Ethan se giro para verlos una ultima vez, se levantó la chaqueta dejando al descubierto la Uzi que llevaba debajo, dándole unos golpecitos con la palma de su mano.
—Si son inteligentes, se quedaran aquí en silencio mientras terminamos lo que vinimos a hacer les parece..
Al notar la Uzi colgando del hombro de Ethan, la mujer sintió un miedo intenso recorrerle el cuerpo. El hombre afroamericano, que había crecido toda su vida en el gueto, no se sorprendió demasiado, pero su instinto le advertía que el tipo blanco frente a él no estaba jugando. Con un gesto firme, asintió, mientras su cabello afro vibraba ligeramente con el movimiento.
Ethan se acercó, tomó cinta gris, tomo un par de trozos para sellarles la boca del hombre y la mujer, asegurándose de que no pudiera hablar. Luego, él y Job salieron con cautela. Una vez que confirmaron la ubicación exacta, subieron directamente al cuarto piso por las escaleras.
El eco de risas y pasos resonaba a su alrededor.
Ethan alzó la mirada, sus ojos fríos y calculadores. Un ucraniano con un cigarrillo colgando de los labios y una mujer negra, vestida de manera provocativa, subían las escaleras. El ucraniano soltó una carcajada y le dio una palmada en las nalgas a la mujer, el sonido resonando en el pasillo. Pero en cuanto vieron a las dos figuras enmascaradas, las sonrisas se borraron de sus rostros, y el cigarro cayo al suelo.
Sin dudarlo, Job tomó la delantera, levantó su Colt M1911 y disparó sin previo aviso.
—¡Bang!
La bala atravesó el cráneo del ucraniano, lanzando un fragmento de hueso al aire antes de que su cuerpo cayera como un peso muerto. La mujer, curtida en escenarios como este, reaccionó al instante, agachándose y cubriéndose los oídos con ambas manos.
Ethan no perdió ni un segundo tras el disparo de Job. Se movió con rapidez, y en cuestión de instantes alcanzó la cima de las escaleras. Sin darle importancia a la mujer acurrucada, pasó sobre el cadáver sin titubear, dirigiendo su atención a la puerta cerrada al frente. El bullicio que llenaba el edificio se esfumó, dejando un silencio absoluto, tenso, como la calma antes de una tormenta.
Job llegó junto a Ethan, moviéndose con agilidad.
—Yo te cubro.—murmuró Ethan.
Ambos se prepararon. Ethan deslizó un dedo sobre el selector de su Uzi, ajustándola a ráfaga completa. Con una mirada decidida, dio un paso al frente, metiendo la culata de la metralleta en su cadera. Apuntó directo a la puerta y sin dudar, apretó el gatillo.
—¡Rat-tat-tat-tat!
El rugido de la Uzi resonó con fuerza mientras las balas destrozaban la puerta, haciendo astillas y agujeros en la madera como si fuera cartón. Los casquillos volaban y caían en un concierto metálico sobre el suelo. En cuestión de segundos, las 32 balas se habían agotado. Desde el interior, un ruido sordo, pesado, indicó que algo o alguien había caído.
Job soltó una carcajada mientras, con una precisión letal, recargaba su arma. Con un movimiento ágil, empezó a disparar sin piedad en la habitación, desatando el caos. Las balas volaban en todas direcciones, perforando paredes y muebles.
Cuando el último disparo resonó, una figura se desplomó al suelo con un ruido sordo. Ethan, atento al mínimo detalle, aprovechó el breve silencio para cambiar el cargador de su Uzi con una velocidad impresionante. Esta vez, configuró el arma en modo semiautomático, disparando con precisión calculada dentro de la habitación.
Job, sin perder un segundo, rodó hacia adelante con destreza, acercándose a la puerta con fuerza. De una patada certera, la abrió de golpe y disparó a una figura inmóvil en el suelo. Dos tiros más perforaron el cuerpo, confirmando lo que Job temía: ese no era Olek.
—No está aquí —murmuró Job.
Ambos giraron rápidamente hacia la puerta del otro lado. Job levantó su arma y gritó:
—¡Aléjate!
Ethan se cubrió rápidamente la cabeza justo antes de que Job abriera fuego. La delgada puerta quedó hecha astillas por el impacto de los disparos, pero Ethan, siempre calculador, avanzó con su Glock firme, listo para cualquier amenaza. Entró a la habitación y lo primero que vio fue una figura ensangrentada en el suelo, la alfombra teñida de rojo por la sangre. El lugar estaba extrañamente silencioso, hasta que, de repente, una pistola apareció desde debajo de la cama, disparando al azar.
Ethan, con la precisión que lo caracterizaba, reaccionó al instante. Dos disparos secos y certeros destrozaron la mano que sostenía el arma. Olek, quien se había estado ocultando detrás de la cama, rodó hacia la vista de Ethan, retorciéndose de dolor.
—¡No lo mates! —gritó Job desde la puerta.
Ethan no dijo nada. Bajó su Glock por un momento, pero rápidamente disparó varias veces más, apuntando al brazo de Olek. Las balas perforaron carne y hueso, esparciendo una lluvia de sangre, destruyendo ambos brazos. El grito desgarrador de Olek llenó la habitación mientras se retorcía en el suelo.
—¿Quién demonios son? —gruñó el sujeto, dijo Olek, sus ojos fríos y sin piedad, esperando una respuesta entre los rugidos de dolor.
Ethan y Job no respondieron. Cruzaron la habitación, asegurándose de que no hubiera más amenazas.
—¿Dónde está Rabbit? —preguntó Job, apuntando con su pistola.
Olek, sudando y con los brazos inútiles colgando a sus lados, se burló:
—Cuando el venga a por ti, lo sabrás.
Job avanzó, su expresión se endureció:
—Voy a hacerte desear que acabe con tu vida rápidamente..
Olek, con un fuerte acento, gritó:
—¡Jodete maldito!.
Antes de que Job pudiera reaccionar, Olek, en un último acto de desesperación, se incorporó de golpe. Sin dudarlo, corrió hacia el ventanal junto a él. Con un brutal movimiento, rompió el cristal con la cabeza y se lanzó al vacío Ambos corrieron hacia la ventana y vieron el cuerpo del Ucraniano tendido en el suelo, justo al lado del auto de Job.
Johnny, el conductor de Job, abrió la puerta del auto y corrió hacia el cadáver.
—¡Carajo! —gritó Johnny, mirando hacia arriba.
Job le saludó con una sonrisa, pero entonces su expresión cambió al ver a un grupo de chicos tomando fotos desde el otro lado de la calle.
—¡Joder! —murmuró Ethan.
Los chicos, apenas adolescentes, habían capturado todo en sus teléfonos. Ethan y Job salieron corriendo del edificio, pero Johnny y los chicos ya se habían ido.
Los gritos de Johnny resonaban a lo lejos. Ambos corrieron tras él, doblando una esquina, solo para encontrarse frente a una docena de adolescentes. Todos los chicos los miraban con desafío, dispuestos a cualquier cosa si no cooperaban..
—Mira, hay dos mas con máscaras del otro lado —gritó uno de los hombres negros, parte de una docena de tipos que estaban al otro lado de la calle.
—Me pregunto si tendrán tambien superpoderes.—agregó otro, y varios comenzaron a reír.
Ethan, que prefería evitar problemas, sabía que había muchas pandillas por allí, y más personas podían reunirse a su alrededor en cualquier momento. Sacó un fajo de billetes del bolsillo, lo extendió frente a él y dijo en voz baja:
—Mira, no queremos problemas. Aquí tienes unos miles de dólares por sus teléfonos. Que dicen no es una mala oferta.
El hombre de las rastas miró los billetes con ojos brillantes, pero rápidamente sacó una navaja del bolsillo.
—¿Qué pasa si mejor no te vendemos nada, y nos das el dinero? —dijo, desafiando.
Los otros hombres, al ver la navaja, levantaron sus bates de béisbol y machetes con actitud amenazante.
—Deja el dinero y puedes irte ileso de nuestra calle maldito blanquito de mierda.—dijeron con fiereza.
Ethan, viendo que el dinero no los convencía, decidió tomar otro enfoque. Guardó los billetes a regañadientes, se levantó el abrigo, y sacó una metralleta Uzi, apuntando directamente a la multitud.
Job y Johnny hicieron lo mismo, sacando también sus armas.
—Shet —murmuró uno de los hombres al ver las dos metralletas y la pistola. La mayoría de ellos soltaron lo que llevaban y corrieron, mientras que unos pocos se quedaron, congelados por el miedo.
Ethan sonrió y dio un paso al frente, con la metralleta aún en la mano.
—Ahora porque no entregan sus putos teléfonos y se van a la mierda, antes de que los deje como una coladera. —ordenó en tono amenazante mientras los encaraba de frente.
Los hombres temblorosos obedecieron rápidamente, entregando sus teléfonos. Ethan tomó el teléfono y lo guardó en su bolsillo, listo para irse, pero el hombre de las rastas, intentando salvar su orgullo frente a los demás, preguntó:
—¿y el dinero?
Ethan se detuvo, extendió su mano con rapidez y abofeteó al hombre en la cara, hinchándole la mejilla.
—Piérdanse antes de que los mate imbéciles. —repitió con otra bofetada—
El hombre de las rastas quedó tambaleándose tras las bofetadas. Entonces, Job gritó desde atrás:
—¡Vámonos! —Miró con nerviosismo los edificios alrededor, temiendo que una bala saliera de alguna ventana en cualquier momento.
Los tres corrieron de regreso al estacionamiento, y desde lejos vieron a un anciano negro ignorando el cuerpo que yacía en el suelo. Con una barra de acero en la mano, trataba de abrir la puerta del auto de Job.
—Shet —gruñó Job. Aquel auto era su orgullo, y lo había modificado con mucho esfuerzo. Levantó su pistola y gritó:
—¡Oye, joder, joder!
El anciano levantó la cabeza al oír los gritos y al ver a los hombres, uno de ellos apuntándole con una pistola, dejó caer la barra y salió corriendo a toda velocidad.
Cuando llegaron al auto, Ethan miró a Olek, que yacía no muy lejos con el cuello torcido en un ángulo extraño. Su tatuaje de araña estaba deformado, teñido de rojo por la sangre.
Ethan suspiró. Aunque había esperado resistencia de Olek, no había dudado en tirarse por la ventana, sabiendo que al menos lo había hecho morir con rapidez. Sin embargo, no pudo obtener información sobre el paradero de Rabbit, lo cual lamentaba.
Guardaron sus armas, subieron rápidamente al coche, pero antes de que pudieran alejarse, varios hombres negros corrieron hacia ellos desde la distancia, con pistolas en la mano, rapido resonaron varios disparos.
—¡Bang, bang, bang!
—¡Arranca ya! —gritó Ethan desde el asiento trasero, y Johnny pisó el acelerador, haciendo que los neumáticos chirriaran mientras huían de la escena. De vuelta en su residencia, guardaron las armas y Ethan fue directo al baño para quitarse el olor a pólvora. Su ropa fue arrojada a una cesta, para que Johnny la destruyera más tarde.
Ethan salió del baño envuelto en una toalla, secándose el cabello. Johnny, tumbado en el sofá, soltó un fuerte silbido.
—No estás mal, Ethan —dijo, mirándolo— Aunque no eres tan grande como esos tipos del gimnasio.
Ethan frunció los labios, restándole importancia, y fue al refrigerador por una cerveza.
—Ve a ducharte, y luego buscamos un lugar donde pasar la noche.
Después de cada tiroteo, Ethan se sentía lleno de adrenalina, necesitando un lugar donde liberar su energía.
—No te preocupes, ya lo tengo todo resuelto para esta noche —dijo Job, chasqueando los dedos y levantándose del sofá.
Tras lavarse, los tres subieron al descapotable y, con la brisa nocturna, llegaron a un club de striptease llamado "Silver Dollar Club".
Job salió primero del auto.
—Vamos, te mostrare como es la escena nocturna de Nueva York. —dijo.
Johnny y Job parecían ser clientes habituales del lugar, saludaron a los guardias y entraron sin problemas. Ethan, sin embargo, fue detenido en la puerta para revisar su identificación, lo que provocó risas entre los otros dos.
Una vez dentro, el ambiente era como el de cualquier otro club de striptease, aunque con una pista de baile más grande y más strippers y gigolós. El lugar estaba abarrotado, y el bullicio llenaba el aire, pero llevaron a un area reservada previmamente
El ambiente del club era vibrante, con luces parpadeantes y música pulsante que llenaba el aire. Las camareras iban y venían, sus bandejas rebosantes de billetes y bebidas caras. Ethan observaba la escena con una calma calculada, mientras una camarera dejó frente a ellos tres bandejas llenas de dinero. Sonrió al ver la cantidad y tomó una pila de billetes de entre uno y cinco dólares, jugando con ellos entre sus dedos.
Miró hacia Job con una sonrisa astuta.
—¿Vas a ir a lo grande esta noche, no? —dijo Ethan, su voz cargada de un reto apenas disimulado y diversión.
La camarera, que llevaba la bandeja, le lanzó una mirada agradecida y le sonrió dulcemente, sin dejar de moverse con gracia por el local. Ethan dejó los billetes dentro de su diminuto bikini y se inclinó ligeramente hacia Job.
—No vas a arrepentirte después, ¿cierto? —murmuró Ethan, sus ojos destellando bajo las luces del club.
Job, con un cigarro colgando de sus labios, se encogió de hombros como si fuera lo más trivial del mundo. Dio una profunda calada y, al exhalar el humo, su tono fue despreocupado pero directo.
—El dinero no es lo que cuenta aquí, hermano —dijo, su tono desenfadado, como si el peso de los billetes fuera insignificante—. Si estás en este juego, es para disfrutar el viaje. —Una sonrisa ladeada se formó en su rostro mientras levantaba una ceja con aire conspirador— Como alguien dijo una vez, "En esta ciudad, o eres alguien... o no eres nada."
Ethan sonrió, reconociendo el guiño a una de sus películas favoritas. Ajustó su chaqueta y se recostó en su asiento, relajado pero alerta.
—Bien, pues en ese caso... que comience el espectáculo —respondió Ethan.
Job, sin cambiar su expresión, aplastó el cigarro contra el borde de un cenicero de cristal y lanzó una última advertencia.
—Solo asegúrate de recordar una cosa, chico... —murmuró Job con una voz ronca—. En este juego, las cartas siempre tienen dos caras. Y nadie juega limpio.
Ethan sacudió la cabeza y sonrió. Agarró un grueso fajo de billetes y lo lanzó hacia arriba con fuerza.
Bajo las luces de neón parpadeantes, una lluvia de billetes explotó en el aire, descendiendo en cascada mientras la multitud estallaba en vítores. Las strippers, con sus curvas perfectas y sonrisas coquetas, se acercaron con movimientos seductores, sus ojos fijos en el grupo. Pero Job, siempre el más indiferente, simplemente agitó la mano con un gesto desinteresado.
—Lo siento, pero esta noche busco otra diversión. —dijo Job sin dejar de observar de reojo—
Las chicas, desconcertadas por su rechazo, cambiaron rápidamente de objetivo. Todas se volvieron hacia Ethan, quien, con una sonrisa traviesa, las recibió con los brazos abiertos, disfrutando del momento.
—Vengan, dejen a ese tipo amargado, aquí hay alguien que sabe divertirse —bromeó Ethan, envolviendo a dos de ellas en un abrazo despreocupado antes de empezar a seleccionar.
La música pulsaba en cada rincón del club, y mientras los cuerpos se contoneaban al ritmo de la fiesta, hombres musculosos se levantaron con rapidez, acercándose a Johnny y Job, completando el espectáculo.
—Pasen un buen rato, chicas —dijo Ethan con una carcajada, entregándoles fajos de billetes como si fueran caramelos, antes de servir generosas copas de whisky sobre la mesa.
El club era una explosión de energía. Las luces parpadeaban, los cuerpos se movían al unísono, y la euforia se sentía en el aire. Ethan, ahora rodeado de cuatro de las chicas más hermosas del lugar, reía a carcajadas, levantando su vaso antes de tomar un largo trago.
—¡Por una noche que nadie olvidará! —gritó Ethan, chocando su vaso con las chicas—
De pronto, algo llamó su atención: unos hombres jóvenes, sentados en la barra, parecían estar observándolos con envidia. Especialmente uno, un hombre rubio que llevaba una camisa de golf azul.
—Oye, Ethan —interrumpió Johnny, señalando al hombre— Este es mi primo, Dwight.
—Encantado, soy Ethan —dijo, extendiendo la mano con una sonrisa.
—Hola, soy Dwight Steve —respondió el rubio mientras estrechaba la mano de Ethan con firmeza.
Job, fumando tranquilamente su cigarro, observaba la escena sin mostrar mucho interés. Sin embargo, Johnny insistió:
—Mi primo está estudiando en la universidad estatal y quise traerlo para que se divirtiera un poco.
—Ahora entiendo por qué hay tanto entusiasmo —dijo Ethan, riendo.
Dwight levantó su copa y señaló a otros tres chicos que estaban en la barra.
—Ellos son Eric, Bobby y Mike, vinieron conmigo. ¿Te importa si se unen?
Ethan asintió y levantó su vaso hacia los chicos. Todos parecían nerviosos, pero Dwight les hizo señas para que se acercaran. Los tres se levantaron, sosteniendo sus cervezas con manos temblorosas, y caminaron hacia ellos.
Eric, de aspecto tranquilo, llevaba una camiseta a rayas. Bobby, más pequeño y regordete, tenía una gran sonrisa en su rostro mientras Mike, que vestía una camisa de flores, parecía más reservado.
—Mucho gusto, chicos —saludó Ethan, mientras las strippers comenzaban a acercarse a cada uno de ellos.
Bobby fue el primero en soltarse. Con una carcajada, comenzó a bailar torpemente con la stripper que tenía al lado, mientras el resto de los chicos intentaban mantenerse bajo control.
—Vamos, muchachos, ¡que esto es una fiesta! —gritó Ethan, sirviendo más whisky.
El pequeño grupo bebía y reía sin parar. Dwight se giró hacia Ethan y, señalando su trago, bromeó:
—¿Te crees capaz de beber como alguien de la familia Steve?
Ethan levantó una ceja, divertido.
—Bueno, vamos a ver de qué estás hecho.
Dwight, sonriendo con confianza, bebió de un trago su whisky. Eric, que no estaba tan convencido, levantó su copa con cautela.
—Excepto Eric, claro —bromeó Dwight, dando una palmada a su primo en la espalda.
Johnny intervino rápidamente:
—Oye, Dwight, no presumas demasiado. Ethan no es alguien con quien debas meterte —advirtió, sabiendo que su amigo tenía una resistencia notable al alcohol.
Pero Dwight, sintiéndose desafiado, se arremangó y golpeó la mesa con decisión.
—Nadie en nuestra familia se rinde ante un trago.
Job, observando con una sonrisa maliciosa, pidió más botellas de whisky. La competencia de tragos comenzaba a caldearse, esto solo era para darle una resaca de muerte a Ethan.
Justo en ese momento, se escucharon vítores desde la cabina enfrente de ellos. Ethan miró de reojo y vio cómo una lluvia de billetes caía desde el otro lado de la sala, mientras un grupo de hombres con gafas los miraban provocadoramente.
—Esto se está poniendo interesante —dijo Ethan, con una sonrisa desafiante.
Al mirar la expresión provocativa desde el otro lado, Ethan estuvo confundido por un momento.
—¿Qué está pasando?— pensó. Cuando sales a tomar una copa, te encuentras con un monstruo que te abofetea y ni siquiera lo reconoces.
Si fuera su enemigo, ya habrían sonado disparos.
—Mierda —dijo Dwight, quien estaba sentado a su lado, gritando enojado— ¿Por qué siempre termino encontrándonos con esos bastardos.?
—¿Los conoces? —preguntó Ethan, volviendo la cabeza.
Dwight asintió y respondió:
—Todos estamos en la misma universidad, pero en diferentes fraternidades. Nosotros somos Beta, ellos son GEK, y somos enemigos mortales.
Las fraternidades y hermandades tienen una larga historia en Estados Unidos. La famosa fraternidad DKE de Yale, por ejemplo, ha tenido cinco presidentes, incluido Bush, entre sus miembros. Las conexiones que se forman dentro de estas organizaciones van más allá de la escuela, influyendo en la vida y carrera futura. Incluso en entrevistas de trabajo, pertenecer a la misma fraternidad puede asegurar el puesto.
Para fortalecer los lazos, se organizan fiestas donde el sexo es atractivo para los estudiantes recién graduados. Sin embargo, la entrada a una fraternidad requiere superar pruebas exigentes y una rigurosa evaluación. Aquellos que ingresan desarrollan un fuerte sentido de lealtad y orgullo.
En el club, la tensión con GEK aumentaba. Varios hombres con gafas lanzaban billetes al aire, cubriendo el suelo. Incluso la stripper en brazos de Ethan estaba inquieta. En contraste, Dwight y los suyos apenas habían pedido algunas cervezas.
Ethan bebió un sorbo, ignorando a la stripper que seguía moviéndose en su regazo. Si bien en otras circunstancias hubiera gastado dinero, esta vez no estaba dispuesto a darles más.
—¿Así están las cosas entre fraternidades? —preguntó a Dwight con curiosidad.
Dwight, aún molesto, explicó:
—GEK, la "Hermandad Nerd", ahora se ha convertido en nuestra pesadilla. Para unirse a ellos, necesitas altas puntuaciones en el SAT y un análisis exhaustivo de tu potencial futuro. La mayoría de ellos son hijos de millonarios.
Ethan sonrió:
—Con familias ricas y buenas cabezas, no me sorprende que se conviertan en una amenaza.
Johnny, interviniendo, añadió:
—En mi época, los Beta eran los más populares entre las chicas.
Dwight sacudió la cabeza, frustrado.
—Eso ha cambiado. Ahora, las chicas más guapas se van con esos nerds.
—¿Por qué? —preguntó Johnny, incrédulo.
—Vamos, la universidad no es la escuela secundaria. Estas chicas no son tontas. Si tuvieras la oportunidad, ¿no saldrías con un nerd de familia rica?
Johnny asintió lentamente, comprendiendo.
Mientras tanto, la stripper junto a Ethan, desanimada por su falta de interés, miraba hacia el otro lado. Ethan también perdió interés y decidió simplemente beber con Bobby y los demás. Job, por otro lado, seguía disfrutando con las strippers, hasta que notó que un grupo de la fraternidad GEK se acercaba.
El líder del grupo, un joven rubio y elegante con gafas de montura negra, llevaba dos grandes puñados de billetes.
—Dwight, ¿por qué no sigues lanzando dinero? Si te falta, tengo más para darte —dijo con una mirada provocativa antes de arrojar el dinero sobre la mesa de Ethan. La lluvia de billetes hizo reír a los hombres que lo rodeaban.
Dwight, furioso, se levantó de un salto.
—¡Fakeyu, Edgar! ¡Aléjate de mi camino!
Bobby, Eric y Mike también se levantaron, empujando a los nerds. El conflicto estaba a punto de estallar cuando los guardias del club intervinieron para separarlos.
Ethan, sin alterarse, se quitó los billetes de encima y tomó otro sorbo de su copa. Job, algo aburrido, se sentó junto a él y le susurró:
—¿Vas a hacer algo?
—Olvídalo, son solo estudiantes, déjalos que lo resuelvan solos.—respondió Ethan.
Job se encogió de hombros y volvió a su lugar, dejando que el personal del club calmara la situación. Johnny también se limitó a observar con una mirada cansada. Una vez que el personal de seguridad dispersó a los miembros de ambas fraternidades, Dwight y su grupo regresaron al sofá.
—¿Quién era ese tipo? —preguntó Ethan, señalando al hombre que había provocado el conflicto.
—Ese era Edgar, el líder de la Hermandad Nerd —respondió Dwight, apretando los dientes—.
Bobby, tras un largo trago de whisky, se dio una palmada en el muslo.
—¿Recuerdas nuestra última misión? —preguntó.
—¿Qué misión? —inquirió Eric, confuso.
—La de robar algo valioso de la Hermandad Nerd, justo antes de que nos admitieran en Beta —aclaró Mike.
Bobby, mirando a Edgar con ojos entrecerrados, murmuró:
—Deberíamos hacerlo esta noche.
Eric y Mike intercambiaron miradas y luego chocaron las manos con Bobby.
—Esta noche —dijeron, decididos.
Ethan, intrigado, preguntó:
—¿Me puedo unir a la diversión?
El pequeño gordito Bobby estaba atónito. No esperaba que Ethan estuviera interesado en sus pequeños juegos.
—Tienes alguna idea—dijo Bobby—
Miró a Dwight, algo perdido. Ese tipo de decisiones no le correspondían a él.
Dwight se rascó el corto cabello rubio. El amigo de su primo había sido muy amable con él y con sus hermanos menores. Apenas llegaron, los invitó a una fiesta de striptease.
Sin pensar demasiado, extendió la mano y chocó el puño con Ethan.
—En nombre de la Hermandad Beta, bienvenido. Fiestas, chicas, alcohol, lo que quieras.
—Pero tienes que prometerme una cosa —añadió con seriedad—. La ceremonia de iniciación de la Hermandad Beta, es una tradición de nuestra casa. Tienes que prometerme que no les darás ninguna ayuda a los demás.
—Por supuesto, honrare su tradición —Ethan tomó su copa y la bebió de un trago.
El pequeño gordito Bobby y los demás levantaron sus copas y vitorearon junto a Dwight. Bobby rodeó los hombros de Ethan y gritó:
—¡Hermanos, vayamos a conquistar algunas universitarias!- Ethan sonrió y le guiñó un ojo a Job, antes de beber con el resto.
Job puso los ojos en blanco. Desde el principio sabía que el objetivo de Ethan no era tan inocente. Ahora estaba convencido de que aquel bastardo apuntaba a las chicas universitarias y se iba a aprovechar de los chicos para acceder a ellas.
Con el esfuerzo de más de una docena de personas, las bebidas sobre la mesa desaparecieron rápidamente.
Bobby y los demás aún tenían cosas que hacer esa noche, así que Dwight no permitió que Johnny sirviera más tragos y les pidió a Ethan y a los otros tres que dejaran el club.
Ethan se despidió de Job y Johnny. Tras pasar tanto tiempo en el club de striptease, sabía que las chicas allí ya estaban más que acostumbradas a todo, y llevarlas con él no sería tarea fácil. Buscar aventuras con las estudiantes universitarias parecía una opción mucho más sencilla.
Al otro lado de la calle, la fraternidad nerd aún bebía con entusiasmo. Cuando vieron a Dwight y su grupo salir, levantaron el dedo medio en señal de burla.
Ethan y Dwight respondieron al unísono. Debido a su apariencia y vestimenta, Ethan encajaba perfectamente entre los estudiantes, pareciendo uno más del montón.
Tras salir del club, Ethan sacó un cigarrillo y lo encendió.
—Dwight, ¿cómo llegaste hasta aquí?
—En taxi —respondió Dwight mientras masticaba su cigarrillo, caminando hacia el borde de la carretera.
Ethan lo detuvo antes de que avanzara más.
—No hay coches a la vista y puede que tarde en encontrar dos taxis.
Ethan regreso a la entrada del club y le hizo una señal al personal del club que se encontraba en la puerta..
Pronto, un hombre vestido de negro se acercó al trote.
—Señor, ¿en qué puedo ayudarle?
—¿Puedes ayudarme a conseguir una limusina? —preguntó Ethan, dando una calada al cigarrillo.
El pequeño Mike, de cabello negro, y el gordito Bobby se miraron emocionados. La salida de esa noche definitivamente valía la pena.
El hombre del traje negro los miró con duda, pero Ethan sacó un fajo de billetes del bolsillo y lo agitó suavemente.
—¿Algún problema? —preguntó con una sonrisa, rápidamente coloco un billete de cien dólares en el bolsillo de su camisa.
—Ninguno, señor —respondió el hombre, enderezando la espalda. Presionó su auricular y susurró algo.
Momentos después, un Maserati blanco extendido salió del estacionamiento y se detuvo frente a ellos.
—Caballeros, el vehículo está listo —dijo el hombre del traje, abriendo la puerta del coche.
Bobby y los demás quedaron atónitos. Incluso Dwight nunca había tenido esa experiencia. Miraban el lujoso auto con la boca abierta.
Ethan, sin inmutarse, le dio una palmada a Dwight en la espalda.
—¿Qué hacen ahi parados? ¡Entra en el auto!
Dwight dio las instrucciones al conductor, hizo un gesto con la mano y se subió al auto con sus acompañantes. El interior de la limusina era impresionante, con asientos de cuero en forma de L, una barra con varias bebidas y un sistema de karaoke. Bobby, tras estudiar los controles, encendió las luces de neón.
Después de la exclamación inicial, todos empezaron a disfrutar del ambiente.
Ethan sacó una botella de champán y, tras agitarla vigorosamente, el corcho salió disparado entre risas y vítores.
Mientras el Maserati avanzaba por las bulliciosas calles de Nueva York, Ethan miraba los rascacielos iluminados. A medida que se alejaban, las vistas cambiaron a tranquilas zonas suburbanas.
Ya en la universidad, el bullicio volvió. Chicas con vasos rojos de plástico bailaban al ritmo de la música en los balcones.
—¡Sí, baby! —gritó Bobby por la ventanilla, provocando una ovación.
Finalmente, el coche se detuvo. Bobby salió primero, mirando a su alrededor con orgullo.
Dwight metió las manos en los bolsillos y le dijo a Ethan:
—¿Estás seguro de que quieres ir con ellos? ¿Por qué no vuelves a la Casa Beta conmigo?
Antes de que Ethan respondiera, Bobby y Mike lo agarraron por los brazos.
—¡Estará bien con nosotros!
Ethan sonrió y dijo:
—Nos vemos pronto.
Dwight se golpeó el pecho dos veces y siguió su camino, mientras los demás continuaban con la noche.