Miranda
Con una panza grande y la necesidad de comprarme ropa para embarazadas, empezaba a depender de los cuidados de Axel y Verónica, quienes manifestaban su felicidad al máximo y me trataban con un cuidado que en ocasiones se tornaba exagerado. Cuidaban de mí hasta en el más mínimo detalle, y cumplieron con cada uno de mis caprichos en mis días hormonales y de antojo.
Yo no hacía más que dejarme llevar por tan empalagoso trato, no tenía opciones. Ambos se complementaron muy bien en las labores del hogar, donde Axel se encargó de la limpieza y la jardinería, y Verónica de la cocina y los mercados; fue como estar de vacaciones.
Una de las cosas más bonitas que atribuyo a mi embarazo fue el hecho de que influyese de buena manera en las emociones de Verónica, pues cada vez que recordaba a Isaías, lo hacía con cariño. Fue una forma de evadir la tristeza e ir aceptando que él ya no volvería a estar con nosotros, y que si tenía la oportunidad de amar de nuevo, debía hacerlo.
—A Isaías le hubiese encantado estar presente en este momento… Le encantaban los niños, de hecho, sus sobrinos eran sus tesoros —comentó.
—Son chicos muy traviesos, según recuerdo la última vez que los vi —dije.
—Si Isaías me hubiese dicho que quería tener hijos, que a lo mejor sí, aunque nunca me lo dijo, habría aceptado de inmediato llevar el fruto de nuestro amor en mi vientre y luego verlo crecer hasta mi muerte, pero…
—Sí, lo sé —musité al interrumpirla—. ¿Ya te dije cómo la llamaremos? —pregunté para cambiar de tema.
—Axel me había comentado, pero dímelo a ver, porque a veces dice unas cosas y luego se contradice. Por cierto, ¿dónde está? —preguntó.
—Está en el aeropuerto recibiendo al señor Petit, quiere ver nuestra galería y también aprovechó de vigilar el traslado de nuestras obras —respondí.
—No me cayó bien ese señor —dijo—, pero dime, ¿cómo llamaremos a mi ahijada?
—Anastasia Verónica. El primer nombre, Axel y yo lo habíamos decidido hace mucho tiempo, y el segundo, fue idea suya.
Verónica seguía vulnerable a nivel emocional, por eso lloró de felicidad por unos segundos y me abrazó.
—Ya…, ya…, se supone que debes alegrarte —dije con voz socarrona.
—Estoy alegre, tonta —replicó ella, a la vez que esbozaba una sonrisa titubeante.
—¿Sabes? Me gustaría volver a París cuando Anastasia esté grandecita. Me encantó la ciudad.
—A mí también me encantó, sobre todo, comer en el Restaurant Paul, que justo es donde se rodó la escena final de Yo antes de ti… Ahora voy a llorar de nuevo por culpa de Will.
—Qué curioso que menciones la película porque yo no la he visto… Solo he leído el libro, que, por cierto, lo amo.
—Yo lo leí cuando me mudé con Axel por primera vez, y luego vi la película.
En ese instante, la puerta principal del apartamento se abrió y entró Axel con el ceño fruncido, aunque su semblante cambió cuando notó que Verónica limpiaba sus lágrimas.
—¿Qué sucede? —preguntó preocupado.
—Estoy muy sensible, no preguntes por qué —respondió Verónica.
—¿Por qué? —insistió Axel, haciendo caso omiso a sus palabras.
—¿Eres sordo o qué? —reclamó Verónica.
—Le dije cómo llamaremos a nuestra hija —intervine —. Luego se acordó del final de Yo antes de ti… Y tú, ¿por qué tenías esa cara de culo cuando llegaste?
—Petit me hizo molestar, no dejó de comparar Ciudad Esperanza con París… Que si París es más bonito, que las calles están mejor pavimentadas, que no le gusta como huele aquí y otras cosas —respondió disgustado.
—Sí, es prepotente, lo sabemos… Pero debemos tener en consideración que vino desde lejos a visitar nuestra galería —dije.
—Lo sé, por eso no le dije nada y mantuve silencio —replicó.
—Yo que tú, lo hubiese tirado del auto en movimiento —comentó Verónica.
—Lo pensé, créeme que lo pensé —dijo.
La frustración de Axel pasó a segundo plano cuando hice el intento de levantarme. Este de inmediato se me acercó con una corta carrera para ayudarme y recordarme que no debía hacer muchos esfuerzos. Era un caso perdido decirle que estaba exagerando, pues Verónica lo apoyaba y ambos se remitían a las palabras de la doctora a cargo del control prenatal, así que tenía que dar mi brazo a torcer.
Para ese entonces, no contaba con el apoyo de los señores Lamar, quienes eran los únicos que controlaban a Axel cuando se ponía intenso con sus cuidados y mimos. Era evidente que le emocionaba la idea de tener un bebé, y se la pasaba junto a Verónica mirando videos en YouTube referentes al cuidado prenatal; esos dos sí que parecían hermanos.
Además, Verónica se había mudado con nosotros de nuevo luego de vender el departamento de Isaías, donde no le gustaba estar sola. También vendió sus acciones en el bufete y dejó de usar su cuenta bancaria.
Poco a poco, se deshizo de todo aquello que la vinculaba a Isaías.
Era una época en que empezaba a dar los pasos más complejos de la superación y aceptación, algo en lo que influyó mamá durante sus visitas, que había pasado por una situación similar.
Lo que las diferenciaba a ambas era que mamá había compartido más de veinte años con un hombre, mientras que Verónica estaba en el inicio de su relación, razón por la cual se le haría, en cierto modo, menos complejo de superar.
Claro está que Verónica tuvo sus deslices, sobre todo en esos momentos en que se negaba a seguir adelante, pues en cierto modo, eso implicaba olvidar a Isaías. Sin embargo, la realidad era que él ya no estaba con nosotros. Por muy doloroso que fuese, no podía aferrarse al amor de una persona que ya no existía ni sentía nada.
Por suerte, una quinta visita de mamá bastó para que Verónica empezase a comprender que el presente seguía su curso y se le estaba yendo en su afán de encarcelarse en el pasado.
No es que Verónica estuviese desaprovechando su tiempo, pero estaba cometiendo el error de castigarse con la soledad cada vez que un hombre se le acercaba.
—Yo sé que ya no está con nosotros, pero no quiero estar con otro hombre —le dijo a mamá.
—Ay, querida, por amor a Dios… Dices eso desde tu ingenuidad de jovencita, pero cuando sientas necesidades, ¿cómo piensas enfrentarlas?… Yo espero que no sigas mis pasos —replicó mamá, reconociendo que había sido bastante promiscua después de la muerte de papá.
—Es que no me siento capaz —musitó Verónica.
—Piénsalo, querida. Tienes apenas veintiséis años, estás en la mejor etapa de tu carrera y tu futuro es prometedor… Además, eres una preciosidad de muchacha que atrae hombres por montón. Tarde o temprano, alguno te va a llamar la atención. En ese momento, me gustaría que actuases con el corazón y el cerebro para que conozcas bien a la persona y te asegures de que vale la pena.
—¿Es lo que usted hizo? —le preguntó Verónica.
—Pues —mamá hizo una pausa y se mostró un poco avergonzada—, digamos que mi caso es muy diferente al tuyo, querida… Yo le fui fiel a un hombre por veinte años, por lo que me sentí en el derecho de tomar la decisión que tomé tras su muerte.
—Mamá —intervine—, yo creo que deberíamos entender a Verónica. Me intento poner en sus zapatos cada vez que recuerdo lo cerca que estuve de perder a Axel, y honestamente, no me sentiría capaz de seguir adelante sin él.
—Ese sentimiento es lo más normal, yo también me sentí incapaz de seguir adelante sin tu papá —replicó—, aunque eso no quiso decir que la vida se detuviese junto con su muerte, al contrario, siguió su curso y yo tomé mi decisión… ¿Me arrepentí al principio? Sí, claro que sí, pero luego el dolor y la pena fueron desapareciendo hasta que aprendí a separar el pasado de mi presente.
—Supongo que cada quien tiene su manera de enfrentar una pena —comentó Verónica.
—Ciertamente, querida, pero el punto es que no te estanques en el pasado cuando es evidente que el tiempo sigue transcurriendo y pasa rápido.
Los consejos de mamá fueron de vital importancia en la recuperación de Verónica, aunque de igual manera, tuvo que luchar a nivel emocional y físico al comprender y aceptar su dolorosa realidad.