes tribales. Si solicitamos una orden de registro, Proctor se va a enterar de inmediato. Y para cuando lleguemos al lugar, el se habrá desecho de todo.
Ethan dobló el papel y se lo devolvió a Hood:
—Entonces, ¿Cuál es el plan?
Hood volvió a guardar el papel en el cajón, se quitó la placa de policía del pecho y la arrojó sobre la mesa. La placa plateada giró varias veces.
—¿Recuerdas el consejo que me diste antes? —dijo, arqueando las cejas con una chispa en los ojos— Que hay más de una forma de lidiar con Proctor. Ya probamos el camino legal, el de la policía. Ahora es mi turno, lo haré a mi manera. Voy a destrozar su operación no sabrá ni que ni quien lo golpeo.
—Bien, cuentas conmigo —asintió Ethan, su expresión endurecida—. Proctor ha actuado con impunidad durante demasiados años, sin enfrentar ninguna consecuencia. Es hora de que pague y de que finalmente vea su suerte.
—Lo sé —respondió Hood, echando un vistazo hacia la puerta de la comisaría justo cuando Brock entraba cargado con un par de bolsas de papel llenas de almuerzo— Pero hablemos de eso después. Si actúo ahora, sería como gritarle a Brock y a todos los demás que fui yo quien lo hizo. No podemos arriesgarnos a eso, dejemos que las cosas se enfríen de momento.
Ethan levantó las comisuras de la boca y tamborileó con los dedos sobre la mesa:
—La paciencia es una virtud.
A la mañana siguiente, el reloj biológico de Ethan lo despertó, como siempre. Se levantó tambaleándose, se dirigió al baño, se cepilló los dientes y se duchó. Al salir, fue directo al guardarropa en busca de su uniforme. Al tocar la tela azul oscuro del uniforme de la policía, un pensamiento lo golpeó: estaba de vacaciones.
En la comisaría, todos se turnaban para tomarse unos días de descanso. Aunque Banshee Town era un pequeño pueblo, el trabajo seguía siendo peligroso y agotador. Sin el descanso adecuado, sería imposible soportar la presión a largo plazo.
Ethan, acostumbrado a trabajar sin tregua, habría seguido sin pausa si se lo permitieran. Pero el reglamento del departamento no lo dejaba. Recordando que no tenía que ir a trabajar, se dio unas palmaditas en la cabeza, soltó un suspiro y, sin pensarlo dos veces, volvió a la cama, dejándose caer pesadamente sobre el colchón.
Menos de un minuto después, fue directo a la cocina, abrió el frigorífico y sacó un cartón de huevos. Vertió aceite en la sartén, y cuando estuvo caliente, rompió seis huevos en ella. Pronto, el líquido de los huevos se solidificó. Satisfecho con el calor, Ethan agarró el mango de la sartén y lanzó los huevos al aire.
El huevo giró en el aire con precisión... solo para aterrizar directamente en el suelo. Ethan suspiró, resignado, y fue por la escoba para limpiar el desastre. "Definitivamente no debería jugar al chef", pensó con frustración. Tal vez el sistema le otorgara algunas habilidades culinarias en su próxima misión. Aunque, claro, ese sistema era un vago. Solo soltaba misiones cuando le daba la gana, y en momentos que él menos esperaba.
Después del desayuno, se dirigió al cuarto de herramientas, vestido con ropa para pescar. Allí, despejó un rincón donde guardaba su equipo de pesca. Con una caña de pescar y la caja de anzuelos que le habia comprado al viejo sam, caminó hacia el pequeño muelle.
Después del desayuno, Ethan se dirigió al cuarto de herramientas, vestido con ropa cómoda para pescar. Con un gesto decidido, despejó un rincón donde guardaba su equipo de pesca. Tomó su caña de pescar y la caja de anzuelos que le había comprado al viejo Sam. Con el equipo listo, caminó hacia el pequeño muelle, el sonido de las olas acariciando suavemente los postes de madera a su paso. El sol comenzaba a elevarse, prometiendo un día perfecto para disfrutar de la tranquilidad del lago.
Mirando hacia arriba, vio que las ramas y hojas se elevaban lejos de él, sin obstrucciones cercanas. Dejó sus cosas en el suelo y corrió de regreso a la casa para traer un pequeño banco. Una brisa ligera sopló mientras se preparaba para su día de pesca.
—A ver qué tal —pensó.
Al cabo de media hora, cuando la caña se movió de forma antinatural y el hilo del carrete comenzó a tirar. Conteniendo la respiración, Ethan tomó la caña con firmeza. De repente, el flotador se hundió rápidamente.
—¡Es el momento! —exclamó.
Rápidamente, tiró de la caña con fuerza. El hilo se tensó y la caña formó un arco. Una enorme fuerza jalaba desde el agua, el hilo silbaba mientras el pez intentaba escapar. Después de una intensa lucha de diez minutos, una trucha de aproximadamente de un poco mas de medio metro de largo salió volando del agua, brillando bajo el sol.
—¡Increíble! —dijo Ethan, con la boca abierta de asombro.
Pero antes de que pudiera hacer algo, la trucha sacudió la cabeza, el anzuelo se soltó y el pez volvió al agua, desapareciendo con un par de golpes de su cola.
—¡Maldita sea! —Ethan golpeó el suelo con frustración mientras el agua le empapaba la ropa.
Decidido a no dejar que eso se repitiera, lanzó el hilo de nuevo al agua. Esta vez, después de una nueva pelea, logró capturar una carpa de lago. No era tan impresionante como la anterior, pero se sintió satisfecho.
—Nada mal —pensó, mientras luchaba por sacar el pez.
—¿Dónde está la red? —se dio una palmada en la pierna al darse cuenta de que la había olvidado.
Pero no quería que el pez se escapara de nuevo, así que, sin pensarlo mucho, golpeo al pez en la cabeza con el bastón retráctil de servicio, ya que no tenia un gancho o un garrote para matarlo, después de ello, la coloco en una hielera con hielo para mantenerla lo mas fresco que pudiera.
El sol ya estaba alto y el calor comenzaba a agobiar. Mientras estaba sentado, sonó su teléfono. Al ver quién llamaba, contestó.
—¿Ethan? —la voz de Job sonó al otro lado— ¿Hood dijo que estás de vacaciones?
—Así es —respondió Ethan.
—Perfecto, voy para allá ahora mismo.
Ethan colgó, extrañado. Pero, después de haber pasado toda la mañana pescando, el descanso le venía bien.
Guardó su equipo y, al regresar a la casa, escuchó el sonido de un auto frenando bruscamente. Job entró, gafas de sol en mano, y sin saludarlo fue directo al refrigerador por una cerveza. Luego se sentó junto a Ethan, colocando su computadora portátil sobre la mesa.
—Mira esto —dijo Job, mientras una imagen de vigilancia aparecía en la pantalla.
En el centro de la imagen se veía a un hombre con una gorra, cubriendo parte de su rostro, y un tatuaje de araña en el cuello.
—¿Olek? —preguntó Ethan, reconociendo al hombre.
—Así es, apareció en una tienda en Harlem. Lo rastreé por dos cuadras más, antes de perderlo—respondió Job.
Ethan se levantó sin dudar.
—Solo déjame preparar mis cosas. —dijo, preparándose para lo que vendría. Ethan fue al guardarropa y guardó dos mudas de ropa en su mochila.
—Muy bien —dijo Job, ya en la sala, terminando la cerveza que tenía en la mano—
Los dos chocaron los puños y salieron de la casa. Ethan lanzó su mochila en el asiento trasero del convertible de Job.
—¿Dónde está Hood? —preguntó Ethan.
—Carrie salió de prisión hoy. Fue a recogerla. Iremos tu y yo a Nueva York pimero, debemos hacer algo de reconocimiento antes. Necesitare alguien que me cuide la espalda. —respondió Job, quien, con el pelo teñido de rosa y un chaleco de rayas horizontales de colores, se puso las gafas de sol y se dirigió hacia el asiento del conductor.
—Yo conduzco. —pidió Ethan.
—Claro que no, no quiero que la policía estatal me detenga y perder el tiempo —añadió, mientras se subía al coche.
Pero Ethan no se movió de su lugar, solo atendió a extender su mano.
—!Jodete¡ —bufó Job, arrojándole las llaves con un gesto de disgusto— Tu pagaras la multa, si nos detienen. Ethan levantó el dedo medio hacia él, se sentó en el asiento del conductor y encendió el motor.
—¿Y Johnny? —preguntó Ethan mientras ajustaba los espejos.
—En Nueva York —respondió Job, levantando el techo del auto.
Ethan asintió, pisó el acelerador y el coche rugió en dirección a la Gran Manzana. Tras dos o tres horas de viaje, llegaron a su destino. Ethan, mientras conducía, no podía evitar pensar en la Dr. Marie. Hace un mes había partido a África, por lo que solo habían charlado ocasionalmente por redes sociales. Por las actualizaciones que ella compartía, le estaba yendo bastante bien.
Siguiendo las indicaciones de Job, estacionaron el coche en el aparcamiento subterráneo de un edificio de apartamentos. Tomaron el ascensor hasta el piso 36. Job abrió la puerta del apartamento, y Ethan se dirigió a la pared de vidrio del salón, desde donde se veía el intenso tráfico.
—Pensé que estabas jugando cuando dijiste que tenías más de una docena de residencias en Nueva York —comentó Ethan, observando la vista.
—Nunca bromeo sobre mi seguridad, cuando Hood salió de prisión el maldito de Rabbit hizo volar mi salon de belleza, desde entonces me muevo de residencia cada pocas semanas.—respondió Job, sacando dos latas de cerveza de la nevera.
Ethan tomó una y, tras beber, preguntó:
—¿Dónde está el arma?
—Sígueme.
Job lo guió hacia una habitación. Allí, abrió un gran armario lleno de prendas exageradas, de colores vivos. Tras apartar la ropa, dejó al descubierto la tabla de madera del fondo. Bajo la mirada curiosa de Ethan, Job presionó el costado del armario, revelando un panel numerico.
Sin evitar que Ethan lo viera, Job ingresó una serie de números. Con un clic, la tabla de madera se levantó, dejando ver lo que había detrás.
—Esto se ve interesante —dijo Ethan, al ver el fondo del armario.
En el compartimento oculto, había cinco o seis armas de fuego, cargadores de repuesto, cajas de balas y un fajo de billetes apilados uno tras otro. Ethan tomó un par de pasaportes que había allí y lo examinó. Las fotos eran claramente de Job y su novio Johnny, aunque los nombres eran diferentes.
—¿Parece que estas listo para huir en cualquier momento? —preguntó Ethan, agitando el pasaporte.
—Por supuesto. Espero que nunca sea necesario —respondió Job, quitándole de las manos los documentos y devolviéndolos al compartimento.
Ethan terminó su cerveza de un trago, aplastó la lata y la lanzó a la basura. Luego, con calma, se puso unos guantes desechables y comenzó a seleccionar su equipo. Tomó una Uzi y una Glock 17. La Glock era su favorita por su manejo sencillo y su precisión, perfecta para cuando la situación requería control.
La Uzi, aunque no era la mejor en términos de precisión, pero ofrecía la potencia de fuego necesaria en caso de que las cosas se complicaran. Además, tenía un efecto disuasorio inmediato y era lo suficientemente compacta para ocultarla bajo su abrigo sin llamar la atención.
De vuelta en el salón, Ethan metió la bolsa bajo el sofá y se sentó encima.
—¿Y ahora qué? —preguntó, mirando el reloj. Eran apenas las cuatro de la tarde.
—Aun es temprano, esperemos que caiga la noche antes de ir por el. Nuestro blanco no se ha movido, llevo monitoreando a Olek desde que salimos de Banshee.—dijo Job, mientras abría su computadora portátil, con un programa de vigilancia en funcionamiento.
Ethan no entendía mucho sobre esas cosas, así que encendió un cigarrillo, se recostó en el sofá y cerró los ojos.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando el sonido de una conversación lo despertó. Al abrir los ojos, vio que el cielo se había oscurecido y que había más gente en el salón.
—Hola, Ethan, mucho tiempo sin verte —dijo una voz familiar.
—¿Johnny? —respondió Ethan, sentándose y saludando al hombre gótico, quien ahora lucía un corte de pelo corto, similar al de Job, pero con el cabello teñido de dorado y con múltiples aretes en las orejas.
—Hood está en problemas y no puede venir, solo seremos nosotros por ahora. —informó Job, mientras colocaba un par de contenedores de cartón sobre la mesa— Johnny nos trajo la cena.
—¿Qué sucedió? —preguntó Ethan, tapándose la boca mientras bostezaba.
—De camino de regreso de la prisión a recoger a Carrie, fueron atacados por un asesino enviado por Rabbit —explicó Job, mientras sacaba una pizza de la caja.
Ethan se rascó la cabeza y revisó su teléfono. Tenía un mensaje de Hood, pero no lo había visto por estar dormido.
—Si te avisó, entonces debe estar bien, ¿verdad? —dijo Ethan, guardando el teléfono.
—Está bien, pero no pudo venir. Por eso Johnny está aquí, el sera nuestro respaldo esta noche. —respondió Job.
Ethan asintió y tomó un trozo de pizza, preguntando:
—¿Crees que encontraremos a Rabbit?
—No tengo muchas expectativas, pero encontrar a Olek ha sido una agradable sorpresa —respondió Job con frialdad— Al menos ahora podré vengar el bombardeo de mi salón.
—Mataremos a ese hijo de puta —dijo Johnny, con ojos feroces.
Cuando llegaron al estacionamiento, Job presionó un botón que activó una ranura secreta en la parte trasera del auto. Ethan, sorprendido por las modificaciones ocultas en el vehículo de Job, sonrió y levantó el pulgar en señal de aprobación antes de saltar al auto, listo para la acción.
Harlem, en el norte de Manhattan, es un lugar lleno de contrastes. Aunque es conocido por su carácter vibrante y diverso, las calles reflejan una realidad más dura, con problemas de criminalidad y tensiones raciales que persisten en la zona.
—Entre las pandillas y traficantes, este lugar se ha vuelto un campo de batalla. Debemos movernos con precaución.—dijo Job, con un tono sombrío mientras observaba las calles—
En los barrios más afectados por la pobreza, las pandillas deambulan por las calles al caer la noche, dominando el paisaje. En medio de este caos, un auto clásico amarillo avanzaba lentamente, deslizándose por las calles vacías.
Ethan observaba a través de la ventana, viendo de vez en cuando a personas sin hogar acurrucadas en la acera, envueltas en cartones para combatir el frío. En esta ciudad, una sola calle podía ser la línea entre el cielo y el infierno.
A diferencia de las zonas más concurridas, aquí la basura se acumulaba en las esquinas. Bajo una farola, una mujer voluptuosa se movía con languidez, agitando su mano y balanceando sus caderas para llamar la atención. Ethan no mostró interés alguno en su figura, con muslos desproporcionadamente grandes y caderas anchas, y rápidamente desvió la mirada.
Algunos autos pasaban de vez en cuando, mientras grupos de hombres se reunían en las esquinas, vigilantes de lo que ocurría a su alrededor.
—Estos tipos son traficantes de drogas —explicó Job mientras señalaba discretamente con la cabeza hacia un grupo en la esquina—. En barrios como este, cada calle tiene dueño. Cada esquina está marcada por pandillas que reclaman su territorio, y no es solo por el dinero o el control, es por poder.
Ethan asintió en silencio mientras observaba cómo un auto se detenía en la esquina frente a ellos. Un joven se acercó rápidamente, intercambió dinero y lanzó una pequeña bolsa dentro del vehículo. El coche arrancó de inmediato, sin perder tiempo.
Job, con un cigarrillo colgando de sus labios, continuó hablando con calma:
—Para la gente común, mientras no salgan del coche en estas zonas, pueden estar relativamente seguros. Estos pandilleros necesitan mantener cierto control en las calles, no pueden permitirse tener a los azules vigilando sus negocios.
El vehículo avanzó lentamente, atravesando una zona marcada por el abandono y la desolación. Pasaron de vez en cuando junto a una cancha de baloncesto, donde un partido seguía en pleno desarrollo, ajeno a los disparos que resonaban a la distancia. Ethan se enderezó en su asiento y se ajustó su chaleco antibalas.
El auto se detuvo frente a un antiguo edificio de apartamentos de cuatro pisos. Johnny salió primero, se dirigió hacia la parte trasera del vehículo, sacó una bolsa que contenía el equipo para el asalto.
Ethan se puso los guantes y abrió la bolsa, sintiendo la familiaridad del equipo en sus manos. Colgó la metralleta Uzi del hombro, ocultándola bajo una amplia chaqueta, y se colocó la Glock 17 en la parte baja de la espalda. Guardó el cargador de repuesto en el bolsillo de su pantalón.
Ajustándose una máscara suave y traslúcida , dirigió su mirada hacia el edificio de apartamentos a su lado. Las paredes exteriores estaban deterioradas, cubiertas de grafitis de pandillas, y las calles estaban desiertas, un silencio ominoso envolvía el lugar.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Ethan, la adrenalina comenzando a pulsirle en las venas—. ¿Vamos a entrar y acabar con todos en este edificio?
—No hay vigilancia en la zona, así que solo podemos entrar y buscar —respondió Job con franqueza—. No debería ser difícil localizar a un ucraniano en Harlem.
Ethan asintió y miró a Johnny.
—¿Estarás bien aquí solo?
Johnny sacó un Colt M1911 de su cintura, el metal brillando tenuemente bajo la luz escasa. Lo sostuvo firmemente en su mano, listo para la acción. Ethan sonrió, sintiendo que la adrenalina comenzaba a recorrer su cuerpo.
Ethan se colocó la máscara, que, desde la distancia, no llamaba la atención, pero de cerca parecía un mosaico inquietante en su rostro. Job lo siguió de cerca, sus pasos firmes y decididos.
Avanzaron rápidamente, se acercaron a la puerta del apartamento y la abrieron con un golpe calculado. Ethan sacó la Glock 17 de su cintura, preparado para lo que pudiera encontrar dentro. El vestíbulo del primer piso estaba en silencio, casi sepulcral.
El mostrador de recepción, una vez ocupado, ahora se había convertido en un depósito de escombros y desechos. A su lado, una escalera amplia se alzaba en espiral, cubierta por la oscuridad.
Sin dudar, Ethan tomó la delantera, comenzando a subir los escalones hacia el segundo piso. Los pasillos se extendían a ambos lados, cada uno adornado con dos puertas en cada lado. Con un gesto firme, Ethan se preparó para abrir la primera puerta, rápidamente ajusto sus emociones, y un brillo mortal relució en sus ojos.
—¡Fyou, btch!—se escuchó desde una puerta a la izquierda.
Un hombre corpulento salió de la habitación maldiciendo.
—¡Ni siquiera sé si este pequeño es mi hijo! —gritó, la frustración y la ira brotando de él—. Tienes medio día para hacer las maletas y salir de aquí.
El hombre se dio la vuelta furioso, pero levantó las manos de inmediato cuando vio la boca del arma apuntando hacia él.
—Oye, no hice nada malo, no quiero que mi hijo pierda a su padre, verdad—dijo con nerviosismo.
Ethan sacudió la cabeza, y el hombre obedientemente sacó la llave, abrió la puerta y entró lentamente. En la habitación, una mujer con un afro y un abrigo rojo estaba sentada, hablando por teléfono.
—Martin, no me creyó, dijo que no cree que sea su hijo. Iré a casa de Joey y lo intentaré más tarde—decía la mujer.
El hombre corpulento, olvidando por completo a Ethan, comenzó a maldecir con entusiasmo. La mujer, sorprendida, rápidamente colgó el teléfono.
—Eh lo siento, no quiera hacerte enojar.—dijo la mujer, pero al ver a Ethan su expresión cambió por completo.
—Si gritas, te meto una bala en la boca—dijo Job, apareciendo detrás de Ethan.
La mujer cerró la boca de inmediato, levantando las manos en señal de rendición, sus ojos reflejando el miedo. Job, con el arma firmemente apuntada hacia ella, la miró con desconfianza mientras Ethan se acercaba para interrogarla.
in previo aviso, un grupo irrumpió en la habitación, empujando a la pareja hacia adentro. La puerta se cerró tras ellos con un golpe seco. Con un movimiento ágil, Ethan lo hizo caer al suelo y, utilizando una brida de plástico amarilla, ató sus manos a la espalda.
—¿Hay algún ucraniano viviendo en este edificio?—preguntó Ethan.
El hombre corpulento respiró aliviado, no venían por el y respondió:
—Si hay un par de tipos en el edificio.
—¿Te refieres a que hay más de uno?
—Sí—dijo la mujer rápidamente— Son cuatro tipos blancos, viven en el cuarto piso, en el 4-C, al final del pasillo.—añadió el hombre.
—Dime, ¿está este sujeto entre ellos? —preguntó Job, sosteniendo una foto en su teléfono frente a la chica. Ella miró detenidamente la imagen, sus ojos recorriendo el rostro del hombre, y finalmente asintió con la cabeza, confirmando que uno de ellos era Olek, su objetivo.