—¡De ninguna manera! ¡Aurora debe dejar este territorio para mí o morir! —refunfuñó Dante, al otro lado, mientras Aurora era celebrada.
—Lo resolveremos después de que te atiendan. Vamos primero a la clínica —dijo Simón y quiso tocarlo.
—¡No te atrevas a tocarme! ¡Nadie debería poner sus manos coquetas sobre mí! —gruñó a sus amigos que se habían apresurado en ayudarlo.
—Dante, vamos primero a la clínica. Hacer esto no te ayudará a salvaguardar tu imagen ni a hacerte sentir menos avergonzado. Ya ha sucedido, todo en lo que deberías pensar es en cómo mejorar. ¡Tu cara ha sido destrozada! —señaló Elías.
—¡Mierda! ¡Aurora, esa maldita chica! ¡Esa chica abandonada por Dios! ¡Ella me ha hecho una sucia! ¡Mierda! —Dante apretó los dientes y golpeó el suelo furioso.
—Lamentablemente, ha logrado humillarte, una vez más. ¡Es una lástima! —Simón declaró, haciendo lo posible por mantener la cara seria.