En los confines del páramo norte, donde ni el conejo de oído más agudo podría escuchar tus gritos, la nieve cubre cada centímetro de pelaje, devorando el calor como una bestia hambrienta. Fue allí donde una vez se alzó un gran imperio, majestuoso e imponente, que para la perspectiva de los ponis era lo más cercano al Olimpo en la tierra, aunque ahora solo fuera un desierto helado en un rincón olvidado del mundo.
Por orden de la princesa, dos arqueólogos recorrían los alrededores de ese antiguo reino, perdidos entre las sombras de una historia envuelta en silencio. Habían hallado antes el cuerno del tirano que alguna vez gobernó esas tierras, un hallazgo que había conmocionado a Cadence y puesto al imperio en alerta ante los posibles horrores que podían resurgir de la nieve y el tiempo.
Para su protección, Cadence les asignó dos escoltas: un veterano general, curtido en las adversidades de su tiempo, y un joven soldado prodigio, frustrado por las tareas rutinarias que consideraba indignas de su talento. A pesar de la seguridad que ofrecían, el frío y el viento eran implacables, y el tiempo transcurría lento y peligroso en aquella tundra infinita.
Incontables minutos pasaron, y el único rastro que hallaban eran fragmentos de roca dispersos, recuerdos quebrados de una gloria perdida. Uno de los arqueólogos se inclinó sobre las piezas, examinando con esperanza de que aquel viaje no resultara en vano. Pero el general observaba el cielo con ojos endurecidos y tensos, y su voz firme fue un susurro de advertencia en la ventisca:
—Debemos regresar antes de que la tormenta nos reclame.
—Como siempre, otro trabajo sin sentido —murmuró el joven soldado, con un tono que rozaba el desdén—. Aunque, supongo que es mejor que escoltar a la princesa a sus interminables fiestas triviales.
El arqueólogo frunció el ceño, su mirada helada como el mármol.
—Soldado, no toleraré semejante imprudencia. Faltarle al respeto a la princesa Cadence es inaceptable.
El soldado, sin inmutarse, esbozó una sonrisa desafiante.
—En realidad, ni siquiera recibo órdenes directas de ella. La mayoría de los mandatos provienen de Sir Shining Armor, quien, por cierto, tiene pocas tareas de las que encargarse —agregó, casi como si fuera una broma—. Y, al final de cuentas, era Celestia quien nos mandaba.
El general, percibiendo la tensión creciente, soltó una risa contenida e intentó desviar la conversación.
—Al menos eso nos da la excusa perfecta para escaparnos a Equestria de vez en cuando, ¿no?
Pero el joven soldado parecía ajeno al intento de apaciguar. Sus ojos destellaban con un fuego de frustración.
—¡Estoy harto de Equestria, harto del imperio! ¡Nada interesante sucede aquí! —rezongó, su voz cargada de un anhelo inquieto y reprimido.
El general abrió la boca, listo para reprender al soldado, cuando un golpe seco resonó en la lejanía, rompiendo el silencio de las montañas. La nieve acumulada tembló y comenzó a deslizarse suavemente, cayendo en una cascada blanca por la pendiente.
En un instante, los guardias se pusieron en guardia, formando un escudo protector alrededor del arqueólogo que, pálido, se refugiaba junto a una pared de hielo, los ojos bien abiertos por el temor. Entonces, un canto extraño se alzó en el aire. Era un sonido familiar y, al mismo tiempo, desconocido; un aullido que retumbó entre los picos como el eco de una amenaza lejana. Pero ¿cómo podía haber lobos en el imperio de Cristal?
Una ráfaga helada barrió el pelaje de los ponis, dejando un rastro invisible en la nieve que pronto se desvaneció con el viento. Unas gotas escarlata, casi imperceptibles, salpicaron la nieve como un presagio ominoso.
El general avanzó hacia el arqueólogo, un extraño presentimiento agitando su corazón. Al girar la vista, un vacío inquietante lo recibió: su joven subordinado había desaparecido sin dejar rastro. Pero antes de que pudiera llamar su nombre, lo divisó en la distancia: el joven soldado se erguía, su espada reluciendo en alto mientras galopaba con determinación hacia la sombra de una bestia que aguardaba en la penumbra, oculta tras un manto de neblina y misterio.
—¡Soldado, regrese aquí! —rugió el general, su voz resonando con autoridad y preocupación, pero el eco fue lo único que le devolvió respuesta.
Finalmente, los sonidos del galope se desvanecieron, dejando un silencio espeso, casi opresivo. La nieve crujía bajo sus pezuñas, pero incluso esos sonidos parecían apagarse en aquel vacío ominoso, mientras la quietud se cernía como un presagio oscuro sobre la escena.
—¡Vámonos!
—Pe pero el joven —tartamudeó el arqueólogo.
—¡Quiere vivir o no! —Declaró mientras se alejaba.
Ambos corceles corrieron desesperados al imperio, quedándose vulnerables al dejar las montañas cualquiera podría verlos. Al llegar a una montaña pequeña se quedaron a recuperar el aliento, hasta que lo vieron.
Su pelaje blanco reluciendo lueces celestes cuál el cielo, sus ojos de un azul casi negro, el hocico largo y elegante armado de afilados colmillos viéndolos pasivamente desde la roca.
El Sol hizo relucir sus témpanos en el pelaje duro cuál navajas que lo separaban de ver de un lobo normal.
No desperdiciaron su poco aliento y se refugiaron en la entrada del imperio de Cristal.
La Bestia se quedó a observarlos correr nadie sabría que pensaba o qué haría.
El día fluyó naturalmente, la pradera de canterlot se presentaba imposible ignorar la tragedia de ese día.
Las amigas de Twilight tomaban un pic-nic en los jardines reales, les dijo que las alcanzaría en un momento pero como siempre la comida empezó a enfriar se .
Habiendo tomado cada tema de conversación la mente de las yeguas volvió a acordarse de Sombra, quién con Starlight estaba a varios metros de distancia casi en la bajada de una Colina.
Applejack empezó a hablar.
—Sigue sin darme confianza ese tipo, ¿como Twilight soporta estar en el mismo techo que él?—Applejack chasqueó la lengua.
—Sigo sin entender porque no lo llevamos al tártaro —dijo Rainbowdash.
—Recuerdan lo que pasó con Cozy y Tirek —dijo Pinkie pie.
—Y no podemos matarlo —dijo Applejack.
Las tres suspiraron hasta que Fluttershy decidió romper su silencio.
—No puedo creerlo de ustedes, prometimos confiar en Twilight.
Ella sabe que es lo mejor para todos —regaño Fluttershy.
—Fluttershy estamos hablando de un maldito monstruo —argumento Rainbowdash.
—Querida si Twilight no creyera que fuera posible de redimir ya se hubiera deshecho de él, es la princesa por algo —Respondió Rarity.
—Igual, no sé cómo puede dormir tranquila con ese horrible monstruo —dijo Applejack, frunciendo el ceño y sacudiendo la cabeza como si intentara borrar la imagen de su mente.
—Monstruo, sí; horrible... —Rarity continuó, con una ligera pausa, ladeando la cabeza con cierto interés—. Bueno, para no ser un pony, es bastante... atractivo.
Rainbow Dash escupió el jugo de naranja, tosiendo tan fuerte que sus alas se agitaron. Las demás la miraron preocupadas, mientras ella intentaba recuperar el aliento con los ojos desorbitados. Rarity, sin embargo, desvió la mirada con un leve rubor; al parecer, ni ella misma había pensado bien lo que estaba diciendo.
—Después de Blueblood, no creí que pudieras caer tan bajo —rezongó Rainbow Dash, descomponiéndose lo mejor que pudo y mirando a Rarity con incredulidad.
Rarity le lanzó una mirada ofendida, pero no encontró palabras de inmediato. Por un segundo, en la sala se sintió un silencio lleno de susurros no dichos.
—Como si ustedes no lo hubieran pensado —replicó Rarity, alzando una ceja desafiante mientras sonreía con aire inocente.
Las demás la miraron con ojos entrecerrados, juzgando sin disimulo. Un incómodo silencio cayó entre ellas, y una leve incomodidad se asomó en sus miradas, como si, en el fondo, alguna parte de ellas estuviera considerando sus palabras.
Starlight fingió no escuchar los susurros a su alrededor, como si sus amigas no estuvieran murmurando en la misma sala. No podía culparlas; después de todo, Sombra era un tema difícil de ignorar. Pero esos cuchicheos ciertamente no le facilitaban la tarea.
Desde que lo había traído a la escuela de la amistad, Sombra permanecía inexplicablemente impasible ante cualquier situación que se le presentara. No gruñía, ni protestaba, ni siquiera mostraba una chispa de expresión o comentario. Esa calma imperturbable la ponía más nerviosa que cuando apenas lo había conocido.
—Bueno, ¿y qué quieres hacer hoy? —preguntó al fin, en un tono un tanto desafiante.
Sombra mantuvo la mirada fija en el horizonte, sus ojos vacíos y su expresión tan impenetrable como siempre. Solo una de sus orejas se movió ligeramente cuando una brisa suave le acarició el rostro.
—Supongo que... nada. —Suspiró Starlight, rodando los ojos con exasperación—. Vaya, para ser una encarnación de la maldad, eres sorprendentemente aburrido.
Sombra resopló, lanzando un relincho de exasperación mientras se dejaba caer al suelo, dejando escapar un suspiro frustrado. Sus ojos brillaban con un tinte sombrío y hastiado.
—¿Por qué no vas con tus amiguitas a insultarme? —gruñó, su tono impregnado de resentimiento y cansancio.
Starlight se mantuvo firme, aunque la tensión entre ambos era palpable, como una cuerda tirante a punto de romperse. Con una voz calmada pero implacable, respondió:
—Oye, no puedes culparlas por sentirse nerviosas, causaste bastantes problemas.
Hubo un breve silencio, pesado y denso. Starlight, buscando aliviar aquella atmósfera cargada, dejó escapar un comentario sin pensarlo dos veces.
—Bueno, al menos Rarity piensa que eres atractivo... —Las palabras se esfumaron de sus labios antes de que pudiera detenerse, y al instante se dio cuenta de lo absurdo que había sonado.
Sombra arqueó una ceja, mirándola con una mezcla de preocupación y desconcierto, como si le estuviera hablando en un idioma desconocido.
—Nadie había dicho eso sobre mí
Starlight se rió nerviosamente, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas.
—¿En serio? Bueno... sé que eras un villano, pero alguna que otra yegua debió haberte echado el ojo. —Intentaba sonar casual, aunque las palabras parecían tropezarse en su boca.
Sombra soltó una risa amarga.
—Mi relación con los ponis de cristal era todo menos amigable.
Starlight titubeó, sin saber si su siguiente pregunta cruzaba una línea.
—¿No tenías... novia?
—Absolutamente no. Ningún poni de cristal era digno de mi presencia —gruñó Sombra, con un tono tan altivo como cargado de desdén.
Starlight esbozó una sonrisa traviesa y se inclinó ligeramente hacia él, dispuesta a presionar donde sabía que dolía.
—Oh, ¿en serio? ¿Y qué hay de esa potranca de la que escribías tanto en tu diario? —se mofó, con una chispa burlona en la mirada—. Twilight dice que, al menos, llenaste unas cien páginas sobre lo maravillosa y perfecta que era. No sé… suena bastante sospechoso.
Sombra sintió cómo una oleada de calor le subía por todo el cuerpo. Si fuera otro tipo de pony, su rostro habría dejado ver el rubor delator, pero su pelaje oscuro ocultaba la incomodidad que lo consumía al hablar de su primer amor. Mantuvo el ceño fruncido, pero no podía evitar que su respiración se acelerara un poco, revelando el nerviosismo que trataba de disimular.Starlight lanzó una sonrisa pícara, sus ojos destellando con un brillo de satisfacción al ver el leve titubeo en el semental, quien intentaba recomponerse. La incomodidad en su mirada solo confirmaba la sospecha de Starlight.
—¿Así que acerté? —dijo ella, inclinando ligeramente la cabeza, dejando entrever su curiosidad juguetona.
El semental carraspeó, desviando la mirada por un instante antes de responder.
—Solo... era una amiga —murmuró, aunque la inseguridad en su voz lo traicionaba.
—¡Uuy, el señor oscuro tuvo una amante! —entonó Starlight en un cántico teatral, alargando cada palabra con un aire soñador—. ¡Qué romántico!
—Cállate —gruñó él, con un tono que apenas disimulaba su incomodidad.
—Venga, cuéntame —insistió Starlight, sus ojos brillando con travesura.
—¿No lo leíste en mi diario? —espetó, visiblemente molesto, pero quizá también un poco retador.
—Intenté, pero no pude pasar de las primeras páginas. Demasiadas palabras pomposas y... complicadas. Además, tu caligrafía es tan... excéntrica —respondió ella, divertida, simulando que le costaba encontrar la palabra adecuada.
—Era para darle imponencia —contestó, con un dejo de orgullo, aunque su tono traicionaba un toque de vergüenza.
—Sabes, a veces llegas a ser extrañamente agradable —río Starlight .
Las orejas de Sombra temblaron ante su comentario, volteo al horizonte sin decir una palabra. Pero Starlight podía jurar ver un destello en sus ojos. Con confianza se aventuró a preguntar.
—¿Y cómo era ella?
—Eso ya no importa —respondió, con una voz que se desvanecía casi en un susurro.
—Si no importa, entonces háblame sobre ella —insistió, en un tono suave, casi como si temiera romper algo frágil.
El silencio se extendió entre ellos, y el otro dudó por un instante. Había pasado más de mil años desde que la había perdido, y, sin embargo, aún sentía su ausencia como una sombra persistente. Finalmente, suspiró, dejando caer las palabras con la misma pesadez con la que la recordaba.
—Cuando era un potrillo… los demás me consideraban raro. No podía hablar bien; las palabras simplemente no salían —soltó una risita, cargada de nostalgia—. Pero ella… ella fue la única que fue amable conmigo. Era algo extraña, sí, pero lo disfrutaba. Tenía la imaginación más grande de todas.
Los sentimientos de felicidad y melancolía se entrelazan en su voz al hablar de su mejor amiga, y Starlight no pudo evitar sentirse conmovida. Le contó sobre los juegos que inventaban, sobre cómo ella siempre se quedaba a su lado en la feria cuando aquellos infernales dolores lo atrapaban. Crecieron juntos, eran raros… pero eran raros juntos
—Ella debió ser muy especial.
—Lo era —respondió, un semblante triste oscureciendo su mirada—. Hasta que…
—¿Qué pasó?
—Ella me traicionó —susurró, como si cada palabra estuviera cargada de dolor.
Starlight sintió una punzada en su corazón. Se acercó un poco más, buscando la manera de entender la tormenta que habitaba dentro de él.
—¿Por qué lo crees? ¿Hubo algo que te hiciera pensar así?
—Cuando descubrió mi verdadera naturaleza, cuando se dio cuenta de que la ilusión que habían creado sobre mí era falsa… llamó a las princesas para que me liquidaran.
—Oh… —Starlight apenas pudo contener la sorpresa.
—Ahí entendí que no puedes confiar en los ponis.
Las palabras se deslizaron de sus labios como un veneno, cargadas de desilusión y dolor. Starlight sintió que la atmósfera se tornaba pesada, el eco de la traición resonando en el aire entre ellos.
Su mirada se dirigió al cielo, y la expresión antes soñadora se tornó en un gruñido de dolor al recordar la imagen de ella, que alguna vez le trajo dicha y amor, pero ahora punzaba su corazón con desgracia. Y, a pesar de todo, su corazón seguía latiendo locamente por ella.
Intentó olvidarla, enterrar ese amor en lo más profundo de su mente, con la esperanza de que se extinguiera. Pero, invariablemente, ese amor no podía dejar de regresar.