En el momento en que Emily esquivó el ataque de Aimee, me di cuenta de lo rápida y mortal que se había vuelto. Sus movimientos eran fluidos, casi antinaturales. Ni siquiera parecía afectada por la sangre de la manada de Vincent manchando sus manos. Me hizo estremecer, y mi lobo gruñó desde lo profundo de mi ser, percibiendo la oscuridad en ella.
—¡Aimee, retrocede! —ladré, sin querer que estuviera demasiado cerca de las garras de Emily. Si alguien iba a luchar contra ella, ese era yo.
Pero Aimee, terca como siempre, no se retiró. Mantuvo su postura firme, con los ojos fijos en Emily como si se preparara para el segundo asalto. Podía ver el fuego en ella, esa feroz determinación que siempre había admirado pero que en este momento temía. Emily era impredecible, peligrosa de formas que no había anticipado.