Los años de resistencia habían llevado a Alaric Stormwind, Mytravael y Zulikiga al borde de la desesperación. Habían luchado con valentía, pero al final, las fuerzas del virreinato habían sido demasiado poderosas. La noticia de su captura recorrió el continente como un rayo, y su condena a muerte resonó en los corazones de aquellos que los habían apoyado.
Una noche, en la pequeña casona donde se refugiaban, el ambiente era tenso. Marius, uno de los más leales aliados de Alaric, estaba visiblemente deprimido al escuchar la noticia de la condena. Alaric, junto a Mytravael y Zulikiga, entró en la habitación con un aire de determinación.
—Marius —dijo Alaric, acercándose a él—. Sé que esto es un momento difícil, pero debemos ser fuertes.
Marius levantó la vista, sus ojos llenos de lágrimas.
—¿Por qué, Alaric? ¿Por qué tuvieron que ser ustedes? ¡Han hecho tanto por nuestra gente! —su voz temblaba de dolor.
Alaric tomó un respiro profundo y, con una mano temblorosa, sacó un objeto cuidadosamente envuelto. Era su diario, un tesoro que contenía todos los detalles e información de su travesía.
—Este diario, Marius, es el legado de nuestra lucha. Es un testimonio de lo que hemos hecho y lo que hemos perdido. Quiero que lo guardes y que sigas luchando —dijo, extendiéndole el diario.
Marius lo tomó, abrumado por la importancia de aquel gesto.
—No puedo aceptar esto, Alaric. Ha sido un honor trabajar contigo. Sin ti, todo esto no habría sido posible —respondió, sus lágrimas fluyendo libremente.
Alaric sonrió débilmente, sintiendo el peso de la amistad y el sacrificio que todos habían realizado.
—Recuerda, el espíritu de nuestra lucha nunca morirá mientras sigas recordando lo que hemos hecho —dijo Alaric con firmeza.
Luego, Alaric y Mytravael acompañaron a Zulikiga a despedirse de Akimea, su amada esposa y reina del Imperio Tihuahán. Al llegar, la tristeza era palpable. Akimea, con lágrimas en los ojos, se lanzó a los brazos de Zulikiga.
—No te vayas, por favor —sollozó ella—. No puedo perderte.
—Akimea, mi amor —dijo Zulikiga, acariciando su rostro—. Siempre estaré contigo, incluso en la eternidad. Debes ser fuerte por nuestro pueblo.
Mytravael pronunció unas palabras en el idioma dominitiano, un antiguo conjuro de protección, mientras Zulikiga abrazaba a su esposa una última vez.
—Nos veremos de nuevo en otro tiempo, otro lugar —susurró Zulikiga antes de separarse de ella, y el grupo volvió a las celdas, donde se preparaban para el día fatídico.
El Juicio Final
El amanecer llegó con una tristeza abrumadora. La plaza mayor estaba llena de gente, un mar de rostros que iban y venían, murmullos de preocupación y miedo se entrelazaban en el aire. Las tres horcas estaban preparadas, y los soldados estaban listos para llevar a cabo su cruel sentencia.
Alaric, Mytravael y Zulikiga fueron conducidos al centro de la plaza, la multitud silenciándose a medida que se acercaban. El sonido de las coronas de Mytravael y Zulikiga, junto con el sombrero de Alaric, siendo arrojados al suelo resonaba como un presagio de su inminente destino.
—Esto es solo el comienzo de nuestra lucha —murmuró Zulikiga, mirando a sus amigos mientras les ataban el cuello con las sogas.
Alaric miró a su alrededor y, entre la multitud, vio a Marius llorando. Un nudo se formó en su garganta.
—Kraba, si en verdad existes, te digo que será un gusto conocerte —dijo Alaric, su voz serena desafiaba el miedo a la muerte.
Mientras, Zulikiga notó entre la multitud a Akimea, quien lloraba desconsoladamente, la miro y suspiro, sintiendo un vacío en el estómago.
Alaric tomó un respiro profundo, y en ese momento, sintió el poder de la esperanza. A pesar de la inminencia de su ejecución, había algo liberador en el acto de enfrentarse a su destino con valentía.
El Último Suspiro
De repente, los soldados patearon las bancas y la plaza estalló en un caos sombrío. Alaric, Mytravael y Zulikiga se elevaron, colgando de las sogas, asfixiándose lentamente. El mundo se desvaneció a su alrededor, y en sus últimos momentos, cada uno recordó lo que habían luchado por proteger.
En un susurro casi inaudible, Alaric pensó en su viaje, en las amistades que había hecho, en la tierra que había aprendido a amar. En ese instante, supo que la resistencia continuaría, que su legado viviría en las luchas de los que quedaban atrás.
Con sus cuerpos inertes colgando en la plaza mayor, la historia de Alaric Stormwind, Mytravael y Zulikiga se grabó en el corazón de aquellos que habían sido testigos de su valentía. Aunque sus vidas habían llegado a su fin, su espíritu continuaría inspirando a las futuras generaciones a levantarse contra la opresión y luchar por la libertad.
Así, el eco de su sacrificio resonó a través del tiempo, un faro de esperanza para todos aquellos que seguían luchando.