"¡Oh! Te ves como nuevo." Belial sonrió alegremente mientras observaba a Myrddin frente a él.
Myrddin, aún desconcertado, no pudo evitar sentirse confundido. Después de seguir a Charles a través del extenso jardín, llegó a un pequeño estanque donde un hombre estaba sentado frente a una mesa repleta de vasijas blancas y aperitivos. El jardín, rodeado de arbustos cuidados y flores silvestres, mantenía una engañosa calma reforzada por el suave murmullo del agua.
Reconoció al hombre al instante. Vestía prendas de colores variados, algunas nuevas y otras gastadas, y lucía exactamente igual que la figura que vio antes de desmayarse en la tormenta. Sin embargo, algo no cuadraba. ¿Por qué se siente como si fuera otra persona?
A simple vista, no parecía haber ningún cambio, pero cuando Belial lo saludó agitando su mano, sosteniendo un pastel, Myrddin sintió que estaba ante alguien completamente distinto.
Aunque su actitud y vestimenta eran prácticamente iguales, la presencia de Belial, esa sensación indescriptible que emanaba de él, había cambiado.
"¿Quieres algo de leche? Charles, sírvele un poco. Vamos, toma, está fría, perfecta para el calor." Belial insistió, señalando a Charles, quien en silencio llenó una taza y se la entregó.
Obligado por la insistencia, Myrddin tomó la taza y dio un sorbo. El líquido frío descendió por su garganta, pero no pudo evitar sentir que había sido engañado. Tenía grandes expectativas sobre Belial; después de todo, según recordaba, desde el primer momento que lo vio, algo en su interior se agitó.
Esa imagen de él, pintando su mundo con colores solo con su mera presencia, aún estaba vívida en su mente. Pero ahora, era como si esa luz se hubiera desvanecido o apagado. ¿Tal vez tiene un gemelo y me están gastando una broma? pensó con ironía.
Aunque la curiosidad en su interior no se había apagado, sino intensificado, el actual Belial chocaba con la imagen que Myrddin había construido, sumiéndolo en una extraña incomodidad. Sentía que algo estaba fuera de lugar, pero no podía identificar exactamente cuál era el problema.
"¡Bien!", exclamó Belial, interrumpiendo los pensamientos de Myrddin y captando toda su atención.
"Presentémonos. Yo empiezo." Belial frotó sus manos con entusiasmo antes de levantarse de golpe. "¡Yo soy… el gran mago de la luz ridícula, Belial Von Llewellyn!", proclamó con las manos en la cintura y el mentón alzado al cielo, intentando parecer lo más imponente y majestuoso posible.
Posó durante diez largos segundos antes de volver a sentarse, con una sonrisa de satisfacción. "Ahora tú, ¿quién eres?", preguntó con expectativa desbordante, como si esperara descubrir que Myrddin era el hijo de algún noble caído o, incluso, el descendiente de un dios. La intensa expectación en los ojos de Belial lo cegaba a Myrddin.
Myrddin guardó silencio. No estaba pensando en cómo presentarse ni en Belial; su mente estaba atrapada en las chispas de emoción —además de la curiosidad— que habían surgido levemente hace unos momentos. ¿Irritación? ¿Exasperación? ¿Diversión? No podía precisar lo que sentía, pero al posar su mirada en Belial, supo que este hombre extraño era nuevamente la causa.
"Myrddin, sin padres, vagabundo", respondió finalmente, con una voz carente de emociones. Aunque ya no estaba vacío, era difícil que su actitud cambiara radicalmente en tan poco tiempo.
"¿Myrddin?" Belial, ignorando el tono frío, se centró en el nombre. "Qué nombre tan raro, y eso que soy bastante bueno recordando nombres. Pero, ¿de dónde salió este?" Frotándose la barbilla con su corta barba, entrecerró los ojos como si intentara recordar algo que tenía en la punta de la lengua.
"Maestro, Myrddin es la forma arcaica de pronunciar Merlín. Ya no se usa desde hace más de cien años, y pocos lo conocen porque casi nadie lleva ese nombre," explicó Charles desde un costado, con su habitual calma.
"¡Ah, sí, sí! Si no recuerdo mal, Myrddin era un nombre usado por la antigua raza demoníaca. Los humanos lo adoptaron cuando comenzaron a tener descendencia mestiza. Pero, ¿por qué cambió a Merlín?" Belial aplaudió con alegría antes de posar su mano en el mentón, fingiendo estar reflexionando.
Esperaba la respuesta de Charles, quien no tardó en proporcionarla.
"Se cambió hace doscientos años, maestro. Cuando la reputación de los demonios decayó, se cortaron los vínculos, y los nombres demoníacos en la raza humana fueron sutilmente modificados."
"¿Ajá? ¿Pero no se resolvió eso ya? Entonces, ¿cómo es ahora? ¿Myrddin o Merlín?" preguntó Belial, intrigado, mientras bebía de su taza.
"Sí, pero las variaciones de nombres perduraron. Después de cien años de división, se comenzó a usar el nombre demoníaco antiguo para aquellos cuya línea de sangre demoníaca es la predominante, y la variación para aquellos cuya línea de sangre humana es la predominante."
"Oh, entonces lo correcto sería llamarte Merlín, dado que por tu apariencia, tu linaje demoníaco debe ser extremadamente débil." Belial cruzó las piernas, tomando sorbos de té entre cada palabra, mientras volvía su atención a Myrddin.
"Llámame como quieras", dijo Myrddin, sin interés alguno en su nombre o ascendencia, aunque Belial, con su comportamiento extravagante y sus aparentes contradicciones, mantenía su atención despierta.
"¡Bien! Será Merlín entonces." Belial dejó su taza en la mesa y, estirándose, sacó un reloj de bolsillo de uno de sus tantos bolsillos.
"Mn, queda poco tiempo", murmuró con una expresión difícil de leer.
"Merlín", llamó mientras guardaba el reloj y se recostaba en su silla, cruzando las manos sobre su regazo. "Gracias por tu compañía. A cambio, te dejaré hacer dos preguntas y luego te haré una propuesta. ¿Qué te parece?" preguntó con una amplia sonrisa y un brillo celeste en sus ojos, que destellaban con una mezcla de perspicacia y jovialidad.
"Magia. ¿Qué es?" Myrddin no tuvo ni que pensarlo. Había muchas preguntas en su mente, pero ninguna tan crucial como esta.
Para Myrddin, la magia fue lo que le dio esas emociones fugaces; y aunque creía que Belial era especial, sin magia, para él no era más que otro hombre. La magia le había dado un toque de color a su mundo gris bajo aquella tormenta.
No era consciente, pero la emoción que impulsaba su pregunta era el miedo: miedo a perder los pocos colores que ahora adornaban su vida.
Belial observó con interés cómo Myrddin apretaba sus manos, mostrando un leve nerviosismo que ni siquiera él notaba.
"Magia, eh…" Belial ladeó la cabeza. "Hay muchas respuestas e interpretaciones sobre lo que es la magia, y no tengo la verdad absoluta. Pero me gusta una frase del Archimago Ludwig," dijo aclarándose la garganta para imitar una voz anciana y áspera: "'¿Qué es la magia? La magia es una puerta a lo desconocido y lo imposible.'"
"Esa frase dice mucho, pero no lo suficiente. Me temo que tu pregunta estaba mal formulada; si hubieras preguntado de otra manera, quizás habrías obtenido la respuesta que querías", añadió Belial, observando a Myrddin reflexionar.
Myrddin frunció el ceño, esperando algo más, aunque la respuesta, a su manera, le resultó útil.
"Entonces, ¿todo es posible con la magia?" preguntó Myrddin, con un tono que mantenía su frialdad habitual, pero en el que latía una leve desesperación.
"Tal vez, tal vez no," respondió Belial, y por un instante, Myrddin sintió su corazón hundirse.
"Hoy en día, hay muchos imposibles para la magia. Pero por algo el Archimago Ludwig dijo lo que dijo. Hasta la fecha, la magia es el único camino que ha roto la barrera de lo imposible," continuó Belial, su tono volviéndose misterioso, similar al de su encuentro en la tormenta.
Luego, susurró más sombríamente, "Antaño, cuando los dioses reinaban, intocables e inmortales, seres imposibles de herir… fueron forzados a arrodillarse ante el primer mago de la historia. Lo imposible se volvió posible por primera vez."
"Y eso solo fue el comienzo. Crear vida, superar la muerte, cambiar de especie, ver el futuro… miles de imposibilidades se hicieron posibles gracias a esa puerta conocida como magia."
Las palabras de Belial resonaron durante un largo momento, incluso después de que dejara de hablar, dejando a Myrddin inmerso en sus pensamientos. Estaba casi seguro de que la magia le podía dar lo que quería.
El aroma dulce del té se mezclaba con una ligera brisa que llevaba la fragancia de las flores, creando un contraste extraño con la tensión en el aire. De repente, un aplauso rompió la burbuja de tensión que lo envolvía, devolviéndolo bruscamente a la realidad.
Belial se recostó en su silla con una expresión astuta.
"Mi propuesta no es nada fuera de lo común; es más bien un juego", pronunció con un tono casual, mientras Myrddin aún seguía medio aturdido.
"Trabaja para mí. A cambio, responderé una de tus preguntas cada semana", continuó lentamente, jugueteando con su taza de té vacía entre las manos.
"¿Trabajar?" preguntó Myrddin por reflejo, extrañado. Podía imaginar muchas cosas, pero esta propuesta era inesperadamente excéntrica.
"Sí, trabajar", confirmó Belial, asintiendo. "A cambio de servir como mi criado, te responderé cualquier pregunta que tengas."
Myrddin, con la boca ligeramente abierta, no supo qué responder. El cambio de tema había sido tan repentino, sumado a que aún procesaba lo dicho anteriormente, que no podía articular una respuesta. Cerraba la boca y la volvía a abrir, intentando hablar, pero sin encontrar las palabras.
"¿No es suficiente?" preguntó Belial, fingiendo una incredulidad exagerada. "Entonces añadiré que puedas hacer una pequeña petición cada mes, como por ejemplo…" Sonrió mientras levantaba ligeramente su mano derecha.
"Aprender magia", susurró Belial, mientras en su palma comenzaban a converger los colores a su alrededor: el azul del cielo, el verde de la hierba, el blanco y rojo de las flores. Todos esos tonos se fundieron para formar una pequeña esfera multicolor en el centro de su mano.
"Sé lo que deseas, es tristemente obvio para alguien como yo. Puedo proporcionártelo, pero todo tiene un precio. ¿Qué dices?" La voz de Belial sonaba como un susurro tentador, irresistiblemente cautivador.
Aceptar o no aceptar. Dos opciones se presentaron ante Myrddin, pero ¿Era algo realmente importante? Tampoco era como si tuviera elección.
No creía tenerla. Si aceptaba, no tenía garantías de conservar sus emociones. La palabra de Belial no bastaba; era alguien difícil de descifrar, al menos para Myrddin.
Pero, si no aceptaba, nada le aseguraba que no perdería esas emociones recién adquiridas, sin saber por cuánto tiempo las conservaría. Además, quedaría en una posición extremadamente pasiva. ¿Quién sabe cuándo volvería a tener contacto con este mundo mágico? Tal vez nunca.
Además, 'Algo valgo', pensó Myrddin al notar cómo Belial le dejaba deliberar en calma, como si no le importara. Deshizo la esfera de colores en su mano y pidió a Charles que le sirviera más té.
El hombre frente a él era extraño, pero no incomprensible. Podía sentir su compasión por él, y eso le era evidente, pero eso no era todo. Había recibido mucha compasión en las calles, pequeños actos de bondad, pero nadie lo sacaría de las calles solo por compasión. Lo que motivaba a Belial no era la empatía; debía querer algo. Eso significaba que tenía cierto valor.
"Acepto", pronunció fríamente Myrddin.
El eco de su decisión se sintió como una vibración que lentamente se apagaba, y con ella, la efímera curiosidad que lo había mantenido alerta. La calma volvió, pero esta vez rozaba peligrosamente con el vacío que siempre lo acechaba, un vacío que ahora se presentaba con una extraña familiaridad.