La semana transcurrió entre clases de pastelería, risas y la promesa de nuevos descubrimientos. Sofía, Valentina y Lucía se habían convertido en inseparables, compartiendo no solo recetas, sino también sus sueños y anhelos. Cada día, la cocina de la escuela se llenaba de aroma a chocolate y frutas frescas, y con cada creación, su amistad se fortalecía.
Una tarde, mientras preparaban macarons, Sofía no pudo evitar comentar sobre el chico que había llamado la atención de Valentina. "¿Y ese chico? ¿Te gusta?", preguntó con una sonrisa traviesa. Valentina sonrojó, jugueteando con una espátula. "No lo sé, solo me pareció... interesante", respondió, tratando de ocultar su emoción.
"¿Interesante? ¡Él es un bombón!", exclamó Lucía con una risa contagiosa. "Deberías hablarle. ¿Qué tal si le invitas a probar nuestros macarons?" Valentina, aunque dudosa, sintió un cosquilleo de valentía. La idea de compartir algo que amaba con alguien que le atraía era intrigante.
Ese fin de semana, las chicas decidieron asistir a un festival de gastronomía en San Telmo, donde había puestos de todo tipo de delicias. La atmósfera era vibrante, llena de música y risas. Mientras paseaban entre los stands, Sofía se detuvo en uno que ofrecía una degustación de dulces típicos. "¡Miren esto! ¡Dulce de membrillo!", exclamó, mientras probaba una porción.
Valentina, aún pensando en el chico del café, no pudo concentrarse en los sabores. "Chicas, creo que debería hablar con él", confesó de repente. Lucía la animó, "¡Hazlo! Vamos a buscarlo". Con el aliento entrecortado, Valentina se armó de valor y se dirigió al grupo que había visto en la escuela.
Mientras tanto, Sofía y Lucía, atentas a la situación, decidieron mantenerse a distancia. El corazón de Valentina latía rápido mientras se acercaba. "Hola, ¿recuerdas a las chicas de la escuela de pastelería?", dijo, sonriendo nerviosamente. El chico, que se llamaba Mateo, sonrió de vuelta. "Claro, ¡las que hacían macarons! ¿Cómo les va?" La conversación fluyó de manera natural, y Valentina se sintió aliviada.
Mientras tanto, Sofía y Lucía disfrutaban de un delicioso alfajor y se miraban con complicidad. "Esto es emocionante, ¿verdad?", dijo Sofía, observando a Valentina. "Definitivamente, parece que tiene una conexión", respondió Lucía, sonriendo.
La tarde avanzó y las chicas decidieron unirse a una clase de cocina en el festival. Aprendieron a hacer churros, y entre risas y harina volando, el ambiente se llenó de camaradería. Las luces del atardecer comenzaban a iluminar la plaza, creando un ambiente mágico que parecía sacado de un cuento.
Al finalizar la clase, Valentina regresó con una sonrisa radiante. "¡Hablé con él! Me invitó a una cata de vinos este jueves", anunció, casi sin poder contener la alegría. Sofía y Lucía la abrazaron, emocionadas por el nuevo capítulo que se abría en la vida de su amiga.
La semana siguió su curso, y en cada clase, Valentina se sentía más segura. La conexión con Mateo parecía crecer, y cada vez que pensaba en él, su corazón daba un vuelco. Mientras tanto, Sofía y Lucía también comenzaron a explorar sus propios sentimientos. Sofía se encontró con un compañero de clase que compartía su amor por los postres, mientras que Lucía se dio cuenta de que había algo especial en el chico que siempre la hacía reír.
El aroma de la pastelería se mezclaba con el de la ciudad, y las tres chicas se lanzaban a la aventura del amor y la amistad, con la promesa de que cada día traería nuevos sabores y sorpresas. Sin saberlo, el camino que estaban recorriendo estaba lleno de dulzura, y el amor, como el mejor de los postres, estaba a punto de ser servido.