Pariz despertó sobresaltada, dando un pequeño brinco en la cama mientras sus manos iban instintivamente a su cuello. Su respiración era agitada, y su pecho subía y bajaba rápidamente, buscando algo que ya no estaba allí. La correa que en su sueño había sentido tirando con fuerza había desaparecido, dejando solo una leve sensación de opresión, como si su cuerpo no lograra desprenderse del todo de la experiencia onírica.
Al darse cuenta de que estaba a salvo en su cuarto, soltó un largo suspiro, dejando que la tensión se escapara lentamente con el aire. Su mirada recorrió el cuarto, buscando algo que le anclara al presente: las cortinas ondeaban suavemente con la brisa matutina, y la tenue luz del sol se filtraba por las rendijas, iluminando el espacio con un brillo cálido. Pariz cerró los ojos por un momento, permitiendo que su cuerpo se relajara mientras murmuraba para sí misma:
—Solo fue un sueño...
Con un último suspiro, se levantó de la cama, dejando que su rutina matutina tomara el control. La repetición de esas pequeñas acciones—bañarse, cepillarse los dientes, ponerse su ropa usual—era reconfortante, una especie de ancla que la devolvía a la normalidad. Y aunque su rostro lucía más calmado, la imagen de la correa y la silueta misteriosa seguían rondando en un rincón de su mente, como una sombra que se resistía a desaparecer del todo.
Cuando Pariz terminó de alistarse, un súbito ardor comenzó a manifestarse en su cuello, como un aviso silencioso de algo extraño. El ardor no tardó en transformarse en una molesta comezón que le hizo llevar sus manos instintivamente hacia la piel. Sus dedos rozaron el área irritada, pero antes de que pudiera ceder al impulso de rascarse, el grito de su madre desde la cocina la sacó de su trance:
—¡El desayuno está listo!
El llamado la obligó a detenerse. Aunque la comezón persistía, Pariz tomó una bocanada de aire y apretó los labios, decidiendo ignorarla El llamado la obligó a detenerse. Aunque la comezón persistía, Pariz tomó una bocanada de aire, apretó los labios y decidió ignorarla. Salió de su habitación, siguiendo el aroma familiar del desayuno recién hecho. Sin embargo, esa sensación en su cuello seguía ahí, punzante y extrañamente presente, como si intentara comunicarle algo más allá de lo físico.
Al llegar a la cocina, su madre la recibió con una cálida sonrisa y un plato de comida humeante. Pariz, como siempre, evitó levantar la mirada; incluso frente a su propia madre, algo dentro de ella se resistía a establecer contacto visual. Cada vez que intentaba mirarla, la imagen de su rostro parecía distorsionarse, como si estuviera oculta tras un filtro de estáticas rayas negras que parpadeaban sin cesar en su mente.
Se sentó lentamente, mientras el ardor en su cuello aumentaba, pulsando con una intensidad que la hacía apretar los dientes. El impulso de rascarse regresó, pero antes de que pudiera reaccionar, sintió un suave tirón en su cabello. Miró de reojo y vio a su madre, quien había comenzado a cepillarlo con delicadeza.
—Tu cabello está hecho un desastre otra vez, Pariz —murmuró su madre con ternura, como si estuviera acostumbrada a esta rutina.
La comezón desapareció tan rápido como había llegado, dejando tras de sí una extraña sensación de alivio que hizo que Pariz, por primera vez en mucho tiempo, pudiera concentrarse en su desayuno. Con cada bocado, el nudo en su pecho parecía aflojarse, y aunque las palabras entre madre e hija eran escasas, el ambiente parecía más tranquilo de lo usual.
Por un breve instante, Pariz cerró los ojos y dejó que esa calma la envolviera. Pero algo dentro de ella sabía que no duraría mucho.
Al salir de casa tras despedirse de su madre, Pariz comenzó a recorrer su camino habitual. El ardor en su cuello, que antes la había atormentado, parecía haberse desvanecido por completo, como si nunca hubiera estado allí. Por primera vez en mucho tiempo, no sintió aquel vacío opresivo que solía acompañarla al cruzar el umbral de su hogar. Esa ausencia la reconfortaba, casi como si algo desconocido hubiera decidido concederle un respiro.
Aunque las calles seguían siendo un caos de grietas y basura acumulada, llenas de detalles que normalmente le causaban repulsión, esa mañana se permitió caminar con calma. Su paso era pausado, sus pensamientos más ligeros, y por un instante dejó que el ambiente caótico a su alrededor fluyera sin perturbarla. No había prisa ni urgencia, solo un momento de tregua consigo misma.
El paseo relajante de Pariz terminó al llegar a las puertas de My Fly High School. Mientras caminaba hacia el salón, se encontró con Johan, quien, con su clásica amabilidad, la saludó y la acompañó dentro del aula. Una vez dentro, vio que Lápiz ya estaba sentada, mirando hacia otro lado, pero levantando la mano para saludarla en un gesto tímido.
Pariz la saludó, pero notó que la actitud de Lápiz era más distante de lo habitual. Un pequeño ardor en su cuello la distrajo por un momento, pero fue algo que pudo soportar sin mayor problema. Durante las clases, todo siguió con normalidad, al igual que el receso, aunque Pariz no pudo evitar notar la ausencia de JJ, algo que la inquietó en el fondo, pero no le dio demasiada importancia.
Al final del día, las clases concluyeron y, al salir de la escuela, se despidió de sus compañeros, regresando a su casa con la mente llena de pensamientos confusos, pero en su mayoría tranquilos, al menos por el momento.
Al llegar a su casa y abrir la puerta, Pariz no vio a nadie a su alrededor, pero al cerrar la puerta escuchó una voz suave detrás de ella:
—¿A dónde vas, Roxy? Vamos por una paleta, ven.
El miedo la invadió al reconocer la voz de su padre, que hablaba con una tranquilidad desconcertante, como si nada hubiera pasado. A pesar de todo lo que había sucedido, él la invitaba, como todos los meses, a salir con él y su madre, buscando alguna forma de hacer las paces, aunque de una manera torpe, como si las heridas pudieran sanarse con gestos vacíos.
El enojo y la impotencia la abrumaron. ¿Cómo podía él actuar como si todo estuviera bien después de todo lo que había hecho? Pero, al final, a pesar de la rabia que sentía, Pariz cedió. La rutina diaria seguía su curso, y, aunque le costaba, salió con ellos, como siempre, sin saber si alguna vez podría escapar de este ciclo de crueldad, en su mente solo resonaba "odio que lo intentes, intentas reparar algo que rompiste, para luego volverlo a romper. te odio"
capitulo 13 roto y roto parte 1