—Él aflojó su agarre sobre mí. Agarré su brazo y jadeé. Antes de que pudiera recuperar el aliento, Miguel se dio la vuelta conmigo en sus brazos.
—Hmm, ¿qué estás haciendo? —pregunté.
—El pene de Miguel todavía estaba atascado en mi vagina. Al escuchar lo que dije, lo empujó hacia adentro nuevamente y respondió con calma —Vuelve a la cama.
—Él parecía tan seguro que lo creí.
—Aunque no estaba de acuerdo con la posición en la que me sostenía en ese momento, tuve que comprometerme por un momento, considerando el estilo usual autoritario y desagradable de Miguel. Avancé sin vergüenza con el pene de Miguel en mis manos.
—Sentía que cada paso era un desafío, que mi cuerpo era demasiado sensible cuando tenía sexo con Miguel, y que Miguel era asombrosamente grande. Su pene estaba casi perfectamente incrustado en mi vagina, y a medida que él se movía, se movía con regularidad; los tendones latían contra las delicadas paredes de mi vagina casi todo el tiempo.