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—¿Qué? —preguntó Miguel, entrecerrando los ojos.
No pude ver ninguna pista en la expresión de Miguel. Solo sentí su ansiedad e inquietud golpeando mi corazón aún más violentamente. Balbuceé:
—¿La cosa con la que estás ocupado está relacionada con el General Lovecraft?
Las pupilas de Miguel se contrajeron. Lo miré fijamente a la cara y busqué en sus ojos.
Entonces, Miguel dijo lentamente:
—No, no está relacionado con él.
Lo miré con sospecha. No había nada mal en la actuación de Miguel, pero una voz en mi corazón me decía que no creyera lo que decía.
No sé por qué tenía tal idea. Nunca había dudado de mi compañero antes, pero ahora no podía ignorar mi voz interior. Creía que podría estar neurótica.
—¿De verdad? ¿No me estás mintiendo, Miguel? —pregunté con la garganta seca.
Sabía lo fría que era mi voz.
No, no debería ser así. Quería tener una buena charla con Miguel, no en un ambiente tan nervioso e incómodo.