Lucius, el encargado de la biblioteca, tenía una sensibilidad especial. Podía sentir cuando alguien no autorizado intentaba tomar algo de la vasta colección que resguardaba: libros, pergaminos o alguno de los artefactos que yacían en lo más profundo de la biblioteca. Su deber era sencillo: evitar que cualquiera que no tuviera permiso accediera a lo que no debía. Pero hoy se enfrentaba a un problema inesperado.
"¿Cómo llegaste hasta aquí?" murmuró, irritado, mientras sujetaba firmemente la muñeca del niño que había atrapado in fraganti.
"¡Contesta, no te hagas el tonto conmigo, pequeño!" gruñó Lucius, tirando de Myrddin hacia atrás, alejándolo del libro que había intentado tomar.
Myrddin, sin ofrecer resistencia, fijó su mirada en los cuernos de Lucius. Eran retorcidos y oscuros, con una textura rugosa que recordaba la corteza de un árbol antiguo.
'¿Existen los demonios?' pensó Myrddin, asombrado. Si la magia era real, entonces los demonios podrían serlo también. ¿Eso significaba que todas las criaturas de cuentos y leyendas podían existir en este mundo? Su curiosidad lo sumergió en una reflexión tan profunda que ignoró completamente la presencia de Lucius.
Pasaron unos segundos, luego medio minuto, y finalmente un minuto completo, con Lucius aún sosteniéndolo, mientras la irritación en su rostro crecía. El silencio en la biblioteca, roto solo por el leve crujido de la madera bajo sus pies, se hizo insoportable.
'¿Este niño está cuerdo?' se preguntó Lucius, frunciendo el ceño cada vez más. Sus intenciones no iban más allá de dar un ligero castigo al niño por tocar lo que no debía, pero al menos esperaba escuchar una excusa. Sin embargo, el seguía allí, en silencio, con una curiosidad destellante en sus ojos.
La luz tenue de las lámparas de aceite proyectaba sombras alargadas en los estantes de libros, mientras el aroma a pergamino y cuero envejecido impregnaba el aire. Decidido a romper el incómodo silencio, Lucius liberó una pequeña cantidad de mana, y su voz resonó con fuerza en la vasta biblioteca.
"¡Niño! ¡Responde, ahora!" gritó, amplificando su voz con magia. Los estantes cercanos temblaron bajo la presión de su poder, y el polvo se levantó de los rincones oscuros.
No solo la estantería se sacudió; Myrddin también sintió un impacto en su cuerpo y mente. Fue solo un instante, casi imperceptible, pero se sintió presionado, como si un peso invisible se añadiera a su ser.
'¿Magia?' pensó Myrddin, mientras sus ojos brillaban con una nueva chispa de interés. A pesar del intento de intimidación de Lucius, no parecía asustado. Ahora, su atención estaba completamente centrada en él.
"¿Eres un mago?" preguntó Myrddin, su voz ronca por la falta de uso, pero cargada de una curiosidad genuina.
"¿Qué?" exclamó Lucius, sorprendido por la falta de la reacción esperada. Había usado suficiente mana en su voz para asustar incluso a animales pequeños. Un niño de esa edad debería estar temblando y obedeciendo. ¿Entonces, por qué actuaba como si nada?
"Te pregunté si eres un mago" insistió Myrddin, su tono ronco sonando sarcástico a oídos inexpertos, pero en realidad, era simple curiosidad.
Una vena se hinchó en la frente de Lucius antes de que comenzara a gritar, ahora sí, verdaderamente molesto.
"¿Mago? ¿¡Mago!? ¡Déjate de tonterías y dime qué haces aquí!" Con el rostro rojo de ira, Lucius pensó que si el mocoso frente a él no le daba una buena razón, lo azotaría hasta dejarle el trasero rojo como una manzana.
"No sé," respondió Myrddin, sin mostrar consideración alguna, su tono indiferente desarmando por completo la furia de Lucius.
Como si le hubieran tirado un balde de agua fría, Lucius se quedó quieto, su boca entreabierta y sus pupilas temblando. La ira que había sentido se desvaneció, dejando en su lugar una extraña sensación de desconcierto. Miró al niño sin sentido común. ¿Por qué molestarse con alguien que claramente no estaba bien de la cabeza? Solo podía tragarse sus ganas de golpear al niño.
'¿Debería sacarlo de la biblioteca y pretender que no vi nada?' se preguntó, considerando seriamente evitar más interacción con el niño.
El silencio se prolongó demasiado, y Lucius aún no sabía qué hacer cuando alguien apareció junto a ellos, como por arte de magia.
Era un hombre joven, de piel blanca y cabello negro como el carbón, vestido con un elegante traje negro y rojo, adornado con múltiples accesorios dorados que brillaban bajo la luz tenue. Su porte y actitud tranquila conferían un aura de nobleza y autoridad.
Lucius lo reconoció de inmediato: era Charles Vont Percival, el mayordomo del dueño de la casa.
Charles observó la escena con calma, su presencia ocupando la estancia de un modo que solo alguien con gran poder podía lograr. Luego, cruzó su mirada con la de Lucius, hablando con un tono pausado y ligeramente disculpándose.
"Sr. Quincy, lamento molestarlo."
Lucius alzó ligeramente las cejas. "Vienes por el mocoso, supongo," gruñó Lucius, mirando a Charles con un brillo de molestia en sus ojos.
Charles asintió con calma, sin apartar la mirada, mostrando una sonrisa rígida apenas perceptible en sus labios.
"Entonces, supongo que el mocoso de Belial trajo al niño," continuó Lucius, ahora con más exasperación que irritación.
Charles, visiblemente incómodo, desvió la mirada y asintió una vez más.
"¡Suspiro! Por los tres reyes magos, ¿cuándo dejará ese mocoso de Belial de recoger niños de las calles? Ya va en récord," exclamó Lucius, soltando finalmente la muñeca de Myrddin, quien observaba en silencio la interacción.
"Llévatelo, y dile a Belial que sea la última vez que un niño se cuela en mi biblioteca. ¡Si no, por cada mocoso que se meta aquí, le romperé una extremidad!" declaró y amenazó Lucius, antes de girarse y desaparecer tan repentinamente como había llegado.
El silencio volvió a la biblioteca, y Myrddin comenzó a preguntarse si aparecer y desaparecer era más fácil de lo que parecía.
Antes de que pudiera perderse en sus pensamientos, sintió una mirada penetrante sobre él. Esta mirada, a diferencia de la del viejo gruñón de antes, llevaba consigo una promesa de consecuencias graves si se le ignoraba.
Al levantar sus ojos hacia Charles, notó algo diferente. No se podía jugar con esa persona, y tampoco parecía que le gustara perder tiempo.
Cuando sus miradas se cruzaron, Charles habló, casi dando una orden: "El maestro desea verte."
Myrddin nunca había experimentado miedo, pero a lo largo de los años, había notado que su cuerpo se relajaba con personas inofensivas y se tensaba con las peligrosas. Ahora, su cuerpo estaba tenso como una cuerda estirada. 'Parece más un demonio que el anciano,' pensó Myrddin.
'¿Maestro?' Quizás porque su cuerpo lo obligaba a prestar atención a esta posible amenaza, Myrddin no había prestado mucha atención a las palabras de Charles, pero al pensarlo bien, era obvio que quien lo había traído hasta aquí debía ser el hombre vestido coloridamente. 'Por lo tanto, ¿ese debía ser su "maestro"?'
"¿Te sigo?" preguntó Myrddin, con su voz ahora menos ronca, encajando mejor con su edad.
Charles no pareció escucharlo, solo lo miró fijamente, como si viera más allá de lo visible. El no sintió nada especial por esa mirada fija; todo era igual, pero su cuerpo ya no estaba tan tenso. Su mirada era la misma, pero sabía que algo debió cambiar.
El silencio duró solo unos segundos, y se interrumpió cuando Charles dejó de mirarlo y sacudió ligeramente la cabeza. "No, no hace falta caminar," le respondió y se acercó con pasos que resonaron en la tranquila biblioteca.
Aunque Myrddin era bueno juzgando a las personas, le costaba medir al hombre que estaba por posar su mano en su hombro. Todas las personas que había conocido mínimamente en su vida, si bien no eran como libros abiertos, eran fácilmente medibles por su forma de hablar y moverse, pero este hombre parecía ocultar cada acción y palabra tras una máscara impenetrable.
"Cierra los ojos," ordenó Charles, apretando ligeramente su mano en el hombro de Myrddin.
Aunque obedeció, antes lanzó una rápida mirada curiosa a Charles, quien a su lado le llevaba casi tres cabezas.
Myrddin se sintió tentado a abrir los ojos, suponiendo que iban a desaparecer y reaparecer como ya había visto antes. Pero apenas se preguntó si debía abrirlos, Charles soltó su hombro y le dijo que abriera los ojos.
No había terminado de abrirlos cuando una corriente de aire fresco lo golpeó, y Charles volvió a hablar, "Sígueme."
Al despegar sus párpados, se vio momentáneamente cegado por el cambio de la poco iluminada biblioteca a un lugar bañado por la luz del sol.
A medida que su vista se aclaraba y observaba rápidamente su entorno, se sintió algo aturdido. Pensó que al moverse de tal manera sentiría algo, esperaba marearse como la gente lo hacía en los carruajes, pero en realidad todo fue tan rápido que, incluso si hubo un cambio, no lo sintió.
Su aturdimiento no duró mucho cuando notó que Charles se alejaba sin esperarlo. Con más curiosidad por el supuesto maestro que por el lugar, lo alcanzó rápidamente y lo siguió de cerca.
Caminando por un sendero de baldosas blancas, mientras seguía a Charles, aprovechó para ver a su alrededor. Estaban en un jardín, un poco grande para ser solo un jardín, pero no lo suficiente como para dejar de serlo.
Por algunos altos pastizales no podía ver más allá del jardín, pero le pareció divisar un edificio a lo lejos. Esto lo llevó a preguntarse qué tan grande era el lugar, pensando en lo recorrido hasta ahora: esos pasillos llenos de habitaciones, la biblioteca y ahora el jardín. Tal vez igual de grande que Lodran sea mucho, pero ¿Y la mitad de la mitad?