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Entre el poder y el amor I: El corazón de un rebelde

Maria_Daza
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Synopsis
En el siglo XV, Bianca, una joven recién llegada a Florencia, entra al servicio de la influyente familia Medici. Su vida da un giro al conocer a Giacomo, un joven con una reputación turbia pero con una gran capacidad de amar profundamente. Sin embargo, las luchas por el poder y la rebelión en la ciudad los arrastran a un enfrentamiento inevitable, obligándolos a proteger Florencia de la tiranía de Rinaldo.
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Chapter 1 - Capítulo I: Escaramuza en Florencia

Aquella mañana en Venecia, en el año 1432, las aguas reflejaban los rayos del sol matutino y las calles vibraban por el tumulto del comercio y los navegantes en los canales.

En un carruaje tirado por dos caballos blancos, una joven de unos veinte años observaba, con sus ojos azules, las calles de su ciudad por última vez. Se había despedido de sus padres para dirigirse a Florencia. Aún sentía su caluroso abrazo con cálidas palabras de ánimo.

Sin embargo, sabía que a pesar de las distancias, el trabajo que le habían ofrecido los Medici era una gran oportunidad para mantener a su familia.

«Bianca, cuando empieces tu nueva vida, afronta los retos con firmeza y valentía... —recordaba las últimas palabras de su madre en la despedida—, siempre te querremos y estaremos muy orgullosos de ti.»

Aquel recuerdo hizo que sus ojos siguieran derramando lágrimas. Sus padres, un panadero y una nodriza, siempre trabajaron muy duro para ofrecerle una vida mejor. Ahora, le tocaba a Bianca hacer lo mismo.

A veces, cuando contemplaba las caras sonrientes de las personas que paseaban y conversaban con otras, se moría de ganas por unirse a ellas. Las envidiaba a quienes aún podían disfrutar de sus familias pero desvió la vista al frente, firme en su destino.

Dejó atrás la bella ciudad mientras que su corazón se debatía entre los recuerdos y las incertidumbres que le aguardaban en Florencia. Sin embargo, el calor del sol que se filtraba por la ventana le infundía fuerzas para afrontar su desafío.

Mientras atravesaban las ciudades Módena y Bolonia. El camino se le hizo cada vez más desafiante, reflejando dudas que llenaban su corazón.

Cerró los ojos y respiró hondo. Tenía que seguir adelante y no defraudar a sus padres ni a los Medici, ya que éstos le habían dado su voto de confianza.

Para distraerse, se dedicaba a observar el paisaje de vez en cuando. A través de la ventana abierta, pudo sentir el aire fresco que la naturaleza le aportaba. Aquello le dio fuerzas para empezar un nuevo desafío y demostrar su valía.

Al cabo de un tiempo, el sol del mediodía se abría paso en un cielo azulado y la vegetación iba quedándose atrás para dar lugar a la figura de imponentes edificios.

—¡Señorita, hemos llegado a Florencia! —escuchó la voz áspera del cochero y dejándose llevar por la curiosidad, se asomó por la ventana.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente y sin articular palabra, observaba cada detalle las desconocidas calles llenas de comercio y abarrotadas de personas que realizaban sus quehaceres.

En ese momento, el vehículo se detuvo en seco.

—¿Qué ocurre ahora? —se preguntó la muchacha con un sobresalto. Con el ceño fruncido, sentía que su inicio en la nueva ciudad sería un desastre. Sin embargo, ya no se escuchaba ni un sonido y la joven empezaba a asustarse.

—¿Hola?

Su llamada se quedó sin respuesta y con mucha cautela, se aproximó a la ventana ubicada a su izquierda. Y entonces gritó cuando se asomó la figura de un hombre de aspecto desaliñado. Éste abrió la puerta de golpe y la sacó a volandas.

—¿¡Qué estáis haciendo!? ¡Os exijo que me soltéis!

Su corazón latía con fuerza ante las ásperas y toscas manos del granuja. Propinó patadas al aire en un esfuerzo por gritar sin articular sonido, y él la arrojó al suelo. Ella se volteó y pudo comprobar que había más de aquellos hombres. Estos eran conocidos por tener una pésima reputación y en esos momentos disfrutaban lanzando el equipaje por los aires.

Los caballos, entre desenfrenados relinchos, comenzaban a encabritarse levantando las patas delanteras. Y a lo lejos, se escuchan los gritos de la gente que, atemorizada, no se atrevía a intervenir.

Las piernas le temblaban pero logró ponerse en pie y con los labios apretados se arremangó. No estaba dispuesta a dejarse llevar por el miedo.

—¿Qué hacéis? ¡Apartaos de mi equipaje! —avanzó hacia ellos con los ojos echando chispas. Tenía que enseñarles a respetar los objetos de una mujer. Pero el primer hombre que la encontró, se giró hacia ella y la agarró por los brazos.

A lo lejos, un muchacho presenciaba la escena con el corazón sobrecogido. Miró a ambos lados con el ceño fruncido ante la pasividad de aquellos que no la ayudaban y rápidamente, corrió en su dirección.

—¡Vaya! ¡Vaya! ¡Aquí tenemos a una niñita!

Una sonrisa torcida se dibujó en las comisuras con una mirada cargada de malicia puesta en la muchacha. Ella notó su cuerpo temblar pero luchó por mantenerse firme y le respondió con una mirada lo más fría que podía.

—¡Quítame… las manos… de encima! —las palabras de Bianca sonó cargadas de furia.

De un fuerte empujón, el hombre la derribó de nuevo al suelo. El impacto que sentía su cuerpo al caer sobre las piedras la arrancó quejido y una nube de polvo se levantó a su alrededor. Segundos después, la chica se giró con la mirada fija en él. Su expresión desafiante y feroz no logró amedrentar a la muchacha. Con la atención puesta en aquel bribón, deslizó su mano hacia su cinto.

—¡Creo que ya es hora de enseñar cuál es tu lugar!

Justo cuando iba a golpearla, una mano desconocida le sujetó con firmeza. Ella abrió los ojos con sorpresa, y ambos desviaron la mirada hacia el recién llegado.

Era un muchacho de complexión fuerte y tenía un desordenado cabello negro. Sus ojos ambarinos miraban fijos al granuja con aire desafiante— No permitiré que maltrates a una dama de ese modo.

Le tiró del brazo y con una mano libre, le golpeó con fuerza. El sinvergüenza cayó al suelo de espaldas.

Bianca miró a aquel joven, con una mezcla de gratitud y asombro. Realmente le sorprendió que alguien acudiera en su auxilio. Él a su vez, giró la cabeza hacia ella, que le correspondía con una sonrisa y un brillo de intriga en su mirada.

Nunca se había encontrado con nadie como él y no podía apartar la atención de sus hipnotizantes ojos ambarinos, en los que parecían entrever misterios secretos ansiosos por desvelarse. También notaba algo en su postura, una mezcla de seguridad y audacia, lo cual le impulsaba a actuar con firmeza sin dejarse llevar por el miedo. Le resultaba tan valiente y noble… que ideaba diversas maneras de darle las gracias por el buen gesto.

Por otro lado, Giacomo, que era su nombre, parecía percibir algo en los ojos de la muchacha. Había contemplado antes esa clase de mirada: la del miedo. Aunque esa emoción dejaba lugar a la determinación que no encajaba en una persona que necesitara ser rescatada. El chico tenía la sensación de que ella parecía compartir similitud con una persona que había conocido tiempo atrás. Aquello hizo que deseara conocerla a la vez que percibía en aquella joven, una poderosa fuerza oculta tras el terror. Sentía que, aunque estuvieran en medio del caos, una fuerza le impedía apartar la mirada de ella.

No podía permitirse dejar a una mujer desvalida y sola, al frente del peligro, sin que nadie la ayudara.

En medio del caos, sus miradas seguían conectadas y el tiempo parecía detenerse a su alrededor. Como un manto de paz y protección los envolviera en un ambiente cálido.

De pronto, un grito de ira los devolvió a la realidad y Bianca se percató de que el agresor, con una expresión de fiereza, corría en dirección al chico. Ella, armándose de valor, se le adelantó interponiéndose entre ellos y con un movimiento impulsivo, le golpeó. Este se alejó de los jóvenes entre tambaleos y con un estruendo seco, se desplomó sobre sus compañeros.

El muchacho, con los ojos abiertos como platos, observó a Bianca sin poder articular palabra. Aquella chica le sorprendía con creces, tenía el coraje y la fuerza de un león. Lo cual era algo que él no se esperaba de una mujer.

De pronto Bianca se sobresaltó al sentir que otro hombre la agarraba del brazo por sorpresa, y ella le pisoteó el pie con fuerza. Éste, entre maldiciones, saltó a la pata coja con las manos sujetas al pie herido. Ella echó a correr poniéndose al lado del cochero que observaba el espectáculo con un ligero temblor en el cuerpo.

En la distancia, ambos jóvenes se miraron una vez más.

—¿Te encuentras bien? —preguntó él con preocupación.

—Si, gracias.

—¡Rápido, regresa al carruaje y no mires atrás! —le gritó con urgencia, manteniendo su atención fija en los agresores. Sabía que el peligro aún no había pasado y temía que esos hombres volviesen a atacar a la muchacha. Éstos comenzaban a incorporarse del suelo con torpeza.

Los ojos de Giacomo se habían apartado de la joven, aunque su imagen le resultaba difícil de olvidar. Se repetía que aquello no le incumbía, pero que sabía que no podía mantenerse al margen. Tal vez su posición desafiante le recordaba lo que solía luchar por proteger.

Giacomo soltó un suspiro y alzó la espada frente a los malhechores, poniéndose delante del vehículo, añadió con tono intimidante— ¡No me obliguéis a utilizarla!

Bianca sin perder tiempo, se metió en el carruaje y el cochero arreó a los caballos prosiguiendo la marcha.

Los gamberros ya se habían puesto en pie, polvorientos por la caída, y con las espadas y dagas en las manos, se abalanzaron al chico.

—¡Corre! ¡Huye! —le gritó Bianca, observándole por la ventana del carruaje.

El muchacho se alejó a toda velocidad, seguido de los maleantes al tiempo que el vehículo seguía su camino.

La joven, con una exhalación nerviosa, se acomodó en el asiento y con las manos juntas, sentía que los temblores comenzaban a disminuir. Su mente permanecía fija en aquel chico que, con una mezcla de valentía y nobleza, se había enfrentado al peligro por ella. Entonces se preguntó quién era él y por qué la había salvado.

Apretó los labios e hizo un esfuerzo por concentrarse para asimilar la situación. Ella podría haber muerto pero por suerte, había sobrevivido gracias a aquel chico. Éste le había ofrecido una oportunidad para salir adelante con sus propósitos y Bianca no la iba a desperdiciar.

Por otro lado, Giacomo iba en dirección al Ponte Vecquio. Para esquivar a sus perseguidores, escaló el primer edificio y se subió al tejado provocando una oleada de escandalosas exclamaciones de la gente ante aquella temeridad. En ese momento, le invadía una sensación de adrenalina que le impulsaba a deslizarse por encima de los edificios con extrema agilidad. El plan funcionaba de maravilla... Pero esta vez... sintió una presencia detrás de él y en el último momento, se giró bloqueando el golpe con su espada con un chirrido metálico. El joven había sido muy avispado.

El sol desprendía un aire caluroso y sus rayos prácticamente dificultaron la vista de los dos oponentes.

El espadachín mantenía bloqueada su arma contra la suya y tras un forcejeo, consiguió arrancárselo de las manos y con la misma espada, lanzarlo al aire. Ésta cayó al río con un chapoteo y el granuja entonces, sacó su daga del cinto. Se lanzó sobre él consiguiendo herirle. Entre quejidos, se llevó la mano al costado y comprobó que sangraba.

Cuando se percató de la llegada del resto, el fugitivo saltó del tejado para caer sobre un puesto de carnicería en el lado izquierdo del Ponte Vecquio, arrancando una vez más exclamaciones de asombro por parte del pueblo.

—¡Qué muchachos tan desvergonzados! —exclamó una mujer de mediana edad, que paseaba con sus sobrinos.

—¡Qué barbaridad! —añadió el carnicero que atendía a unos clientes con un cuchillo cortando el muslo de pollo.

Rodó su cuerpo por el porche para aterrizar sobre el camino con dos pies y arrugando la nariz, continuó la huída. Aquella zona apestaba a carne ¿Por qué no cambiaban de comercio en ese puente?, se preguntaba.

Los perseguidores corrían tras él con expresión de fiereza. Parecían leones a punto de abalanzarse sobre un ciervo.

Por el camino, encontró un carromato que transportaba barriles de vino, saltó en él y con su espada cortó las cuerdas que los sostenían, rodando por el suelo en dirección a los perseguidores. Algunos se vieron obligados a retroceder para precipitarse al río y ponerse a salvo. El comerciante, se dio cuenta de la situación y tirando de la riendas, detuvo el carromato con aire furibundo. Los caballos inquietos, frenaron el paso con relinchos agitados.

Aquella parada le brindó la oportunidad para salir del vehículo.

—¡Maldito sinvergüenza! ¡Ya verás cuando te vea tu padre!

Él apenas podía escucharle en la distancia.

—¡Gracias por los barriles!

Por fin, había dejado atrás el Ponte Vecquio y seguía en dirección norte, donde el fétido olor a carne dejaba lugar a un aire fresco que le azotaba el rostro. Cuando alcanzó la Plaza de la Señoría. Se apoyó en una pared, a la sombra de un edificio para darse un respiro. Su pecho subía y bajaba a un ritmo acelerado, con un escalofrío recorriendo suavemente por la espalda. Al cabo de unos segundos, contempló la plaza con el ceño fruncido, como si esta fuese su mayor enemiga. Aquel lugar le trajo muy malos recuerdos, tan espantosos que le fueron imposibles de olvidar.

—¡Ahí está! —aquella voz le hizo regresar a la realidad. Sobresaltado, se volvió hacia los que quedaban de sus perseguidores. Le habían encontrado— ¡Te cogeremos!

Se dispuso a continuar con la escapada, pero otro grupo de hombres le cortaron el paso. Le acorralaron y sujetándolo con fuerza, le arrastraron hacia el centro de la plaza levantando una espesa polvareda a su alrededor. El pueblo, lejos de querer ayudarlo, se limitaba a presenciar la escena con ojos atentos y divertidos. Estaban acostumbrados a las escaramuzas protagonizadas por el chico pero lo que más disfrutaban era contemplar los castigos que sufría.

Le forzaron a arrodillarse cayendo al suelo de rodillas, y a causa del impacto sobre el duro terreno, Giacomo soltó un quejido. Su nariz percibió un fuerte olor a sudor ante la cercanía de sus cuerpos.

—¿Te trae recuerdos de esta plaza, muchacho? —preguntó con aire triunfante — Aquí rememoramos el lugar con tu final.

Se escuchó una oleada de carcajadas del pueblo que permanecían en su posición. El cabecilla, desenvainó la espada de su cinto con lentitud resonando un chirrido pausado e intimidante. Sin embargo, Giacomo no estaba dispuesto a dejarse amedrentar por ellos. Y justo cuando iba a recibir un golpe con la hoja...

—¡Alto! ¡Parad! —los granujas, con expresión sorprendida, levantaron la cabeza y desviaron sus ojos hacia el propietario de aquella voz.

Era Cosme de Medici, que venía acompañado de su hermano y la guardia real.

—¡Soltadle!

Los maleantes, de mala gana, se vieron obligados a obedecer. El cabecilla, envainó la espada y seguido por sus compañeros, se marchó.

En ese momento de calma, Giacomo se levantó del suelo y respiró hondo. Su conciencia le decía que había hecho lo correcto en ayudar a aquella muchacha, aunque no podía evitar pensar en las posibles consecuencias que vendrían después.

Se sacudió los pantalones y levantó la mirada hacia Cosme.

—¿Te encuentras bien, Giacomo?

El chico asintió con la cabeza.

—Gracias.

Él se limitó a sonreír con cordialidad. Pero el ambiente cálido parecía desvanecerse con la llegada del último hombre que hizo su aparición. Éste le clavaba una mirada fría como el hielo.

—¡Padre! —murmuró el joven con expresión sorprendida.

Lejos del alboroto, el carruaje seguía su marcha a pasó lento y Bianca, en silencio, aún pensaba sobre lo ocurrido. Con la imagen de aquel joven en su mente, se mordió el labio inferior deseando que él estuviera a salvo y así, poder volver a verle.

Cerró los ojos y respiró hondo. Debía mantener la calma y recordar el motivo de su llegada. No quería meter la pata por culpa de un ensimismamiento. Sentía sudores en la palma de sus manos y las colocó sobre las piernas.

De pronto, la imagen de sus padres se mostró en el hilo de sus pensamientos, seguida del recuerdo sobre los maleantes que la atacaron, lo cual hizo que su corazón latiera desbocado sabiendo que aquello era una señal de que en esa ciudad también había grandes peligros. En ese momento, se esforzó en memorizar el consejo que le dio su madre al partir de Venecia y entonces, pudo sentir un gran alivio y determinación para afrontar el desafío.

De repente, Bianca se sobresaltó cuando el vehículo se detuvo con una sacudida.

La meditación se interrumpió cuando nuevamente, el cochero le avisó el final del viaje. La joven se asomó a la ventana encontrándose a las puertas del palacio Medici Riccardi, hogar de los Medici. Ésta era una de las familias más poderosas de Florencia en aquella época. Al instante, un sirviente salió a recibir a los recién llegados y cogió su equipaje.

Cuidadosamente, la joven descendió de los peldaños del carruaje y alzando la vista, examinó el inmenso edificio.

—Bienvenida al palacio Medici Riccardi, Bianca —le habló una voz cálida aunque autoritaria.

La joven volvió su atención a una mujer que la esperaba en la puerta del edificio. Vestía con un traje con tonos oscuros y parecía llegar a la madurez.

—Gracias —le respondió con timidez al tiempo que le dedicó una reverencia.

Cuando ambas se plantaron una frente a la otra, Bianca le dedicó otra leve inclinación a modo de respeto.

—Soy la ama de llaves. Ven conmigo, estarás cansada.

Ambas mujeres avanzaron juntas hacia la puerta seguidas por el sirviente con el equipaje. El aire desprendía un suave calor matutino y al entrar en la casa, éste dio paso a la frescura que se expandía por las elegantes dependencias.

Bianca, frotándose las manos, examinó su alrededor con una mezcla de asombro y fascinación. Aquella casa era mucho más ostentosa y elegante que la suya. Aun así se mostraba un poco inquieta, ya que iba a ser la primera vez que estaba en presencia de un miembro de la familia más importante de la ciudad y tenía miedo de equivocarse al tratar con ellos.

—Llévalo a sus aposentos —solicitó la ama al criado. Éste, sin detener la marcha, subió las escaleras en dirección al piso superior.

Para calmar los nervios, la muchacha mantuvo los ojos cerrados y respiró hondo, con la atención puesta en el eco que profanaban los zapatos al recorrer la casa.

—Bien, acompáñame.

La ama de llaves guió a Bianca enseñando todas las dependencias de la casa, al mismo tiempo que la orientaba sobre las obligaciones que debía cumplir una criada de cámara. La joven, observaba a su alrededor con suma atención con la esperanza de que aquello le ayudaría a hacer bien su trabajo. Y después de un largo trayecto, regresaron a la sala por donde habían venido. En ese momento, otra mujer hizo su aparición y ellas se dieron media vuelta.

—Muchas gracias, puede retirarse.

La ama de llaves le dedicó una reverencia y se marchó.

—Soy Contessina di Bardi, esposa de Cosme. ¿Has tenido un buen viaje?

—Bueno… He tenido un percance a la entrada de la ciudad pero un joven me socorrió y me defendió de unos maleantes.

—Espero que no haya sido nada grave, y te sea grata la estancia con nosotros.

La señora consorte de los Medici, Contessina, era conocida por ser una mujer muy adelantada a su tiempo. Participó en asuntos políticos junto a su esposo con el propósito de consolidar el poder y el honor de su familia. Incluso era conocida por atribuir al mecenazgo en la cultura. En sus viajes a Venecia, su padre panadero, la había llevado al palacio Medici y la señora le prometió llamar a Florencia para obtener el puesto de criada de Cámara.

Una vez a solas, la señora dirigió su atención a la muchacha y comprobó que ella se mantenía en su posición. Notó cómo su cuerpo se ponía tenso.

Cerró los ojos y se vio obligada a serenarse. Debía contener los nervios, su corazón latía con fuerza y el miedo empezó a apoderarse de ella. Le aterraba cometer algún fallo terrible. Pero levantó los ojos y observó que la mujer avanzaba hacia ella a paso lento con una ligera sonrisa en los labios.

—No temas, Bianca —alzó el mentón para que ella le mirara a los ojos—. Haremos que esta casa sea un hogar para ti.

Bianca comenzó a sentirse más segura ante la amabilidad de Contessina.

—Verás, para empezar quiero que conozcas...

De pronto, un sonoro alboroto interrumpió sus palabras y ambas en silencio, aguzaron el oído con atención. Parecían tratarse de fuertes griteríos cargados de agresividad y desprecio. Y aunque apenas podían escuchar lo que se decía con mayor nitidez desde su posición, estaban convencidas de que la discusión se originaba desde un punto no muy lejos de ellas.

—¡Vamos, Bianca! Debemos intervenir de inmediato.

En el jardín, el padre abofeteó a su hijo con dureza. El golpe resonó por toda la estancia, pero Giacomo ya estaba acostumbrado a este tipo de situaciones.

—¡Malcriado e inconsciente! —le escupió las palabras con desprecio.

—¡Ya basta, Taddeo! ¡Es suficiente! —le sujetó la mano para prevenir más cachetadas. Cosme, como representante de la familia Medici tras la muerte de su padre Giovanni, debía mantener la paz entre ambos familiares— ¡Por muchos golpes que le propicies, no mejorará su conducta!

—Puede que tengáis una manera especial de educar a vuestros hijos, pero yo tengo la mía. ¡Y sé tratar como se merece a este insolente! Si vuestro padre siguiese con vida, tomaría medidas extremas contra él.

Bianca, sorprendida al reconocer al muchacho, le susurró— ¡Él me salvó!

—Creo que ha habido bastante violencia en esta casa durante todos estos años —la mujer de Cosme, Contessina di Bardi se plantó frente a Taddeo—. Este chico salvó a nuestra huésped de esos maleantes cuando asaltaron su carruaje —éste la miraba con una mezcla de sorpresa y dureza a la vez—. Lo mínimo sería que Vos fuese más comprensivo con él.

Taddeo, dejó de lado el asunto, aunque no cambiaba sus sentimientos hacia su hijo. Desde que nació siempre le había tratado con desprecio, pues le culpaba de la muerte de su mujer, a quién amaba. Ella murió al traerle al mundo, desde ese día no tuvo felicidad ni con el nacimiento de un nuevo vástago. La relación entre él y Giacomo era prácticamente nula. A pesar de enseñarle algunas habilidades, Taddeo siempre le trataba con bastante severidad y el chico tuvo que ingeniárselas para sobrevivir en aquel entorno hostil.

Cosme miró a Bianca.

—Y en cuanto a ti, nos complace tenerte en nuestro palacio, supongo que sabrás del oficio ofrecido en la carta.

—Sí, señor. Como criada de cámara —respondió ella aún con timidez.

—Exacto, y también puedes realizar diferentes recados dentro y fuera del palacio —añadió Lorenzo, el hermano menor de Cosme. Hasta ese momento, no había articulado ni una palabra.

—Bianca, te presento a Giacomo. Es el espadachín encargado de proteger a nuestra familia —Cosme recorrió con la mirada los rostros de los dos jóvenes.

La doncella se volvió hacia Giacomo. Éste, con una ligera sonrisa, la miraba con aire divertido. A él le parecía una chica simpática y agradable. Ella tampoco puso oposición, le veía como una persona amigable y amable. Estaba segura de que ambos se llevarían bien.

Bianca, dirigió su atención hacia los hermanos Medici con una ligera reverencia, aceptando.

Éstos se sintieron satisfechos.

—Pero antes, Giacomo te enseñará el palacio con todo detalle.

—De acuerdo —respondió la chica.

Llegados a ese punto, y a pesar de aquel fatídico encuentro con aquellos sinvergüenzas, la joven sentía que sus días en Florencia empezaban de maravilla gracias a la amabilidad de los Medici y con una persona agradable en quien poder confiar.

Tras el primer encuentro, Giacomo le había dejado una huella en su corazón. Había demostrado ser una persona audaz, vivaz y tenía una seguridad en sí mismo. Y Bianca, en comparación con él, se sentía como una cobarde sin agallas. Se veía como alguien insegura, débil e insignificante, pero se complementaban.

A su vez, el chico se sentía afortunado de poder disfrutar de su compañía. Cada vez que la miraba a los ojos, le traían recuerdos sobre la persona que aún permanecía grabada en su corazón. Como si la muchacha se hubiera reencarnado en aquel ángel. Veían en ella a una joven dulce, amable y encantadora, y ansiaba aún más por conocerla.

Por otro lado, la muchacha tuvo la sensación de que su estancia allí, le aguardaban desafíos imprevistos que pondrían a prueba tanto su valor como su corazón.