Una conejita en topless pasó tambaleándose cuando vio a cuatro o cinco personas entrar, todas con uniformes azul oscuro. Ethan rápidamente la sujetó y le dedicó una sonrisa. Brock, con las manos en las caderas, gritó:
—Departamento de policía de Banshee, todos, quédense donde están.
Para su sorpresa, salvo algunas personas cercanas, nadie más escuchó su voz. El grupo que rodeaba la pista de baile seguía agitando billetes, y la stripper en la barra no dejaba de bailar.
—Voy a encender las luces —dijo Emmett, agarrando su cinturón y dirigiéndose hacia un lado.
—Por cierto, apaga la música —añadió Siobhan.
Ethan y Hood caminaron directamente hacia el fondo. Varias strippers los vieron aparecer y corrieron hacia los camerinos. En ese momento, la música también se detuvo, y la gente del club finalmente se percató de su presencia, y comenzaron a abuchearlos lanzando lo que tenían a la mano.
Brock alzó la voz:
—¡Todos, calmense! Chicas, vayan detrás de la barra de bar. A todos los clientes, recojan sus cosas y vayan a salida, si no tengo una celda fría que pueden compartir toda la noche.
Ethan y los demás entraron en los camerinos, donde varias mujeres seguían cambiándose de ropa.
—Chicas, se acabó por esta noche —dijo Ethan con un gesto de la mano—. Vístanse y vayan al frente con las demás.
—¿Qué pasa? —una de las bailarinas dejó su lápiz de maquillaje, molesta.
Dos miembros de seguridad, vestidos de negro, aparecieron rápidamente por el pasillo adyacente.
—Que carajos hacen aquí, ¿saben de quién le pertenece este lugar? —preguntó uno de ellos con firmeza.
Hood se acercó, con el rostro serio:
—Por supuesto que lo sé. ¿Tienes alguna otra pregunta estúpida?
El guardia levantó la barbilla:
—Si lo saben, entonces conocen las consecuencias.
—Por supuesto —respondió Hood con una sonrisa, antes de golpearlo fuertemente en la barbilla. El hombre se desplomó en el suelo inconsciente.
Hood miró al otro guardia:
—¿Tu, tienes alguna objeción o me dejaras hacer mi trabajo?
El otro hombre retrocedió rápidamente, moviendo la cabeza. Hood lo tomó por la corbata y dijo en tono amenazante:
—Dile a Proctor que esto es un regalo de Lucas Hood y que no hay nada que no este bajo mi jurisdicción en este lugar.
El guardia asintió apresuradamente, y Hood lo dejo ir.
Las strippers recogieron rápidamente sus pertenencias y salieron corriendo. Ethan suspiró, comprendiendo la situación. Juntos, él y Hood avanzaron por el pasillo latera, a unos metros en la puerta de la izquierda estaba la oficina del gerente; a la derecha, un palco privado. Hood le dio una palmada a Ethan en el hombro y siguió adelante.
Ethan tosió y anunció:
—Departamento de policía de Banshee. ¡Deje lo que este haciendo y ponga las manos donde yo pueda verlas!
Una bailarina, retrocedió asustada tomando sus prendas que estaba esparcidas por el suelo. Ethan sacó unas esposas plateadas de su cinturón.
—Coopera y no te muevas —le dijo, y la mujer asintió rápidamente, levantando las manos.
Después de esposar al tipo que estaba en la habitación, Ethan cruzó a la siguiente habitación donde estaba Hood . Al entrar, su expresión cambió por completo una gran sonrisa apareció en su rostro, no esperaba tener tanta fortuna esta noche. Rápidamente sacó su teléfono y tomó una foto de Job, cuando lo vio y su rostro se deformó de rabia.
—¡Maldición! —exclamó furioso al ver flash sobre su cara.
Ethan, sonriendo con satisfacción, agitó su teléfono y señaló hacia la cama:
—Diez minutos. Recuerda este día, la próxima vez que no me llames cuando sales a divertirte.
Cuando Ethan estaba a punto de seguir divirtiéndose, escuchó una pelea en la habitación anterior. Guardó su teléfono y corrió de vuelta. Mientras tanto, Hood había abierto otra puerta. Dos rubias se contoneaban alrededor de un hombre borracho en el sofá.
—Departamento de policía de Banshee Town... —empezó a decir Hood, pero se detuvo al ver quién era.
Gordon Hopewell, el alcalde de Banshee y ex fiscal de distrito, estaba sentado, completamente borracho. —Esta es una mala jugada, Sheriff —dijo Gordon, tomando otro trago de whisky— Muchos de pueblo vienen a este lugar a divertirse ¿No tienes miedo de perder apoyo?
Hood, con el ceño fruncido, intentó calmarlo:
—Espera diez minutos antes de salir de esta habitación. Nadie te verá Alcalde, no queremos manchar su reputación ¿verdad?.
—¿Me estás ayudando? —Gordon lo miró con desprecio—. ¡Gracias a Dios! el gran Lucas Hood me está ayudando.
Tomó otro trago y, lleno de ira, gritó:
—¡Vete al carajo, maldito bastardo! ¡No necesito tu ayuda!
Hood, apretando los dientes, respondió:
—Créeme, no lo hago por ti.
Pero Gordon, furioso, avanzó tambaleándose por la habitación.
—¿Te acostaste con mi esposa? —le preguntó, sin rodeos.
—No —respondió Hood, enfrentando la pregunta.
—¡Contéstame! —gritó Gordon, empujándolo.
Hood apartó la mirada, diciendo:
—Estás demasiado borracho. Te llevaremos a casa.
—¡Pedazo de basura! —gruñó Gordon.
De repente, Gordon, lleno de furia, perdió el control. Con los ojos llenos de rabia, lanzó un puñetazo directo al rostro de Hood. Sin pensarlo dos veces, Gordon corrió hacia adelante, embistiendo con fuerza, lanzando a Hood al suelo. Sus puños se movían como un martillo, golpeando el rostro de Hood una y otra vez, mientras la rabia lo consumía. Cada impacto era más fuerte que el anterior, el sonido de los golpes llenaba la sala.
Después de recibir varios golpes, Hood, con la mirada fija en su oponente, comenzó a recuperar fuerzas. Con un esfuerzo titánico, agarró a Gordon por el torso y lo levantó con todas sus energías. Sus músculos temblaban de tensión mientras lo alzaba en el aire, apretando los dientes con rabia contenida.
Con un movimiento rápido y decidido, Hood tomó a Gordon por el cabello y, con la mano derecha, le propinó un puñetazo brutal que impactó de lleno en su rostro. El sonido del golpe resonó como el estallido de un trueno en la tormenta. Gordon, tambaleante, retrocedió, ya demasiado borracho como para mantener el equilibrio. Su cuerpo flaqueaba, y su fuerza física comenzaba a desvanecerse.
Hood no se detuvo. Su rabia lo impulsaba, y con otro golpe fuerte y preciso, impactó nuevamente la cara de Gordon. Esta vez, Gordon no pudo sostenerse más. Cayó al suelo como un muñeco de trapo, derrotado y sin fuerzas. Jadeando, se acurrucó en el suelo, retorciéndose de dolor. Su respiración era pesada, irregular.
—Vamos, te llevaré a casa.- Hood dio unos pasos de un lado a otro con enojo, luego dio un paso adelante y le tendió el brazo a Gordon.
Gordon descansó un rato y recuperó algo de fuerza. Rugió y golpeó el brazo de Hood, de repente se levantó del suelo, abrazó la cintura de Hood y corrió hacia adelante. Ambos retrocedieron rápidamente y golpearon la pared con fuerza. Le golpearon la nuca y sintió un dolor agudo. Hood maldijo, furioso, y ya no retuvo la mano. Levantó el codo y golpeó con fuerza la espalada obligándolo a retroceder del dolor.
Gordon recibió un fuerte golpe en la espalda y cayó al suelo con un grito. Hood no se detuvo, pateó a Gordon y luego se montó encima de él, lanzándole una lluvia de puños.
Ethan abrió la puerta y vio a Hood sujetando a Gordon, golpeándolo con fuerza.
—¡Detente, déjalo ir Hood!
Rápidamente corrió y agarró a Hood. Después de varios esfuerzos, Hood soltó a Gordon, y Ethan lo llevó a un lado de la habitación.
Hood, con el puño aún alzado, listo para golpear de nuevo, se detuvo. Observó a Gordon, doblado sobre sí mismo, vulnerable y quebrado. La furia que lo había impulsado hasta ese momento comenzó a disiparse al ver a su oponente en ese estado.
—Shit —dijo Hood retrocediendo dos pasos mientras se arreglaba la ropa desordenada.
Se limpió la sangre de la comisura de la boca y miró a Gordon con fiereza:
— Ve a casa con tus hijos.
Ethan se paró entre los dos y le preguntó a Gordon:
—¿Estás bien?
Gordon yacía en el suelo, su pecho subía y bajaba rápidamente. Después de respirar profundamente unas cuantas veces, finalmente recuperó las fuerzas. Volvió la cabeza y escupió una bocanada de sangre, luego luchó por sentarse. Ethan quiso ayudarlo, pero fue abofeteado. Gordon tomó el teléfono móvil que estaba en la mesa a un lado, lo miró y salió tambaleándose de la habitación con su abrigo.
Ethan se dio la vuelta y le dijo impotente a Hood:
—Mierda, ahora no estamos en posición de llevarnos mal con el Alcalde.
Hood apretó las manos y gruñó enojado:
—Ella era mía ¡joder, esa debió ser mi familia!
Originalmente, no tenía intención de enfrentarse a Gordon, pero no esperaba que este lo golpeara primero. Esos golpes disiparon el resentimiento que llevaba en el pecho. Ethan, atrapado en medio de la situación, no sabía qué decir.
Para Hood, todo era una gran injusticia. La mujer que amaba se había convertido en la esposa de otro hombre, y su hija llamaba "padre" a alguien más. La herida era profunda. Para Gordon, la situación no era menos amarga: su esposa, con quien había compartido más de diez años de vida, resultaba ser hija de un líder criminal.
Lo más doloroso era la relación no resuelta entre su esposa y Hood. Gordon veía su vida desmoronarse ante sus ojos, mientras su esposa estaba en la cárcel. Todo aquello le resultaba simplemente ridículo. Ethan suspiró; ambos necesitaban desahogar sus emociones, tal vez una pelea los ayudaría. Le dio una palmada a Hood en el hombro y salió de la habitación.
Una hora más tarde, el veloz Rolls-Royce se detuvo frente al Savoy Gentlemen's Club. Proctor entró apresuradamente, seguido de cerca por Burton y Rebecca. El club estaba en silencio, a excepción de algunos camareros y personal de seguridad que limpiaban el lugaar. No había nadie más.
El rostro de Proctor se volvió más sombrío y sus pasos disminuyeron un poco.
En realidad, había anticipado esta reacción por parte de Hood desde que se enteró de que sus hombres no habían logrado secuestrar al Consejero Thompson y, en cambio, habían asesinado accidentalmente a Kate Moody. Sabía que Hood buscaría algún tipo de venganza por el dolor que le habían causado.
Para nadie en el pueblo, no era ningún secreto que mantenía una relación cercana con Kate Moody. Aunque no le alegraba ver cómo la asesinaban, ya había aprendido a aceptar la realidad con calma, y prepararse para la embestida del toro. Sin embargo, no esperaba que las acciones de Hood se desencadenaran con tal rapidez, y menos que al día siguiente se lanzaría a la venganza.
En una mesa al lado de la pista de baile, estaban sentados varios guardias de seguridad vestidos con trajes negros. El líder entre ellos vio a Proctor entrar, rápidamente dejó la botella de cerveza y se puso de pie.
—Señor Proctor.
Varios miembros del personal de seguridad detrás de él también se levantaron y cruzaron las manos frente a ellos.
—Sheamus, por favor, dime específicamente qué pasó aquí —dijo Proctor mientras se detenía y miraba al hombre alto con barba frente a él.
—El sheriff Hood y sus hombres del Departamento de Policía irrumpió en el lugar sin previo aviso para hacer un cateo. Tambien se llevaron a todas las chicas y sin ellas los clientes también se fueron. Esa es básicamente la situación.
—No hay nada que puedas hacer al respecto, no es tu culpa —dijo Proctor, mirando a su alrededor—. No hay mucho que hacer en una situación como ésta.
Sheamus asintió con la cabeza y suspiró aliviado.
—Entonces, por favor, dame la orden judicial de cateo —Proctor se dio la vuelta y dijo con calma— Dejaré que los abogados se encarguen del resto.
—¿Una orden judicial? —preguntó Sheamus, parpadeando confuso.
—Sí, orden judicial —respondió Proctor, notando la confusión en el rostro de Sheamus, y su tono se volvió más frío—. Señor Sheamus, no creo que sea tan estúpido como para permitir que el Departamento de Policía de Banshee entre a mi establecimiento sin una orden judicial, se lleve a mis chicas y clausure mi negocio ¿verdad?.
Una gota de sudor frío brotó en la frente de Sheamus, quien tartamudeó:
—Entraron directamente por la puerta principal. Son agentes de policía. ¿Qué podía hacer?
Los ojos de Proctor se convirtieron en dos pozos de hielo, despojándose de la chaqueta de su traje con una calma amenazante. En un instante, su puño se transformó en un proyectil de furia, impactando brutalmente las costillas de Sheamus.
—¡Ah! —gritó Sheamus, el sonido de su alarido reverberando en la habitación como un eco de desesperación. Sintió cómo un crujido aterrador resonaba en su interior, y su cuerpo se encorvó instintivamente mientras se cubría la cintura con ambas manos, como si pudiera ahogar el dolor que lo consumía.
—¿Qué puedes hacer? —Proctor levantó los brazos enojado y lo golpeó en la cara dos veces. El puente de la nariz de Sheamus se derrumbó y su rostro quedó cubierto de sangre—. Todo lo que puedes hacer es tomar mi dinero, hacer lo que te digo y mantener el club abierto, en lugar de quedarte ahí parado como un idiota.
Proctor agarró un puñado de sus rizos oscuros y alcanzó el pesado vaso que estaba en la mesa junto a él.
—¡Estallido!
El cristal golpeó su cráneo y se hizo añicos al instante. Luego, Proctor soltó su mano, y Sheamus cayó a un lado, con sangre corriendo por su cabeza y su cuerpo temblando.
Rebecca avanzó unos pasos, sacó un pañuelo de su bolso y se lo entregó a Proctor. Tomó el pañuelo y lo envolvió varias veces alrededor de la mano que sostenía el vaso. El pañuelo se puso rojo al instante. Proctor dio unos pasos hacia adelante y caminó hacia el personal de seguridad restante. Todos bajaron la mirada.
Proctor miró fijamente a las personas frente a él, sus ojos moviéndose de un lado a otro.
—Váyanse a casa, el club cerrara esta noche. —dijo, levantando la mano envuelta en un pañuelo. Los guardias de seguridad temblaron.
Proctor metió la mano en su abrigo y sacó un fajo de billetes, unos mil dólares.
—Aquí tienes el pago de esta noche —le dijo a uno de ellos, dándole una palmada con el dinero.
—Gracias, señor Proctor —murmuró el hombre, tomando el dinero rápidamente. Tenía la barbilla magullada e hinchada. Proctor noto que el debía haber hecho bien su trabajo y se opuso a los oficiales y termino herido. Proctor miró a su alrededor. Todos en el club lo observaban.
—Nunca trataré mal a nadie que trabaje para mi.—continuó—. La condición es que hagan bien el trabajo por el que les pago.
Señalando a Sheamus, que yacía inconsciente en el suelo, gritó:
—Quien toma mi dinero y no hace el trabajo, solo tiene un destino.
En ese momento, Burtonn recogió una botella de whisky medio vacía de la mesa y se la lanzó con fuerza a la cabeza de Sheamus.
—¡Estallido!
La botella explotó, llenando el club con el fuerte olor a alcohol. Boden sonrió y lanzó los restos a un lado.
—Echa a este tipo y limpia todo el club —ordenó Proctor—Quiero que todo esté funcionando con normalidad mañana al mediodía.
Proctor miró a Burton, abotonó su traje y caminó hacia su oficina.
Mientras tanto, en la comisaría de Banshee, la situación era caótica, como un mercado abarrotado.
Para ser más exactos, el ambiente le recordaba a mas de uno a un club de striptease. El lugar estaba lleno de ruido, el aire impregnado de perfume barato. Ethan, abrumado por el bullicio, sentía cómo su cabeza empezaba a palpitar.
Se dirigió a la sala de detención temporal, abrió la puerta de hierro y vio a una docena de strippers dentro, todas con ropa escasa y rostros llenos de molestia.
Una de ellas, mascando chicle, vestía pantalones cortos de mezclilla y una camisa floral sin mangas, cuyos botones no estaban abrochados, revelando un sostén verde y una buena parte de su piel expuesta.
Ethan la señaló con su bolígrafo.
—Tú, sal —ordenó.
Cuando ella salió, Ethan cerró la puerta y la llevó a su escritorio. Sacó una silla, se sentó y tomó una libreta.
—Voy a hacerte algunas preguntas. Si cooperas, no te tomará mucho tiempo y podrás irte a casa. —dijo.
La mujer lo miró con desdén mientras seguía masticando chicle.
—No sé nada, no vi nada. Solo estaba trabajando.
Ethan golpeó el cuaderno con el bolígrafo.
—¿Cómo te llamas?
—Marilyn Monroe —respondió la mujer con sarcasmo.
Ethan dejó de escribir y la miró fijamente. El chicle en su boca disminuyó la velocidad al sentir la seriedad en su mirada.
—¿Acaso hice algo ilegal? —insistió, mirando con confianza a su alrededor—No me habrían arrestado si no fuera así.
Ethan, sin encontrar respuesta inmediata, la interrogó un poco más antes de devolverla a la sala de detención.
De vuelta en la oficina, observó la ruidosa actividad en la estación. Todos los oficiales interrogaban a las detenidas al mismo tiempo, sus voces resonando como un enjambre de moscas.
La sala de detención temporal, a pocos metros, estaba llena de las strippers arrestadas. Consistía en dos grandes jaulas de hierro separadas por una valla. Desde dentro, las detenidas podían escuchar claramente lo que se hablaba afuera.
Ethan se acercó a la puerta, cerró la oficina y llamó a los oficiales Brock, Emmett y Siobhan.
—Entremos y hablemos —les indicó.
Ethan los condujo a la Oficina del Sheriff, donde Hood revisaba una transcripción. Estaba impaciente, fumando.
—¿Alguna pista? —preguntó Hood al verlos entrar.
Ethan sacudió el cuaderno que tenía en la mano.
—Si seguimos interrogando de esta manera, no nos revelarán nada —explicó—. Tienen miedo de Proctor. Sugiero que sean interrogadas por separado. El vestíbulo, el vestuario, el mini campo de tiro, son perfectos para conversaciones individuales.
Todos asintieron rápidamente ante la idea. Luego, cambiaron la estrategia y empezaron a separar a las detenidas.
De vuelta en la sala de detención, una mujer negra vestida con una falda larga de flores y una chaqueta vaquera llamó la atención de Ethan. Sostenía una cartera azul y permanecía en silencio en un rincón.
Ethan la llamó. La mujer lo siguió hasta el área más interna de la comisaría, donde estaba el gimnasio y un pequeño campo de tiro.
Ambos se sentaron en una mesa redonda. Ethan sacó un cigarrillo y lo ofreció.
—¿Quieres uno? —preguntó.
—Gracias —respondió ella, encendiendo el cigarrillo frente a la llama.
Ethan también encendió uno y le ofreció un vaso de agua. Luego, tiró las cenizas en un cenicero.
—Te recuerdo —dijo la mujer, tomando una profunda calada—. Hace tiempo viniste al club con un hombre raro, fueron muy generosos.
Ethan frunció el ceño, tratando de recordar.
—Eres uno de los pocos clientes que da buenas propias y que son amables.
—Eso es una lástima —dijo Ethan—. Pensé que era mi buena apariencia lo que te había impresionado.
Ella se rió suavemente.
—Mi nombre es Ethan.
La mujer lo miró, pensativa, y luego le estrechó la mano.
—Juliet.
—Sabes lo que estamos haciendo, ¿verdad? —preguntó Ethan, haciendo girar su bolígrafo.
—Claro, no soy tonta, buscan información sobre Proctor —respondió Juliet— Pero te digo, tus esfuerzos son en vano.
Ethan dejó de girar el bolígrafo.
—¿Por qué dices eso?
—Porque esas chicas le tienen más miedo a Proctor que a ti. No te dirán nada. Si las las encierras, solo pagarán una multa y pasarán unos días en la cárcel. Pero si Proctor se entera que lo delataron... bueno, ya sabes lo que pasa.
Ethan asintió y luego miró a Juliet a los ojos.
—¿Qué pasa contigo?
Los ojos de Juliet lo evadieron.
—No entiendo lo que quieres decir.
Ethan golpeó ligeramente la mesa y preguntó con voz profunda:
—Dijiste que esas chicas le tienen miedo a Proctor y no nos dirán nada. ¿Tú no tienes miedo?
—Quien no lo tendría. Proctor es el amo de todos en este pueblo.—dijo Juliet mientras apagaba lentamente la colilla en el cenicero—
—No de todos, al menos no me incluye a mí —respondió Ethan con una sonrisa mientras arrojaba la pitillera directamente frente a ella— Dime tu eres de el.
Juliet sacó el cigarro, tomó el encendedor y lo encendió. Se quedó un rato en silencio y luego dijo:
—Solo me pertenezco a mí, y no soy el juguete de nadie. Soy madre soltera y tengo hijos que cuidar en casa. Necesito dinero, pero no puedo hacer otra cosa que no sea trabajar en el club de Proctor
Ethan asintió para expresar comprensión. En Estados Unidos, aunque ser stripper no era un trabajo bien visto, para algunas mujeres era la única manera de sobrevivir. Incluso algunas estudiantes lo hacían para pagar sus estudios.
Juliet tomó la taza y bebió un sorbo de agua antes de continuar:
—Después de trabajar un tiempo en el Club, Proctor me llamaba a su casa cuatro veces por semana. Cada vez que iba, a mi y a otras chicas nos hacía usar esas capuchas Amish y nos trataba como a juguetes.
Ethan entendió lo que quería decir, pero solo pudo preguntar inexpresivamente:
—¿Entonces te pagaba?
—Sí, pero dijo que era un regalo.
Proctor, como siempre, cubriendo sus huellas. Ethan se armó de valor y preguntó:
—¿Qué pasaría si no aceptaras su petición?
La respiración de Juliet se hizo más pesada mientras aplastaba el cigarrillo entre sus dedos.
—Cualquiera que se negaba era despedido. No pude negarme, tuve que aceptar porque necesitaba el dinero para mantener a mis hijos.
—Cálmate —Ethan rápidamente la tranquilizó—. No estoy aquí para juzgarte. No hiciste nada malo. Proctor te coaccionó, pero no podemos arrestarlo solo por lo que me estás contando.
La realidad era dura. Proctor había encontrado maneras de salirse con la suya. Incluso si coaccionaba a las mujeres, al darles dinero, podía alegar que había sido una transacción consensual. Esto hacía imposible atraparlo solo con las declaraciones de las víctimas.
Juliet se lamió las uñas con fuerza y dijo, enojada:
—Si te doy información útil, ¿puedes asegurarte de que vaya a la cárcel?
Ethan levantó las manos.
—Eso depende de la información que proporciones.
—¿Tendré que testificar ante un tribunal?
Juliet parecía nerviosa.
—Sabes que tengo un hijo. No puedo testificar. Antes de que arrestaran a Proctor, todas las personas que testificaron contra el desaparecieron.
—Ni siquiera sé qué vas a decir —Ethan sacudió la cabeza y sacó su teléfono—. Espera un momento, alguien más que puede responderte eso.
Después de enviar un mensaje de texto, Hood entró poco después. Ethan se levantó y le explicó la situación. Luego, Hood caminó hacia Juliet y se sentó frente a ella.
—¿Tu nombre es Juliet, verdad? —preguntó Hood—. Soy el Sheriff Lucas Hood del Departamento de Policía de Banshee. Si tienes suficiente información para enviar a Proctor a la cárcel, te prometo que haremos todo lo posible para mantenerte a salvo.
Juliet lo miró y luego miró a Ethan, quien se acercó, puso una mano sobre su hombro y le dijo con sinceridad:
—Te prometo que no dejaré que nada malo te pase a ti ni a tu hijo.
Juliet bebió el agua de un trago y apretó la botella con ambas manos.
—Había un tipo, un cliente del club —comenzó a relatar—. Solía sentarme con él a menudo, le hacía compañía. Era empleado de Proctor y se encargaba de transportar mercancías para él. Cuando se pasaba de copas, no podía evitar jactarse de su trabajo.
Juliet tomó aire antes de continuar.
—Una vez lo escuché decir que Proctor tiene un lugar donde fabrica el èxtasis. Según lo que me dijo ahi se encargaban de la producción, el empaquetado y el envio de las pastillas a Philadelphia.
Los ojos de Hood brillaron con una intensidad renovada. Esta era la pista que tanto necesitaban.
—¿Sabes su nombre? —preguntó Ethan, su voz tensa por la anticipación.
—Matt Sharp —respondió Juliet, su tono grave y decidido.
—Gracias, esto nos ayuda mucho —dijo Hood, la emoción brotando de él como un resorte que estaba a punto de liberarse.
—Recuerden lo que me prometieron —advirtió Juliet, su mirada firme—. No quiero que mi nombre salga en este asunto.
—No te preocupes —respondió Hood, encendiendo un cigarrillo con una mano mientras la otra se cerraba en un puño—. Haremos lo que sea necesario para enviar a Proctor a la prisión.
Juliet asintió, agradecida, y se levantó para irse. Ethan la detuvo.
—Espera —dijo, y ella se giró—. Voy a salir contigo por tu seguridad.
Ella se dio cuenta de la situación y, al sentir la mano de Ethan en su brazo, ambos salieron juntos. Después de dejar a Juliet en la sala de detención temporal, Ethan continuó interrogando a otra stripper.
El abogado de Proctor llegó poco después y, tras obtener la información clave, Hood dejó ir a todas. Cuando la comisaría volvió a la calma, el cansancio era palpable.
Brock fue a la máquina de café, se dejó caer en su asiento y hojeó su cuaderno.
—No entiendo nada. La mayoría dice que no sabe nada sobre Proctor. Solo bailaban en el club.
—Otras personas no admitieron nada hasta que llegaron los abogados —agregó Emmett.
—A mí me pasó lo mismo —dijo Siobhan, levantando la mano—. No conseguimos nada.
El silencio se apoderó de la sala hasta que Ethan, con una taza de café en la mano, exhaló humo lentamente. El ruido de sillas moviéndose rápidamente rompió el momento. Siobhan y los demás miraban a Ethan con ojos expectantes.