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Chapter 17 - El Brebaje de la Verdad

Alaric se echó hacia atrás en su silla ceremonial, soltando una breve carcajada antes de inclinarse hacia Marius, con una sonrisa que intentaba ocultar su creciente inquietud.

—Me retracto sobre lo de meternos miedo —murmuró, su voz teñida de ironía—. Parece que esto es más que un simple espectáculo.

—¿Te das cuenta, capitán, que nos están observando como si fuéramos... presas? —dijo Harl, echando un vistazo nervioso a los soldados que vigilaban la sala.

—Relájate —respondió Alaric, intentando sonar seguro—. Si nos quisieran muertos, ya lo estaríamos.

Uno de los ancianos se adelantó y colocó sobre la mesa recipientes de cerámica con un líquido oscuro. Sus ojos se fijaron en los extranjeros con una mirada impenetrable.

—Bebed —dijo el anciano, con voz firme—. Esta es la bebida de la hospitalidad. Os ayudará a descansar después de vuestro largo viaje.

Alaric tomó la copa en sus manos, observando el líquido con cierta cautela. La fragancia era fuerte y algo amarga. Sus hombres hicieron lo mismo, algunos mirándose entre sí con nerviosismo.

—¿Qué es esto? —preguntó Marius, frunciendo el ceño mientras olfateaba el brebaje.

—Un buen anfitrión no pregunta qué hay en el plato —respondió Alaric, tratando de mostrarse diplomático. Levantó la copa—. Por el viaje.

Sus hombres imitaron el gesto, y juntos bebieron. El líquido bajó por sus gargantas como fuego líquido, fuerte y abrasivo. Marius casi tosió, y Harl no pudo evitar hacer una mueca de disgusto.

—Dioses, ¡esto quema! —se quejó Harl, frotándose la garganta.

—Es... diferente —dijo Alaric, con los ojos entrecerrados mientras sentía una oleada de calor que recorría su cuerpo—. No he probado nada igual.

En cuestión de minutos, la bebida comenzó a hacer efecto. Los pensamientos de Alaric se volvían confusos, las palabras en su mente empezaban a perderse en una neblina. Intentó mantenerse lúcido, pero todo a su alrededor empezó a dar vueltas.

—Capitán... creo que esto... —Marius tambaleó y tuvo que apoyarse en la mesa—. Creo que nos han dado... algo más que una bebida de hospitalidad.

Alaric apenas pudo responder. Su cabeza se sentía pesada, y el mundo giraba más rápido. En ese momento, unos soldados vestidos con armaduras ligeras y lanzas entraron en la habitación. Alaric intentó enfocarse, pero todo parecía moverse en cámara lenta.

—¿Por qué vernir aquí? —preguntó uno de los soldados, su voz sonaba distorsionada y lejana.

Alaric, tambaleándose en su asiento, trató de contestar, pero sus palabras salieron arrastradas.

—Hemossss... venido... a buscarrr... elianzas... e conocementossss... —dijo, luchando por mantener los ojos abiertos.

Uno de los soldados, claramente desconcertado, miró a Alaric con escepticismo.

—¿Venir con buenos propósitos? —insistió otro soldado, cruzándose de brazos.

Alaric, con una sonrisa boba y la lengua trabada, asintió débilmente.

—Zolo venimosss... por alianzaz... —balbuceó, mientras Harl a su lado empezaba a reírse sin motivo aparente.

—¡Capitán! ¡Capitán, el suelo está bailando! —gritó Harl, riéndose entre espasmos.

—Harl... cállate... —intentó ordenar Alaric, pero las palabras no salían como él quería—. Dioses... este brebaje...

Otro soldado se inclinó hacia Alaric, viéndolo caer cada vez más en un estado de ebriedad.

—¿De dónde venir?

Alaric soltó una risita antes de tratar de responder.

—De... ofta... ofta... lmo... lecussss... —dijo, pero antes de terminar la frase, su cabeza cayó hacia adelante, golpeando la mesa con suavidad. Un ronquido suave salió de su boca.

Los soldados se miraron entre sí, sin saber si reír o preocuparse. Marius, que seguía despierto aunque apenas consciente, intentó levantarse, pero terminó cayendo al suelo con un golpe sordo.

—Parece que la hospitalidad les ha golpeado fuerte —comentó uno de los soldados con una sonrisa burlona, mirando a sus compañeros—. Son débiles para nuestras bebidas.

—Y para nuestras preguntas —añadió otro, señalando a Alaric, que ya estaba profundamente dormido.

El líder de los soldados, más serio, asintió lentamente. A pesar de la situación ridícula, había visto lo suficiente como para saber que estos extranjeros no traían malas intenciones.

—Descansad. Mañana hablaremos con ellos en mejores condiciones. Parecen ser honestos... aunque no aguantan mucho —ordenó el líder, señalando a sus hombres que llevasen a Alaric y a su tripulación a una habitación para que descansaran.

Con sumo cuidado, los llevaron uno por uno a un lugar donde pudieran dormir. A pesar de las risas que suscitaba la situación, los soldados sabían que pronto tendrían que discutir asuntos más serios con aquellos forasteros que habían cruzado mares peligrosos para llegar hasta su tierra.

Mientras Alaric dormía profundamente, con su tripulación desparramada en las camas, el líder del templo miraba al cielo nocturno a través de una ventana. Sabía que esta visita extranjera podría cambiar el destino de su pueblo... si sobrevivían al día siguiente.