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—Tienes esa mirada otra vez —dijo James, su voz interrumpiendo mis pensamientos.
Me giré para encontrarlo observándome, su ceño fruncido por la preocupación. Estábamos sentados junto al río que atravesaba el corazón de nuestro territorio, el suave fluir del agua ofreciendo un respiro momentáneo del caos que había tomado nuestras vidas. La luz del sol filtrándose a través de los árboles lanzaba sombras moteadas en el suelo, pero la luminosidad del día no hacía nada para aliviar la tensión que sentía enroscarse dentro de mí.
—¿Qué mirada? —pregunté, aunque sabía exactamente a qué se refería.
—Aquella en la que intentas resolver un problema que no tiene respuesta —los labios de James se curvaron en una media sonrisa, pero sus ojos permanecieron serios—. Has estado así desde que hablamos con la manada. ¿Qué te preocupa?