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Chapter 15 - roto y roto parte 3

La caminata con su padre comenzó con un silencio que parecía llenar el espacio entre ellos como un abismo. Pariz miraba al suelo, siguiendo las grietas del pavimento con sus ojos mientras su mente luchaba por aferrarse a la esperanza que había intentado construir momentos antes. Pero, con cada paso que daba, sentía cómo la sombra de las palabras y acciones pasadas de su padre intentaba envolverla de nuevo.

Él, por su parte, parecía cómodo. Su andar era relajado, y su voz rompió el silencio inesperadamente.

—¿Sabes, Roxy? Extrañaba estos momentos contigo. No parece que tengamos muchas oportunidades para estar juntos, ¿verdad?

Pariz sintió una punzada en el pecho. No respondió de inmediato, luchando contra las emociones contradictorias que la invadían. Finalmente, alzó la mirada y dijo, con una voz más firme de lo que esperaba:

—¿Y qué momentos eran esos? Porque los que recuerdo no eran… así.

El comentario dejó a su padre callado por unos segundos. Pariz observó cómo su sonrisa disminuía ligeramente, transformándose en algo que podría ser vergüenza… o tal vez solo frustración contenida.

—Sé que cometí errores, Roxy. Pero quiero arreglarlo. No puedo cambiar el pasado, pero puedo hacer que las cosas sean diferentes ahora.

Mientras lo escuchaba, Pariz sintió cómo la esperanza y la duda seguían peleando dentro de ella, cada palabra suya resonaba como un eco esperanzador. ¿Podía creerle esta vez?

Frente a la tienda de helados, Pariz se relamía los labios mientras disfrutaba de su cono de vainilla con trozos de chocolate, su elección favorita. A su lado, su madre sostenía un vaso de agua de horchata, con una ligera sonrisa que parecía más un suspiro convertido en gesto.

El paseo se llenaba de una extraña calidez, con las hojas de otoño cayendo suavemente y rozando sus rostros. La familia avanzaba por las calles tranquilas, llenas de luz anaranjada que parecía congelar el momento en una postal de felicidad. Pariz miraba de reojo a su padre, notando una apariencia casi normal dejando la máscara de demonio a un lado. La esperanza comenzaba a abrirse paso entre las grietas de su corazón.

Regresando a casa, Pariz decidió por primera vez en mucho tiempo relajarse. Encendió la televisión y se sentó en el sofá, hundiéndose cómodamente mientras su caricatura favorita iluminaba la sala con colores vibrantes y risas enlatadas. Por unos breves instantes, la normalidad parecía un refugio alcanzable. La voz de sus padres llegaba lejana desde la cocina, un murmullo inofensivo.

De repente, ese frágil equilibrio se rompió como vidrio al escuchar un grito desgarrador.

la voz de su madre era un eco que la arrancó de su burbuja de tranquilidad.

Pariz saltó del sofá, su corazón ya latiendo con fuerza. Corrió hacia la cocina, donde la escena frente a ella la dejó petrificada: su madre estaba de pie frente a la puerta, con el rostro vuelto hacia ella, pero enrojecido y marcado por el contorno de una mano. Una lágrima solitaria bajaba lentamente por su mejilla.

—Pariz, vete a tu cuarto —murmuró su madre, con un temblor en la voz que hacía evidente el esfuerzo por contenerse.

Pariz tardó unos segundos en procesar esas palabras. Su mirada se deslizó al suelo, donde una lata vacía rodaba perezosamente, haciendo un ruido metálico que perforaba el silencio. El aire parecía impregnado de un aroma acre, una mezcla de alcohol y sudor, que hizo que su estómago se retorciera.

Detrás de su madre, apareció la figura que tanto temía: su padre. Pero no el hombre que prometió un cambio horas antes, sino el espectro, el monstruo, con una sonrisa torcida y una mirada vidriosa. Su panza sobresalía grotescamente bajo la camiseta arrugada, y sus pasos tambaleantes eran como una cuenta regresiva que llenaba de pánico a Pariz.

Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos como tambores de guerra. Por un instante, su cuerpo se quedó inmóvil, atrapado entre el miedo y el impacto. Su madre alzó una mano hacia ella, protectora pero desesperada.

—¡Te dije que vayas a tu cuarto! —insistió con más fuerza, pero su voz se quebró al final, como si sus propias palabras no fueran suficientes para mantener a raya al hombre que tenían frente a ellas.

La mente de Pariz comenzó a desmoronarse, cada recuerdo del paseo, cada palabra cálida que su padre había pronunciado, ahora se mezclaba con su rostro distorsionado, confundiéndola hasta el punto de olvidar la versión amable de él. Una lágrima silenciosa corrió por su mejilla mientras retrocedía un paso, el instinto finalmente ganando sobre su parálisis.

Con un sollozo ahogado, se dio la vuelta y corrió hacia su habitación. Cerró la puerta de golpe y se dejó caer contra ella, su pecho subiendo y bajando rápidamente. Se abrazó las piernas con fuerza, apretando los puños mientras su mente repetía dos palabras: "roto y roto".

El eco de sus pensamientos resonaba en la habitación vacía. La felicidad que creyó alcanzar ese día no era más que una burla cruel, un recordatorio brutal de la realidad que la aprisionaba. Su mirada se dirigió a la ventana, observando cómo el sol se hundía lentamente en el horizonte, dejando tras de sí un rastro de tonos rojizos que pronto se desvanecieron en la profunda oscuridad. La luz de la luna emergió tímidamente, siendo la única fuente de brillo en su mundo sombrío.

Pariz permaneció allí, inmóvil, enfrentándose a la fría luz lunar que se colaba entre las cortinas como si fuera una presencia silenciosa y compasiva. Sus ojos, enrojecidos y llenos de lágrimas, se quedaron fijos en la ventana, pero su mente estaba atrapada en el ruido al otro lado de las paredes. La discusión entre sus padres, esa clásica y desgarradora escena, se filtraba a través de las delgadas barreras de su hogar, convirtiendo cada palabra en un puñal invisible que perforaba su pecho.

El aroma residual del helado, mezclado con el hedor del alcohol que impregnaba la casa, hizo que su estómago se revolviera. Incapaz de contenerlo, se inclinó hacia el la ventana y vomitó lo poco que había comido. El dulce sabor de la vainilla ahora le quemaba la garganta.

Las lágrimas comenzaron a brotar con más fuerza, deslizándose por sus mejillas sin control, mientras pequeños sollozos escapaban de su boca. Era una imagen rota y patética, iluminada únicamente por la luna, que parecía ser el único testigo de su sufrimiento. Se abrazó a sí misma, buscando algún rastro de consuelo en sus propios brazos, pero solo encontró un vacío que parecía expandirse más con cada minuto.

El deseo de encontrar felicidad se desvanecía lentamente, como arena que se escapa entre los dedos. El eco de las palabras de su padre —"quiero cambiar"— regresó a su mente, desapareciendo, quedando en su lugar una oscuridad que no dejaba lugar a otro brillo.

Pariz cerró los ojos con fuerza, queriendo escapar, pero incluso en la oscuridad de sus párpados las lágrimas seguían cayendo. La luna, fiel y distante, seguía observándola, como si fuera un faro en un océano de desolación. Pero para Pariz, incluso ese brillo comenzaba a apagarse.

 capitulo 15 roto y roto a terminado