La mañana siguiente trajo consigo una quietud inusual. La mansión, que solía estar llena de actividad desde temprano, parecía envuelta en un silencio casi inquietante. Rosa se despertó sola en su habitación, pero el calor del abrazo de Alessandro aún la envolvía, como un recuerdo cálido de la noche anterior.
Después de vestirse, decidió bajar a la cocina en busca de algo de comer. Mientras caminaba por los largos pasillos, sintió la mirada de los guardias, siempre alerta, pero notó algo diferente en ellos: una mezcla de curiosidad y respeto. Era como si su presencia en la vida de Alessandro hubiera comenzado a cambiar algo más que su relación con él.
Al llegar a la cocina, encontró a Anna, la cocinera de la mansión, preparando el desayuno. Anna era una mujer mayor, de rostro amable y manos que hablaban de años de trabajo duro. Le sonrió a Rosa, y por primera vez desde que había llegado, le habló de manera familiar.
—Buenos días, señorita Rosa. ¿Le preparo algo especial?
Rosa, sorprendida por la calidez en su voz, se sintió más cómoda.
—Buenos días, Anna. Lo que sea que estés preparando estará bien, gracias.
Anna asintió y empezó a preparar un plato para Rosa. Mientras lo hacía, Rosa se dio cuenta de que quería saber más sobre Alessandro, sobre el hombre que se escondía detrás del temido Dragón.
—Anna —comenzó Rosa, dudando un poco—, ¿hace cuánto tiempo trabajas aquí?
—Hace más de veinte años, niña —respondió Anna, sin levantar la vista de su trabajo—. Vi a Alessandro crecer en esta casa, y también vi cómo la vida lo endureció.
—¿Qué le pasó? —preguntó Rosa en voz baja, sabiendo que estaba adentrándose en terreno delicado.
Anna se detuvo por un momento, como si considerara si debía contarle. Finalmente, se giró para mirarla, sus ojos llenos de una sabiduría que solo los años podían otorgar.
—Alessandro no siempre fue así. Hubo un tiempo en que era solo un niño normal, con sueños y esperanzas. Pero este mundo… este mundo cruel y despiadado se llevó todo eso. Su familia fue traicionada, y él fue forzado a tomar el control antes de que estuviera listo. El precio de su poder fue su corazón, y desde entonces, lo ha mantenido bajo llave.
Rosa sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Había imaginado que Alessandro tenía un pasado difícil, pero escuchar la verdad era mucho más duro de lo que había anticipado. Entendió que él no era solo un hombre temido y respetado; era alguien que había sacrificado su alma para sobrevivir en un mundo que no dejaba lugar para la debilidad.
—¿Y nunca ha habido nadie que… intentara ayudarlo? —preguntó Rosa, esperando que tal vez en el pasado hubiera existido alguien que hubiera tratado de salvar al niño que un día fue.
Anna suspiró, volviendo a su tarea.
—Hubo alguien, hace muchos años. Una mujer que lo amaba profundamente. Pero como todo en la vida de Alessandro, ella también le fue arrebatada. Desde entonces, él no ha permitido que nadie se acerque demasiado. Hasta ahora.
Rosa no necesitaba que Anna dijera más. Sabía a qué se refería. Ella había llegado a la vida de Alessandro como una prisionera, pero con cada día que pasaba, sentía que la distancia entre ellos se acortaba, que la barrera que él había construido empezaba a agrietarse.
—Gracias, Anna —dijo Rosa, tomando el plato que la cocinera le ofrecía.
—Cuidado, niña —le advirtió Anna, con una voz suave pero firme—. El amor puede ser tan peligroso como cualquier enemigo en este mundo.
Rosa asintió, entendiendo la advertencia. Pero a pesar del riesgo, estaba decidida a seguir adelante. Alessandro no era solo el Dragón de la ciudad, era un hombre roto que merecía ser sanado, y si había una oportunidad de traer luz a su vida, Rosa estaba dispuesta a intentarlo, aunque le costara todo.
Mientras se dirigía al comedor, Rosa no podía dejar de pensar en lo que había aprendido. Sabía que lo que compartía con Alessandro era frágil, y que cualquier paso en falso podría desmoronar todo lo que habían construido. Pero también sabía que valía la pena luchar, porque en el fondo, ambos estaban buscando algo que el mundo les había negado durante mucho tiempo: paz.
Alessandro la estaba esperando en el comedor, su mirada ya no tan fría como antes. Al verla entrar, sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, y en ese gesto, Rosa vio una chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, el Dragón estaba listo para dejarse salvar.