El día más temido por el joven Giacomo, al fin ha llegado. Aquella mañana, se presentó en el palacio Rinaldo con su hija Graziella. Ella su cabello rubio oscuro lucía bajo un moño y vestía con un vestido color esmeralda. A pesar de su belleza, en su piel se distinguía una tonalidad empalidecida.
La muchacha accedió al matrimonio con Giacomo no sólo para tenerlo a su lado, sino que también se mostraba dispuesta a cumplir con las expectativas de su familia. Sin embargo, ella no era una persona sumisa porque también perseguía grandes aspiraciones que esperaba cumplir mientras viviera estuviera desposada o no. Entre las cuales pensaba dedicarse a la pintura y el arte.
Los residentes del palacio recibieron a los recién llegado con cordialidad, como antiguos amigos que eran. De entre todos ellos, Taddeo siempre le había tenido en muy alta estima. Siempre habían sido muy buenos amigos y estaban de acuerdo en que un buen matrimonio como el de sus respectivos hijos, le haría entrar en razón y convertirle en un hombre caballeroso y obediente.
Con ellos, Graziella se comportaba como una princesa. Pero cuando dirigía sus ojos azules a Bianca, se limitaba a menospreciarla y a tratarla como a una vulgar vagabunda.
Graziella trató de mantener la compostuar al entrar en una dependencia, pero un ataque de tos la sacudió con fuerza y se vio obligada en apoyarse en su padre.
—¿Te encuentras bien, hija?
Sin dejar de expectorar, negó con la cabeza aunque la sangre que mancaba su mano, con la cual se cubría la boca, dejaba una advertencia de una cruel fragilidad. Entonces, todos los que estaban presentes parecían darse cuenta que el tiempo que tenía por vivir estaban contados.
—Está enferma.
La hija de Rinaldo, recuperándose de la tos, se dispuso a recomponer la compostura. Ambos padres volvieron al grano.
—No perdamos tiempo.
—Nunca encontraréis mayor partido que casaros con mi hija —la señaló con la mano con expresión orgullosa—. Si aceptamos el matrimonio entre ellos, habrá paz entre nuestras tres familias: la vuestra, Medici y la nuestra.
—¡No, padre! —suplicó el chico, sintiendo cómo el peso de las expectativas familiares le asfixiaba. No era capaz de imaginar un futuro con Graziella, y no era debido a su enfermedad, sino porque su corazón ya pertenecía a otra muchacha. Apretó los puños ante la presión que ellos ejercían sobre él. Era consciente de que su decisión pondría le llevaría a una confrontación con su familia pero por otro lado, sabía que no podía traicionarse a sí mismo.
—¡Giacomo, cállate! —le espetó su hermano mayor en voz baja. Tenía que mantenerle bajo control para que él no cometiera una estupidez.
Taddeo se volvió hacia su hijo menor con ojos gélidos.
—¿Te das cuenta de lo que dices, muchacho? No sabes lo que está en juego si no llegamos a ese acuerdo.
—De no hacerlo, se armará la guerra entre nosotros, en la que se derramará sangre tanto del pueblo florentino como la nuestra —intervino Alessio, como hermano mayor, tenía que esforzarse en hacerle recapacitar.
Ante tal discusión, la sonrisa se dibujó en los labios de la joven prometida y con el corazón lleno de orgullo, se colocó entre los presentes.
—Con vuestro permiso, yo accedo al matrimonio con Giacomo. Está claro que es un chico rebelde y tozudo —puso la mirada maliciosa en el muchacho—, pero conmigo mejorará nuestro posición social. Puedo disciplinarle y con mucho gusto lo haría tanto para favorecer la reputación de mi linaje como para el de mi futuro esposo. Si me rechaza, sería un acto deshonroso por su parte. ¡Y a mí no se me hacen esas cosas!
Rinaldo se llenó de gozo por las palabras de su hija.
—¡Esta es mi pequeña!
Y acercándose a ella, le dio un leve apretón en el hombro.
Giacomo comenzaba a desesperarse. Avanzó unos pasos hacia ellos pero Alessio le agarró del brazo— ¡No seas estúpido! Si sabes lo que conviene, cumple con lo que te ordenan. Recuerda que tu misión es mantener a salvo a nuestra familia.
El joven, con brusquedad, se zafó de él y dándose la vuelta, se le encaró— Ya he vivido a merced de personas que controlan mi vida con órdenes.
Rinaldo hizo caso omiso a la discusión entre los dos hermanos— En cuanto a mi hija, a pesar de su salud, puede ofrecer una dote muy interesante.
—¿Cuánta?
—Trescientas mil florines.
Giacomo los miraba con expresión de súplica— ¡Por favor, padre! ¡No lo hagas! —se limitó a responder en voz alta. Pero Taddeo le ignoró. Lo único que le interesaba era manejar su existencia como a un títere.
—¡De acuerdo, Rinaldo!
Firmado el trato por fin, ambos hombres se estrecharon las manos con firmeza y vivacidad.
—Realizada la boda, vuestro hijo vivirá con su esposa en Venecia y formarán una poderosa y numerosa dinastía con la misión de proteger a nuestra familia tanto aquí como desde allí —para el joven espadachín, las palabras de Rinaldo eran como una sentencia peor que la muerte.
Y así debía hacerse.
Giacomo se iba a casar, y sentía cómo su mundo se venía abajo. Estaría destinado a tener descendencia con la mujer a la no amaba. Jamás podría encontrarse con Bianca. Apretando los labios, cerró los ojos y contó hasta tres mentalmente. Tenía que controlar su frustración.
Incapaz de permanecer en compañía de los presentes, se marchó de la estancia. Necesitaba un momento a solas para asimilar lo ocurrido unos instantes atrás.
Taddeo esbozó una sonrisa feliz, convencido de que, con el matrimonio concertado, ya no estaría con la pobretona de Bianca.
—¡Espera, Giacomo! —ésta corrió hacia el joven por el pasillo. Al llegar al centro del patio. Le movió el mentón para atraer su atención— ¿Qué te ocurre?
—¡Se acabó! Me niego a dejar que me manejen como a un mono amaestrado ¡Estoy harto!
—¿Qué tienes en contra de ese acuerdo?
En ese instante, el chico tuvo claro de que Bianca sería la persona digna de su confianza, por lo que tuvo que prepararse para hablar— No deseo casarme con ella ¿de qué me sirve un matrimonio si para ello requiere que no comparta mi vida con la chica a la que amo? Sólo les mueve el poder y el afán de utilizarme desde que nací.
La chica asintió con la cabeza a modo reflexivo— Te entiendo muy bien.
Giacomo abrió ligeramente los ojos y sonriente, le susurró al oído suavemente— ¡Vámonos ahora mismo!
Ella le miró extrañada.
—¿Qué? —¿Había oído bien lo que él le decía?
—¡Ya lo has oído! Nos fugaremos de aquí.
—¿Hablas en serio?
—Nunca he hablado más en serio en mi vida.
—¿Pero, que pasa con los Medici? No pienso permitir que los abandones —le sabía mal dejar atrás a una buena familia desamparada.
—Ellos, en cuanto comprendan lo que me han hecho, lo entenderán. Además, toda Florencia me odia. Nadie me necesita aquí.
Ella, dudosa, tragó saliva— ¿Y adónde iremos?
—A donde nadie nos conozca. Empezaremos una nueva vida. Vente conmigo —extendió la mano sobre el mentón de Bianca—. Yo cuidaré de ti.
Aquellas muestras de cariño provocaron palpitaciones en el corazón de la chica. Ésta, con los ojos azules puestos en los de Giacomo, se intercambiaba con él sonrisas de mutuo afecto.
Terminada la conversación, la pareja se separaron con la decisión de fugarse juntos.
Giacomo deseaba dejar atrás a Florencia para no tener que casarse con ninguna chica más que con ella. Bianca empezaba a desarrollar dulces sentimientos de afecto hacia el chico, sentía que debía ir con él y cuidarse el uno al otro. Al fin y al cabo, los Medici le habían brindado la ocasión de conocerle y estar con él.