Shining Armor avanzaba por las laderas heladas, su respiración visible en el aire gélido como una exhalación de desesperación. La nieve crujía bajo sus cascos, y el viento, cortante como una daga, parecía susurrar advertencias. La oscuridad del paisaje se extendía interminable, como un océano de hielo, y él, solo en su misión, sentía el peso del tiempo oprimiendo sus hombros.
Uno de los soldados más prometedores había desaparecido: un joven prodigio cuya determinación brillaba tanto como su inexperiencia. Había oído hablar de los peligros que afrontó Equestria, las heroínas que la defendieron valientemente y, movido por un anhelo infantil de gloria, se alistó en la guardia soñando con convertirse en héroe.
Shinning intentó guiarlo por el camino de ser más centrado pero el joven no se rendía en su soberbia. El príncipe pensó que sería bueno mandarlo a una misión peligrosa para que así dimensionara sus límites, no pensó que podría haber sido la última.
Rasco la nieve, desesperado por ver una señal, que fue arrastrada por una brisa rauda. las huellas se disiparon por la tormenta.
—¿Estás seguro de que aquí había un lobo? Ni siquiera ellos pueden soportar este ambiente —dijo, con una mirada severa que se perdía en el horizonte gélido.
—Muy seguro, mi señor. Jamás confundiría esos colmillos —respondió el general, con voz firme y un gesto que denotaba tanto respeto como inquietud.
El silencio que siguió era pesado, como si el propio aire se resistiera a moverse.
—Es tan extraño… —murmuró Shinning, sus ojos entrecerrados buscando respuestas entre la escarcha y las sombras danzantes de la ventisca.
—Aunque… —añadió el general, dudando por un instante antes de continuar— jamás había visto un lobo con cristal incrustado en el pelaje.
El peso de sus palabras quedó suspendido en el aire helado, como si el mundo mismo retuviera el aliento ante tal revelación.
Shining se quedó caminando hasta ver una imagen que lo dejó helado. Unos pilares de Cristal totalmente roto, las cárceles de hielo comenzaban a abrirse.
—¡General, mi pluma y papel! ¡Esto es importante! —ordenó Shining, con una voz cargada de tensión mientras giraba hacia su subordinado.
Sin perder un instante, el general le entregó los objetos, percibiendo la urgencia en cada movimiento del comandante. Shining tomó la pluma con su magia, y con una velocidad que desbordaba tanto precisión como desesperación, trazó en el pergamino una súplica urgente.
"Princesa Twilight, el peligro es inminente. Los pilares están destruidos y las cárceles de hielo se están abriendo. Debemos actuar antes de que sea demasiado tarde. Necesitamos tu ayuda, ahora más que nunca."
El sudor frío perlaba su frente mientras enrollaba la carta, sellándola con un hechizo rápido. Cerró los ojos por un breve instante, canalizando su magia, y envió el mensaje surcando el aire hacia su hermana.
—Rápido, Twily, te necesitamos —susurró, casi en una plegaria, mientras se giraba y comenzaba a correr de regreso al castillo.
Cuando se fueron por fin el lobo hizo presencia cerca de las cárceles, su tamaño calzaba con el hueco de la entrada rasco un poco el pilar para limar sus garras. Solo se quedó viendo al horizonte a los ponis que corrían, incluso él sabía que peligros vendrían.
Era una tranquila mañana en el palacio de Canterlot. La luz del sol se filtraba suavemente a través de los altos ventanales, iluminando el comedor con un resplandor cálido y dorado. En la mesa, un peculiar trío compartía el desayuno, una escena que, a pesar de su aparente cotidianidad, nunca dejaba de sentirse extraña para ellos.
Starlight Glimmer, con los hombros caídos y una mirada perdida en el vapor que se elevaba de su taza de té, se sentía atrapada en una maraña de dudas. Había intentado de todo con su paciente: palabras amables, estrategias cuidadosamente pensadas, incluso conversaciones incómodamente directas. Pero nada parecía surtir efecto.
De hecho, estaba segura de que había empeorado las cosas. Él, sentado al otro lado de la mesa, parecía más callado que nunca. Su mirada se mantenía fija en algún punto indefinido, y los pocos intentos de conversación por parte de Starlight habían caído en un abismo de silencio.
Twilight mantenía su mirada fija en su taza de café, fingiendo indiferencia. Pero en su interior, cada sorbo estaba cargado de resignación. La esperanza que alguna vez había tenido en él se desvanecía lentamente, como el vapor que ascendía de su bebida. Trataba de ignorarlo, de no pensar en las grietas que aparecían en sus planes, pero era imposible no sentir el peso de su fracaso.
De reojo, observó a Sombra. Su plato permanecía intacto, las verduras aún dispuestas con la perfección de quien apenas ha tocado su comida. Twilight arqueó una ceja y, con un intento de alivianar la tensión, adoptó un tono burlón, casi maternal.
—¿No comerás tus verduras? —preguntó, un toque de ironía en su voz, mientras daba un sorbo más a su café.
—No sé por qué, pero cada vez que como, me siento más débil. Es como si la comida me estuviera robando la fuerza.
—Eso no tiene sentido —dijo Starlight, frunciendo el ceño mientras lanzaba una mirada incrédula hacia Sombra.
Pero Twilight no respondió de inmediato. Algo en las palabras de Sombra parecía inquietarla, como una melodía desafinada que no podía ignorar.
—Espera un momento —dijo finalmente, con voz firme, mientras tomaba una cuchara del plato frente a Sombra. Sin dudarlo, recogió un poco de las verduras y las llevó a su boca.
Starlight y Sombra intercambiaron miradas, ambos sorprendidos por el repentino gesto de Twilight. El comedor quedó en un silencio incómodo mientras la princesa masticaba lentamente, su expresión inescrutable.
De pronto, Twilight se detuvo. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor, y sus ojos se abrieron con alarma. Apenas logró tragar antes de comenzar a toser violentamente.
—¡Twilight! —gritó Starlight, levantándose de un salto.
La princesa cayó de su silla, llevándose una mano al pecho mientras su cuerpo se retorcía de manera involuntaria. La tos era áspera, desesperada, como si algo invisible la estuviera ahogando desde dentro.
En cuestión de segundos, varios sirvientes irrumpieron en la sala, alertados por el ruido. Dos de ellos se apresuraron a sostener a Twilight mientras otros corrían en busca de los enfermeros del castillo.
Starlight se quedó paralizada, su mente buscando explicaciones, mientras Sombra observaba la escena con una mezcla de preocupación y sospecha. La tensión en el aire era insoportable, cada segundo alargándose como si el tiempo mismo se resistiera a avanzar.
Ambos la siguieron apresuradamente por los pasillos del palacio, con el sonido de sus cascos resonando en el mármol frío. El aire estaba cargado de tensión, pero al llegar a la enfermería, una sensación de alivio los envolvió al ver que Twilight ya estaba sentada, recuperándose bajo el cuidado de la sanadora real.
Gracias a un hechizo avanzado, el malestar de Twilight había desaparecido. Pero la sanadora, con su semblante serio, sostenía una copa de cristal con el resto de la comida. Sus ojos, entrecerrados por la concentración, brillaron con inquietud al girarse hacia ellos.
—Alguien ha estado envenenando la comida de Sombra por semanas —anunció con gravedad, dejando caer la copa sobre una bandeja. El sonido del vidrio al golpear el metal retumbó en la habitación como una sentencia.
Starlight apretó la mandíbula, indignada.
—Eso explica bastante. Veneno en la comida… vaya cobardes.
La sanadora asintió, limpiándose las patas con un paño antes de volver a hablar.
—Supongo que su amigo debe tener una resistencia natural al veneno. Si la princesa no fuera alicornio, probablemente la habría matado —declaró, su tono clínico y directo.
Twilight frunció el ceño, visiblemente afectada por la implicación, mientras Starlight murmuraba algo inaudible. Pero fue Sombra quien rompió el tenso silencio, su voz profunda y calmada llenando la habitación.
—Magia sanadora… Hace años que no la veo —dijo, su mirada perdida en un punto indefinido, como si aquel hechizo le evocara recuerdos de un tiempo remoto, uno enterrado bajo siglos de oscuridad.
—Sí, no es muy conocida —respondió la sanadora, con un leve encogimiento de hombros mientras guardaba sus herramientas mágicas en un bolso de cuero desgastado—. Fue encontrada hace siglos en unos escritos casi ilegibles. La mayoría de los magos ya la han olvidado.
Hizo una pausa, mirando a los presentes, y luego sacudió la cabeza con desdén, como si recordara algo inútil.
—Bueno, supongo que no les interesa.
Starlight, sin embargo, arqueó una ceja, claramente intrigada.
—A mí sí —dijo con firmeza, adelantándose un poco—. Cuéntame más.
Mientras hablaba, no pudo evitar notar cómo Sombra, en silencio, se daba la vuelta y abandonaba la habitación con paso lento pero decidido. Sus cascos resonaron suavemente al cruzar el umbral, su sombra alargada desapareciendo por el corredor.
Twilight, quien ya se veía mucho más repuesta tras el hechizo sanador, observó su partida con una mezcla de curiosidad y compasión.
—Supongo que le pegó duro saber que lo estaban envenenando —comentó, recostándose ligeramente en su asiento mientras sus ojos se entrecerraban, pensativa—. Debe ser difícil vivir sabiendo que todo el mundo intenta matarte.
Starlight asintió, aunque su atención aún estaba dividida entre las palabras de Twilight y la promesa de aprender más sobre la antigua magia sanadora. Afuera, el eco de los pasos de Sombra se desvaneció, dejándolas envueltas en un tenso silencio.
Horas después, Twilight había logrado recomponerse del incidente con el veneno. Sentada en su trono, sus pensamientos se entrelazaban en una maraña de dudas. Lo primero que hizo fue despedir al cocinero; su suerte, en otros tiempos, habría bastado para un destierro, pero la situación era más compleja ahora.
Su relación con Sombra, desde su regreso, se volvió peor de lo que creía posible. Había algo en su presencia que desbordaba la tranquilidad que había conocido antes. El peso de la incertidumbre se le acumulaba en el pecho, y antes de que pudiera ahondar en sus inquietudes, una carta llegó de su hermano.
Twilight rezó, un suspiro de esperanza cruzando sus labios, que no fuera más que un mensaje trivial. Pero al abrirla, la realidad se presentó como una sombra aún más alargada que la que ya había tenido que enfrentar. Cadence había debilitado considerablemente su magia al intentar bloquear el regreso de Sombra. Y peor aún, la magia de Shining Armor, en esta ocasión, era inútil.
Lo que les esperaba era algo mucho más temible que un lobo. Necesitaban conocimiento profundo y preciso, la clase de sabiduría que solo los más antiguos poseían, para sellar de nuevo las cárceles de cristal, antes de que algo aún más oscuro y peligroso escapara.
—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Starlight, su voz teñida de ansiedad mientras daba un paso hacia Twilight.
La alicornio no respondió de inmediato. Estaba troteando en círculos por la sala, con las alas ligeramente extendidas y la mirada perdida en el suelo. Finalmente, soltó un suspiro frustrado.
—En realidad, ya no lo sé —admitió, deteniéndose un momento antes de reanudar su frenético ir y venir—. No se me ocurre nada más. Y para colmo, ahora tengo que lidiar con este problema en el Imperio de Cristal. No puedo abandonar a ninguno.
Starlight la observó con preocupación, intentando encontrar algo de calma en medio del caos.
—Pero tampoco podemos dejarlo aquí —añadió, con un tono de urgencia—, no después del incidente del veneno.
—¡Exacto! —exclamó Twilight, deteniéndose de golpe—. Y para colmo, tuve que despedir a mi mejor cocinero. Jamás pensé que él intentaría algo así.
—Bueno… su justificación fue que Sombra lo obligó a hacer una pizza completamente negra, con pimiento verde y salsa púrpura —respondió Starlight, mordiéndose el labio para contener la risa.
Twilight le dirigió una mirada severa, pero no pudo evitar que un suspiro de exasperación escapara de sus labios.
—Eso no cambia las cosas. Lo peor es que ni siquiera fue culpa suya. Diablo, ¿qué le habrá hecho Discord a ese Umbrun?
Starlight hizo una mueca, pero decidió no insistir más en el tema. En cambio, Twilight recuperó su postura habitual, su rostro reflejando una mezcla de determinación y cansancio.
—Volviendo a lo importante —declaró con firmeza—, iré al Imperio de Cristal para ayudar a mi hermano. Mientras tanto, tú y Spike se encargarán del castillo.
Starlight ladeó la cabeza, dudosa.
—¿Estás segura de que es la mejor opción?
Twilight le dirigió una mirada tranquila, pero segura.
—No te preocupes, no tardaré. Probablemente solo sea otra de esas criaturas traviesas.
Starlight pareció relajarse por un instante, pero luego, como si una sombra cruzara por su mente, murmuró:
—¿Y si el hielo se rompe?
La pregunta pareció congelar el aire. Twilight se quedó quieta, su mirada fija en el vacío, antes de caminar lentamente hacia la ventana. Sus ojos se perdieron en el horizonte, donde las montañas nevadas parecían guardar secretos que ella deseaba no tener que enfrentar.
—Entonces… —susurró, apenas audible, mientras una chispa de determinación encendía su mirada—. Tendré que enfrentarme a aquello.
El silencio que siguió fue pesado, cargado de incertidumbre. Starlight no supo qué responder, pero supo que, fuese lo que fuese aquello, Twilight estaba dispuesta a enfrentarlo, sin importar el precio.
Twilight extendió sus majestuosas alas, el brillo del sol poniente reflejándose en cada pluma mientras se elevaba hacia el cielo. Con un poderoso batir de alas, rompió el aire gélido y comenzó su vuelo hacia el Imperio de Cristal. A medida que ascendía, su silueta se desvaneció lentamente en la distancia, perdiéndose entre las nubes que cubrían el horizonte.
Desde el balcón, Starlight observaba en silencio, la vista fija en el lugar donde su amiga y líder se desvanecía. Una punzada en el corazón la atravesó, una sensación amarga que le recordó la creciente carga que debía llevar..
Días pasaron desde que Twilight partió hacia el Imperio de Cristal. El castillo quedó en un silencio pesado. Starlight se encontraba sola en los pasillos vacíos, con solo la compañía de sus pensamientos. Spike, quien se había hecho cargo de los deberes reales con sorprendente eficiencia gracias a su experiencia, no parecía tan afectado por la ausencia de la princesa. Pero Starlight no podía escapar de la inquietud que le atenazaba el pecho.
Sombra, por su parte, no mostraba cambios aparentes. Su actitud seguía siendo la misma, reservada, incluso distante. Sin embargo, el caso del veneno lo había transformado en alguien más frío, más inaccesible. Un muro invisible se alzaba entre ellos, separándolos aún más, y Starlight sentía como si cada palabra que intercambiaban fuera un esfuerzo vano.
Agobiada por la tensión y la confusión, Starlight no pudo soportarlo más. Sin pensarlo, buscó su atención de la manera más brusca que pudo, su voz cortante rompiendo el silencio.
—Entonces... —Starlight dio un paso hacia él, su voz temblorosa, vacilante como si cada palabra le costara más que la anterior—. ¿Podrías enseñarme sobre la magia oscura?
Un leve temblor recorrió una de las orejas de Sombra, un destello de curiosidad que rápidamente desapareció bajo su semblante gélido. Sus ojos, fijos en ella, no traicionaron la más mínima emoción, pero su tono sarcástico habló por él.
—No creí que lo ibas a pedir tan... descaradamente —murmuró, soltando una risa áspera, casi cruel. Su voz era baja, y la risa retumbó en el aire como el eco de algo antiguo y siniestro—. Aunque, claro, con tu... expediente, no me sorprende.
Starlight sacudió su cabeza rápidamente, no quería sonar interesada.
—No me malinterpretes. —Su voz sonó más firme, aunque la tensión en el aire seguía palpable—. Solo busco ampliar mi conocimiento, conocer todo tipo de magia.
Sombra la observó un momento, su mirada fría y calculadora, y luego dejó escapar un suspiro pesado, como si la petición de Starlight fuera algo trivial.
—Claro. —Respondió con desdén, su voz suave pero cargada de sarcasmo.
Starlight lo desafió con la mirada, y sin perder la oportunidad, soltó una sonrisa cargada de cinismo.
—¿Qué más podrías hacer, aparte de vagar y acostarte como un perro deprimido todo el día?
—Aunque quisiera contártelo, me temo que no puedo darte lo que buscas. —Sombra habló lentamente, su voz resonando con una oscuridad que parecía emanar de su propio ser—. La magia oscura ha sido parte de mí desde mi concepción. Simplemente... fluye a través de mí.
—Es lo que me contó Twilight. —Starlight frunció el ceño, recordando las palabras de su amiga—. Los umbruns son seres de oscuridad peligrosa.
Sombra desvió la mirada, sus ojos opacos llenos de una calma inquietante.
—Todos los seres mágicos tienen el potencial de poseer ese poder... si se lo proponen. —Su tono era bajo, como si hablara de algo demasiado antiguo y oscuro como para comprenderlo realmente—. Solo necesitas una emoción verdaderamente fuerte... y dejar que llene todo tu ser. Enfocar esa energía negativa en lo que deseas lograr.
Starlight se mordió el labio, pensativa. Las palabras de Sombra resonaron en su mente, y una sombra de inquietud se apoderó de ella. No era tan diferente a aquellas ocasiones en que se había dejado llevar por sus propias emociones desbordadas, aquellas veces en las que sus deseos y temores la habían arrastrado a límites peligrosos.
—Ha de ser bastante peligroso -dijo reflexionando en silencio, tal vez no estaba preparada para investigar de algo tan arriesgado.
—Y puedes perder el control de tu propia mente. —Sombra hizo una larga pausa, su mirada perdida en algún punto distante. Su voz se tornó más suave, como si hablara desde un lugar de experiencia amarga—. Cuando llegas a controlar tu propio sufrimiento y miedo... lograrás hundir a los demás con ellos.
—Creo que por eso Luna llegó a ser Nightmare Moon. —La conexión de Starlight fue inmediata, como si esa idea se hubiera estado formando en su mente desde hacía tiempo.
Sombra la miró fijamente, un destello de sorpresa en sus ojos, antes de responder con una risa baja, cargada de algo indescriptible.
—¿Ella hizo eso? —Su tono era casi incrédulo, como si la verdad le resultara extraña, aunque probablemente la conociera bien.
—¿Jamás escuchaste sobre Nightmare Moon? —Starlight se sorprendió, pero enseguida lo ocultó con una mueca que no alcanzaba a esconder la preocupación.
—Estuve encerrado por mil años. —La respuesta de Sombra fue tan fría como la distancia en su mirada. Un rincón de su pasado parecía haberle arrebatado cualquier rastro de emoción. —Antes de eso, ella era solo una princesa normal.
—Ella fue consumida por la oscuridad y los celos. —Starlight bajó la mirada, el eco de sus palabras resonando con un dolor que apenas comprendía. —Porque los ponis no apreciaban su noche.
—Ustedes, los ponis, son muy delicados. —Sombra se permitió una sonrisa amarga, como si la observación fuera un juicio despectivo. —Buscan cualquier estupidez para volverse malvados.
Starlight lo miró por un largo momento, como si sus palabras la hubieran golpeado con más fuerza de lo que esperaba.
—Tú también calzas con nosotros. —La respuesta fue rápida, mordaz, como un reflejo de algo que había estado esperando decir.
—Ustedes tuvieron la elección. Yo nací así. —La voz de Sombra fue grave, cargada de resentimiento, como si cada palabra estuviera empapada de una historia amarga.
Starlight no contestó de inmediato. En lugar de eso, se levantó y caminó hacia el borde del jardín, sus pasos resonando suavemente sobre la tierra. El aire fresco movió sus bucles con suavidad, y el sonido de las hojas meciéndose en los árboles acompañó su silencio. Sin volverse, sus palabras flotaron en el aire, pensativas.
—Debe ser cruel, tener tanto poder... y aún así no tener la libertad de usarlo. Un rey que no puede decidir siquiera el rumbo de su propia vida. —La observación no fue una burla, sino una reflexión sincera, una empatía que intentaba alcanzar algo que aún no comprendía completamente.
Sombra, que hasta ese momento había mantenido su expresión estoica, mostró un destello de furia. Su rostro se torció en una mueca llena de odio, y con un movimiento violento, se levantó, arrancando las plantas y arbustos a su paso, como si su furia pudiera encontrar alivio en la destrucción.
Starlight observó en silencio, sintiendo cómo la atmósfera a su alrededor se volvía más densa. ¿Había ido demasiado lejos? Sus palabras, aunque bien intencionadas, parecían haber golpeado una herida profunda.
—Lo arruiné... ¿no es cierto? —Se susurró a sí misma, con una expresión de incertidumbre y arrepentimiento. .
Volando por el opaco cielo nocturno, luna vacía sus alas contra las gélidas corrientes de aire de camino a canterlot. Mil vueltas daba su cabeza, tenia que hablar de eso pronto.
En la cabaña su hermana le dijo que un viejo poni hace siglos encontró una pequeña valija de cuero con un símbolo dorado de dos serpientes entrelazadas, en ella había unos cuantos pergaminos y medicinas.
Apuntes que ella había tomado de su estadía con ellas, no había duda que eran de Radiant Hope.
Le pregunto a su hermana si vendría con ella al castillo, a lo que se negó sin más explicación Luna entendió que Celestia quería estar lo mas alejada posible de Sombra: Luna sabia porque pero era mejor no recordarlo.
Asi mismo Celestia le questiono a su hermana, porque estaba tan inmiscuida en esta situación, no era solo para cumplir un favor a Twilight, Había algo mas en eso.
tal vez al final le había agarrado cariño a sombra, tal vez eran deseos egoístas para perdonarse así misma, o su deber de curar las pesadillas.
Luna no dio respuestas, ella ni siquiera lo sabia.
Luna llegó a Canterlot agitada con una valija vieja entre sus cascos al llegar al palacio se asombró de que la sala del trono estuviera vacío. Antes de que pudiera reaccionar Starlight llegó corriendo a su encuentro.
—Luna, te vi arribar —dijo Starlight, alcanzándola con el aliento entrecortado tras una corta carrera—. Twilight tuvo que marcharse. Parece que algo grave está ocurriendo en el Ártico Norte.
La mirada de Starlight se deslizó hacia el bolso que colgaba del costado de Luna, cuyos bordes desgastados hablaban de viajes largos y secretos pesados.
—¿Y eso? —preguntó, ladeando la cabeza con curiosidad.
Luna sujetó la valija con firmeza, como si temiera que las palabras que estaban por venir fueran más pesadas que el objeto mismo.
—Es algo que venía a discutir con Twilight —respondió, su tono impregnado de una seriedad que apagó cualquier rastro de ligereza. Una pausa se extendió, y entonces sacudió ligeramente el bolso, como si quisiera dejar en claro que su contenido no era común—. He descubierto algunas cosas sobre esa pony..
—No creo que esté listo para escuchar sobre eso —murmuró Starlight, desviando la mirada, como si temiera el peso de las palabras que se avecinaban.
—¿Ya te ha contado algo? —preguntó Luna, escrutando a Starlight con una mezcla de curiosidad y urgencia.
—Sí... pero no de una manera agradable —admitió, su voz teñida de incomodidad—. Dice que lo traicionó.
Luna frunció el ceño, un destello de indignación cruzando su rostro.
—¡Eso no es cierto! —exclamó con firmeza, su tono más alto de lo que pretendía.
—Tal vez no, pero él no está de humor para escucharlo —replicó Starlight con un suspiro. Sus hombros se hundieron levemente—. Hace semanas que apenas reacciona a nada.
Luna se tomó un momento para calmarse, su semblante suavizándose mientras asentía con decisión.
—Déjamelo a mí. Sé lo que debo hacer.
Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y salió hacia los jardines.
El aire en los jardines era frío, impregnado de un silencio que sólo rompían las hojas secas al crujir bajo sus cascos. Bajo un árbol anciano, cuyas ramas desnudas se extendían como manos implorantes hacia el cielo, estaba él. Un corcel abatido, con la mirada perdida en un horizonte inexistente.
Luna no lo llamó. En lugar de eso, avanzó directamente hacia él, cada paso cargado de determinación.
—Hola —saludó Luna con una calma inesperada, su voz cargada de una empatía que rara vez dejaba entrever—. Sé que no empezamos bien, pero creo que es un despropósito seguir con esta hostilidad.
Sombra soltó un resoplido, sacudiéndose como si quisiera quitarse el peso de sus palabras. Sin molestarse en mirarla, respondió con desgano:
—Lo que sea.
Luna no se inmutó. En cambio, dejó que el silencio llenara el espacio mientras se recostaba en el césped, sus ojos fijos en las ramas desnudas del árbol.
—Es un lugar bastante agradable —comentó con suavidad, como si hablara más para sí misma que para él.
Sombra, intrigado a pesar de sí mismo, giró apenas la cabeza para observarla. La expresión despreocupada de Luna contrastaba con la carga que él sentía sobre sus hombros.
—Hacen esto todo el tiempo, ¿verdad? —dijo finalmente, su voz cargada de ironía—. Discord, Starlight y los demás... vaya que cambiaron su manera de tratar a los villanos. ¿Ya no quedan prisiones en el Tártaro?
El comentario mordaz de Sombra parecía buscar una reacción, pero Luna no dejó que la provocación la afectara.
—Los tiempos han cambiado —respondió con un hilo de voz, sus palabras temblorosas como hojas al viento—. Nosotros hemos evolucionado.
Sombra soltó una risa amarga, una sombra de burla asomando en su tono.
—¿O tal vez fue Celestia la que cambió? —preguntó, sus ojos ahora fijos en ella, oscuros y acusatorios—. Cuando su preciada hermanita resultó ser como los monstruos que solía encarcelar.
El silencio que siguió fue pesado, como si el mundo mismo contuviera el aliento ante el filo de esas palabras.
Luna se tensó, su postura rígida y sus ojos centelleantes.
—¿Cómo supiste eso? —espetó con una mezcla de sorpresa y furia.
Sombra dejó escapar una risa cruel, su sonrisa torcida reflejando un deleite malsano.
—Starlight me lo contó —respondió, disfrutando del momento—. Pensó que me haría empatizar contigo.
Su sonrisa se ensanchó mientras añadía con veneno:
—Incluso teniéndolo todo —poder, estatus, una hermana que te amaba—, caíste en la oscuridad. Vaya que fuiste berrinchuda, princesa.
Luna apretó los dientes, pero no dejó que su expresión traicionara el dolor que esas palabras le causaban. En cambio, su tono adquirió un filo de malicia.
—En eso tenemos algo en común, ¿no es así?
Sombra entrecerró los ojos, pero su actitud burlona flaqueó por un instante.
—A nadie en el Imperio de Cristal le importaba —escupió con amargura.
—Claro que sí —replicó Luna, con una seguridad tranquila que desarmaba su sarcasmo.
Con movimientos lentos y deliberados, tomó su valija y la giró para que Sombra pudiera ver claramente el símbolo grabado en ella.
Un escalofrío recorrió a Sombra al reconocer la forma: el bastón de las dos serpientes entrelazadas, un emblema que él conocía demasiado bien. Su corazón comenzó a latir con fuerza, y por un instante no pudo distinguir si era por miedo o algo más. Se enderezó, instintivamente poniéndose a la defensiva.
—Ella te amaba —dijo Luna, su voz suave pero cargada de una intensidad que atravesaba cualquier barrera.
—Ella me mandó a matar —replicó él, su tono mordaz, aunque con un temblor apenas perceptible.
Luna dio un paso adelante, su mirada fija en la de él, como si intentara perforar la armadura que lo protegía.
—¡Te amaba tanto que abandonarte la mató! —exclamó, su voz quebrándose ligeramente al final.
El silencio que siguió fue ensordecedor, cargado con las palabras que ninguno de los dos se atrevía a decir.
Sombra respiraba con dificultad, como si el aire mismo se negara a entrar en sus pulmones. No quería escuchar lo que sabía que era verdad. Era más fácil, menos doloroso, aferrarse a la idea de que ella había elegido destruirlo, que enfrentar el peso de haber sido él quien la condenó al sufrimiento.
Luna lo observó en silencio por un instante, su mirada cargada de algo más que simple compasión: era una mezcla de tristeza y firmeza, como si entendiera que las palabras que seguían no serían fáciles de pronunciar, ni de escuchar.
—Cuando te mandamos al páramo ártico, ella se quedó con nosotras —dijo finalmente, su tono grave, cada palabra cargada de memoria—. Por más que mi hermana trataba de animarla, de motivarla a continuar con sus estudios, ella no podía. No dejaba de pensar en ti.
Hizo una pausa, su mirada desviándose hacia el bolso que llevaba consigo.
—Lo único que sabemos es que un día desapareció. Fue hasta donde alguna vez estuvo el Imperio de Cristal. Nadie supo más de ella… hasta que un montañero encontró esto —dijo, levantando el bolso con cuidado, como si contuviera algo más que un simple objeto. Su voz se suavizó—. Creo que te estaba buscando.
Sombra permaneció en silencio por un momento, sus ojos fijos en el bolso como si este fuera un fantasma que lo perseguía. Finalmente, habló, pero su voz era hueca, desprovista de cualquier emoción.
—Igual, ya está muerta.
Luna frunció el ceño, su frustración palpable.
—¿Tan poco te importa? —espetó, su tono cortante como una hoja afilada—. Ni siquiera respetas su muerte.
Sombra apretó los dientes, desviando la mirada.
—No lo entenderías.
Luna dio un paso hacia él, su voz alzándose con una intensidad que lo obligó a mirarla.
—¡Claro que lo entiendo! —gritó, su tono quebrándose ligeramente al final—. He vivido años con el miedo constante de lastimar a los que amo.
Sombra la miró fijamente, su expresión endurecida.
—Pero no has vivido con el miedo de que los que dices amar te destruyan a ti —respondió, su voz baja pero cargada de un dolor profundo que no podía ocultar.
El silencio que siguió fue tan pesado como el aire en el páramo. Ambos sabían que, en el fondo, compartían más de lo que estaban dispuestos a admitir.
—Eso no tiene que ser así —dijo Luna, su voz apenas un susurro, cargada de sinceridad—. Puedes tener amigos de nuevo.
Sombra dejó escapar un suspiro largo y pesado, como si estuviera soltando un peso que llevaba encima desde hacía siglos. Luego, sin decir una palabra, se dejó caer sobre la hierba. Permaneció inmóvil, su cuerpo tenso mientras intentaba calmar la tormenta que rugía dentro de él.
—Creo que ya es demasiado tarde para mí —murmuró finalmente, su voz quebrada, apenas audible.
Luna, sin dudarlo, extendió su ala y lo envolvió con suavidad. No había temor en su gesto, sólo una calidez sincera que hablaba de comprensión y aceptación.
Sombra no la apartó. Por primera vez, permitió que alguien cruzara la barrera que siempre había mantenido firme. Se quedó allí, bajo el árbol viejo, sintiendo el peso de las hojas susurrar sobre ellos mientras la brisa jugueteaba con sus crines.
No dijo nada más. Tal vez no necesitaba palabras. Luna permaneció a su lado, ofreciéndole consuelo en un silencio que, por primera vez, no se sentía vacío.
Incluso si sólo era por ese momento, dejó que la brisa se llevara sus preocupaciones