Chereads / Tras el Velo / Chapter 3 - Capítulo 3: Ecos en las sombras

Chapter 3 - Capítulo 3: Ecos en las sombras

Transcurrieron días desde que Elaine estuvo en el mundo onírico. Sandman había permanecido a su lado, velando por su recuperación y utilizando parte de su energía para calmar los traumas que aquella noche le había dejado. Dos días completos pasaron en reposo, envuelta en una especie de letargo, hasta que finalmente, en la mañana del tercer día, Elaine despertó.

 

Era lunes por la mañana. Desorientada, Elaine abrió los ojos y empezó a examinar el lugar donde se encontraba. Confundida, pero a la vez aliviada, se percató de que estaba en su habitación. Se frotó los ojos con ambas manos y bostezó con fuerza, tratando de despejar la neblina de sus recuerdos.

 

Morfeo… Sandman… el mundo de los sueños… —murmuraba Elaine para sí misma— ¿Qué ha sido todo eso?... parece una locura… será que… ¿acaso lo habré soñado todo?

 

La duda la invadía, pero al instante, un flashback de la escena en el callejón le atravesó la mente, generándole un dolor punzante en el pecho.

 

No… no cabe duda… —dijo mientras apretaba su pecho con la mano— esa sensación… era demasiado real como para ser un sueño…

 

De repente, una voz peculiar interrumpió sus pensamientos.

 

Joo… ¿aún crees que todo ha sido un sueño? Bueno… en parte, no estás equivocada.

 

Elaine se petrificó al escuchar la voz. Sus ojos se abrieron de par en par y lentamente comenzó a escudriñar la habitación. Finalmente, notó que sobre sus piernas reposaba tranquilamente un gato negro, cuyos ojos permanecían cerrados con aire de curiosidad.

 

Hola, veo que has podido dormir bien, bella durmiente… —dijo el gato con un tono calmado.

 

Elaine dio un pequeño respingo, sobresaltada, demasiado atónita como para reaccionar.

 

¿A-acabas de hablarme? —preguntó entrecortadamente, con la voz temblorosa.

 

Pues claro —respondió el gato con naturalidad— no veo a nadie más en la habitación.

 

Un silencio incómodo se instaló entre ambos. Elaine estaba nerviosa, incapaz de procesar lo que veía.

 

¿Qué pasa? —volvió a preguntar el gato— ¿acaso el gato te comió la leng... oohhh, ya entiendo…

 

Con un movimiento ágil, el gato se levantó y se estiró, antes de saltar de la cama. En cuanto tocó el suelo, fue amortiguado por un espiral de arena que se elevó gradualmente, creando un viento fuerte que revoloteó por toda la habitación. La arena se dispersó, revelando la figura imponente y familiar de Sandman.

 

Buenos días, Elaine —dijo Sandman, con una leve sonrisa— parece que finalmente has despertado.

 

¡S-Sandman! Eras tú… —Dijo Elaine sorprendida.

 

El mismo en persona —Respondió Sandman— ¿quién más podría ser si no tu más fiel amigo?

 

Elaine se quedó en silencio un momento, asimilando lo que había pasado.

 

Así que… todo eso… fue real —murmuró, apretando su pecho con más fuerza, como si necesitara aferrarse a algo tangible.

 

En efecto —Dijo Sandman, con un tono comprensivo— Tu recuperación fue más difícil de lo que esperaba. A diferencia de tu amiga, que sufrió daño físico, el daño psicológico es más complejo de curar. Es probable que aún tengas secuelas, por lo que seguiré permaneciendo a tu lado hasta que puedas lidiar con ello.

 

Con una delicadeza sorprendente, Sandman se acercó a Elaine y le acarició tiernamente la cabeza. A medida que lo hacía, pequeños granos de arena caían suavemente sobre ella, trayendo una calma inesperada.

 

Lamentablemente, curar tus heridas consumió mucha de mi energía... —de repente, Sandman se contrajo en un torbellino de arena, y una vez más, adoptó la forma de un gato—. Por lo tanto… si deseo permanecer en este mundo contigo, lo mejor será materializarme en una forma que no consuma tanta energía… —añadió, mientras se estiraba con un aire de cansancio.

 

Ya veo… —dijo Elaine, bajando la mirada— perdón por ser una carga para ti, Sandman…

 

Tranquila —le respondió Sandman, acomodándose en su regazo—. No ha sido nada, lo importante ahora es que te encuentres mejor.

 

Elaine no pudo evitarlo e, instintivamente, empezó a acariciar a Sandman. El simple gesto le generó una inesperada sensación de tranquilidad, como si todo lo ocurrido en esos días empezara a desvanecerse.

 

Más importante aún... —dijo Sandman, alzando ligeramente la cabeza— creo que hay cierta persona que esperas ver desde hace mucho, ¿no? Digo, no por nada has pasado tres días en cama.

 

Sí… —Dice Elaine calmada— Espera… ¿¡TRES DIAS!?

 

Elaine sobre reaccionó, levantando de un salto a Sandman, que salió volando por los aires. Se levantó de la cama y corrió hacia su móvil. Al ver la hora y la fecha, no tardó en cambiarse rápidamente, cepillarse, agarrar su bolso y tomar algo de la nevera para comer por el camino.

 

Lo siento mucho, Sandman —dijo, ajetreada— pero ¡debo verla lo más pronto que pueda!

 

Entiendo… —respondió Sandman, saltando con agilidad al bolso de Elaine— Entonces apresúrate, no puedo dejar que vayas sola por ahí, así que iré contigo.

 

El gato sonrió mientras se acomodaba en un costado del bolso, con su pequeño cuerpo pareciendo encajar perfectamente allí. Elaine asintió y, sin dudarlo, agarró sus cosas y salió de la casa, con rumbo directo al apartamento de Clara.

 

Elaine apresuraba el paso, cada cruce por las calles la llevaba de vuelta a aquel callejón en su mente. Recordaba a su amiga Clara, golpeada y maltratada, viéndose vulnerable en el suelo, con lágrimas en sus ojos. La culpa y la impotencia la atenazaban, como si estuviera reviviendo el dolor una y otra vez. A medida que se acercaba al apartamento de Clara, su desesperación crecía. Corrió sin detenerse, sintiendo que el mundo a su alrededor se desdibujaba, hasta que, finalmente, llegó frente a la puerta.

 

Con los nervios a flor de piel, pero decidida, tocó a la puerta sin dudarlo. El silencio que siguió la angustió aún más. Volvió a golpear, esta vez con más fuerza, y permaneció atenta, esperando cualquier señal de vida al otro lado. Pero la puerta permanecía cerrada y el silencio se hacía ensordecedor. Elaine golpeó una vez más, más fuerte, como si con cada golpe intentara ahuyentar sus propios temores, hasta que finalmente...

 

Ya voy… ¡Ya voy! —se oyó una voz desde el otro lado de la puerta— Permíteme un momento… Dios…

 

La puerta se abrió lentamente, y con una toalla en la cabeza, allí se encontraba, Clara, secándose el cabello. Parecía sana y salva, como si estuviera viviendo una mañana común y corriente.

 

¡Agh! —se quejó Clara, frunciendo el ceño— ¿Quién puede ser a estas horas de la maña...? ¿Elaine? —dijo, sorprendida— ¿Qué haces aquí tan tempra…?

 

¡CLARAA! —gritó Elaine, con lágrimas brotando de sus ojos mientras se lanzaba sobre ella, derribándola al suelo— ¡Menos mal que estás bien! ¡Tenía mucho miedo!...

 

Elaine no pudo contener el llanto, y su cuerpo temblaba mientras las lágrimas caían sin control. Clara, aunque sorprendida, suspiró y la abrazó, acariciando su cabello con ternura, repitiendo en voz baja que todo estaba bien.

 

Cuando Elaine logró calmarse, ambas pasaron al interior del apartamento y se sentaron a conversar en la sala.

 

Ahh… perdón, perdón… —dijo Clara mientras traía dos tazas de té y unas galletas— Entiendo tu preocupación. Después de aquella noche me dormí y no contesté por dos días enteros… mi hermana incluso se preocupó. Hasta yo me sorprendí… no creí tener el sueño tan pesado, seguro debí preocupar a muchos más… —agregó, tomando un sorbo de té.

 

Así que… ¿no recuerdas mucho de esa noche? —preguntó Elaine, con un tono cargado de preocupación.

 

¿Eh? —respondió Clara, algo desconcertada— Ah… te refieres a después del confrontamiento con esos tipos en el antro… No… perdona, después de que salimos de allí, no soy capaz de recordar mucho, solo que caminamos a casa y… eso es todo… —dijo, rascándose la cabeza mientras tomaba otro sorbo— Es… extraño… no recuerdo haber tomado mucho esa noche, pero bueno…

 

Ohh… y-ya veo… —murmuró Elaine, sintiendo un extraño alivio.

 

Era evidente que Clara no recordaba nada de lo ocurrido después de salir del antro. La persecución, el abuso, la presencia de las sombras... todos esos recuerdos parecían bloqueados, aunque este último es entendible, dado que ella se desmayó antes de presenciarlo ¿Acaso Sandman tuvo algo que ver con esto?, se preguntaba Elaine mientras echaba un vistazo al gato, que se acomodaba en el sofá.

Por cierto —dijo Clara, masticando una galleta—, te quería preguntar… ¿por qué trajiste un gato contigo? —señaló a Sandman con el ceño fruncido— No estarás recogiendo animales de la calle de nuevo… ¿o sí?

 

Elaine se quedó perpleja, sin saber cómo responder. Nerviosa, tomó a Sandman y lo levantó, agitándolo de un lado a otro en un intento de explicar.

 

¡Aaahhh! E-este… pues sí… jeje… d-después de que nos separamos esa noche, de regreso a casa este gatito me acompañó por todo el camino… no fui capaz de despedirme de él, así que entró conmigo a casa, y desde esa noche ha estado conmigo. —dijo Elaine, tartamudeando mientras trataba de dar una explicación.

 

Joo… entiendo, entiendo… —dijo Clara con una mirada de desaprobación—. Dudo que sea un gato callejero por lo bien cuidado que está. —Sin dudarlo, procedió a levantar a Sandman, estudiándolo detenidamente—. Aunque… tampoco veo que lleve un collar, por lo que no sabría decirte si le pertenece a alguien…

 

En ese momento, Sandman abrió sus ojos y los fijó en los de Clara. Sus ojos, negros como la noche, parecían contener el vasto vacío del cosmos, irradiando una calma que disipaba cualquier duda. Clara sintió una extraña paz al mirar esos ojos, como si todas sus dudas se desvanecieran.

 

Pues… viéndolo bien, está muy lindo… —dijo Clara, apartando la mirada con una sonrisa— Muy bien… creo que lo puedes conservar por ahora… pero asegúrate de cuidarlo bien… con suerte y te mantienes a ti misma.

 

¡C-claro! —respondió Elaine, firme y aliviada.

 

¡Meow! —Maulló Sandman.

 

Jaja, Muy bien —dijo Clara, levantando a Sandman—. Si te vas a quedar con Eli, amiguito, entonces… tendremos que castrarte.

 

¡¿M-MEOW?! —Reaccionó Sandman, con sus ojos abriéndose de par en par.

 

Ambas amigas rieron ante su reacción, dejando que la tensión de los últimos días se desvaneciera entre risas. Todo lo que había pasado aquella noche en el callejón se sentía como un mal sueño, algo que, por el bien de ambas, era mejor dejar en el olvido.

 

Transcurrido el tiempo, las dos chicas se dirigieron hacia la universidad, listas para su clase de las 10:00. Aunque la mañana parecía normal, dentro del tren, Elaine volvió a notar los inquietantes movimientos de sombras entre los vagones. Sandman también los percibió, pero se limitó a susurrar a Elaine que aún no era el momento. A pesar de que el día transcurría con calma, la presencia de esas sombras la inquietaba profundamente. Aunque todo parecía en orden en la superficie, Elaine sabía que la tranquilidad era sólo una ilusión; pronto tendría que enfrentar lo que se avecinaba.

 

Al llegar a la universidad, caminaron juntas hacia el edificio central. Sandman se escondió dentro del bolso de Elaine, y en el camino, se encontraron con amigos de la carrera, quienes les preguntaron si estaban bien después del incidente en el antro. Algunos incluso elogiaron a Clara por su "monstruosa" fuerza, preguntándole si practicaba algún deporte marcial como judo o boxeo. Clara, halagada por los comentarios, sonreía y explicaba que solo se dedicaba a mejorar su físico y jugar baloncesto. A medida que avanzaban, más compañeros se unieron a la conversación, formando un pequeño grupo alrededor de ellas.

 

Entre todos, Elaine notó a Bryan, con su característico gorro de lana cubriéndole la frente y un denso abrigo con capucha. Estaba apartado, observando la escena con disimulo. Cuando Clara lo vio, Bryan rápidamente desvió la mirada y se alejó, entrando al edificio sin decir una palabra. Clara frunció el ceño, sintiendo una mezcla de incomodidad y enojo.

 

Ese tonto greñudo… —murmuró Clara, claramente molesta— ahora quiere evitarnos tras lo ocurrido en el antro.

 

Tranquilízate, Clara… —le dijo Elaine suavemente, tomándola del brazo— Ya hablaremos con él más adelante.

 

Finalmente, todos entraron al salón y la clase comenzó. Clara miraba de reojo hacia Bryan, pero él evitaba su mirada. Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que, de repente, una estudiante entró al aula, captando la atención de todos. Era una chica de tez pálida y cabello negro, con los ojos visiblemente hinchados y una mirada perdida.

 

¡Oh! Señorita María, qué grato volverla a ver —dijo el profesor, con tono afable—. No la hemos visto desde el viernes pasado. Aunque... le pediría que, para la próxima, trate de llegar temprano, gracias…

 

.. lo lamento, profesor… —respondió María con la mirada fija en el suelo— Con su permiso…

 

María avanzó entre los murmullos de sus compañeros, quienes se preguntaban si estaba bien. Ignorando los comentarios, se sentó en un asiento junto al de Elaine. Elaine no pudo evitar observarla, notando un dolor profundo que emanaba de María, un dolor que parecía venir de una pérdida desgarradora. Los ojos hinchados de María eran el testimonio de haber llorado por días, sumida en una angustia que resonaba en lo más profundo de Elaine.

 

Al finalizar la clase, el profesor salió del aula y Sandman aprovechó para salir del bolso de Elaine, estirándose con un bostezo. Sus compañeros notaron de inmediato al gato y, como un imán, se acercaron a Elaine con preguntas y caricias para Sandman. En medio de la conmoción, Clara vio a Bryan escabullirse rápidamente, aprovechando la distracción. Frunciendo el ceño, sintió la urgencia de confrontarlo, pero antes de poder seguirlo, notó que María también se levantaba y se dirigía hacia la salida sin hacer ruido.

 

¡Oye, Mari! —llamó Clara, alcanzándola y colocando una mano en su hombro—. Es una pena que no pudieras venir el viernes. Me preguntaba qué te había pasado. Aunque, sinceramente, no creo que te hayas perdido de mucho esa noche —Clara esbozó una sonrisa amistosa—. Oye, ¿te gustaría almorzar con nosotras?

 

Oh… no… perdona, Clara —respondió María con voz apagada—. La verdad es que no me siento bien… creo que no debí haber venido… ¡Perdona!

 

Antes de que Clara pudiera reaccionar, María apartó su mano y salió del aula apresuradamente. Clara se quedó sorprendida por su reacción.

 

¡Oye! —exclamó, queriendo detenerla, pero María ya había desaparecido—. Dios… pero ¿Qué le sucede?

 

Tú tan imprudente como siempre… —le espetó un compañero de clase.

 

¡¿Qué?! ¿Y a qué viene eso? —Clara se sonrojó, sintiéndose un poco avergonzada.

 

Ves que María está afectada, y tú pretendes actuar como si no hubiera pasado nada —le dijo otro compañero.

 

Humm… creo que escuché a un docente decir que ella pidió permiso el viernes pasado porque ocurrió una calamidad en su familia —comentó alguien más...

 

¿¡En serio!? —dijo Clara, apenada—. Agh… pobre Mari… espero que no le haya pasado nada malo.

 

Mientras los murmullos continuaban, Elaine mantuvo la mirada fija en la puerta, preocupada por el estado de María.

 

Después, Elaine y Clara se dirigieron a la cafetería. Clara seguía buscando a Bryan con la mirada, pero él no aparecía por ningún lado.

 

Demonios… —murmuró Clara, frustrada—. ¿Acaso piensa evitarnos toda la vida?

 

Se sentaron en una de las mesas, y Elaine, sin mucho apetito, apartó un poco de su comida sobre una tapa para dársela a Sandman. El gato se subió a la mesa y se acomodó para comer, mientras Clara le ofrecía también parte de su plato.

 

Toma, michi —dijo Clara, sonriendo—. Es importante que te alimentes bien para que crezcas sano y fuerte.

 

Tampoco le des demasiada comida —rió Elaine.

 

¿Eehh? Bueno… supongo que tienes razón —admitió Clara, pensativa—. Un gato no debería comer comida de humanos… lo mejor será que, cuando salgamos de clase, pasemos por una tienda de mascotas para comprarle algo más apropiado.

 

Ambas comenzaron a comer, aunque Elaine apenas tocaba su plato, jugando con la comida mientras su mente divagaba.

 

Oye… ¿crees que María esté bien...? —preguntó Elaine, con preocupación.

 

¿Humm? —respondió Clara, con la boca llena, masticando rápidamente antes de tragar—. Bueno… por lo que dijeron, seguro está lidiando con un duelo —dijo Clara, más seria—. Es probable que haya perdido a un familiar o algo peor, pero no hay mucho que podamos hacer… sólo… apoyarla.

 

Ya veo… —susurró Elaine—. Espero que se recupere pronto…

 

Después de comer, caminaron por los pasillos del campus, pero con cada paso, Elaine sentía que el cansancio la vencía más y más.

 

Oye… Clara… yo… —balbuceó Elaine, tambaleándose de repente.

 

¿Eh? ¡Oye, espera! —reaccionó Clara, atrapándola justo antes de que cayera al suelo—. Agh, diablos… si te vas a dormir tan de repente, al menos espera a que salgamos al campo…

 

Elaine se quedó dormida al instante, dejando a Clara sin otra opción que levantarla y cargarla en su espalda, rumbo al espacio público del campus.

 

Vamos, michi —suspiró Clara, con una sonrisa resignada—. Otra vez a llevar a la bella durmiente… ahora que lo pienso… ¿Qué nombre habrá escogido Eli para ti?

 

En medio del sueño, Elaine comenzó a recuperar la conciencia. Se encontraba en un lugar envuelto en una atmósfera densa, el suelo cubierto de lirios blancos que se mecían suavemente bajo sus pies descalzos. En el horizonte, una figura se perfilaba: un hombre muy alto, de porte elegante, vestido con un traje negro impecable y un crisantemo adornando su pecho. Lo más inusual era su rostro, una cabeza de chacal adornada con delicados hilos dorados, sus ojos vacíos irradiaban una extraña serenidad que le recordaba a Sandman.

 

Oh… pero si eres tú, mi pequeña niña… —dijo el hombre, extendiendo una mano hacia ella. Su voz, curiosamente femenina, la envolvió con suavidad—. Ven, pasa… me alegra que hayas vuelto. Por favor, siéntate conmigo.

 

C-claro… —Respondió Elaine caminando en dirección a él.

 

Se sentó junto a él, y el hombre se levantó para servirles té. A medida que el aroma del té llenaba el aire, Elaine no podía sacudirse la sensación de familiaridad que sentía hacia él, aunque no lograba recordar quién era.

 

Perdóname… pero… ¿podrías recordarme quién eres? —preguntó Elaine, un poco apenada.

 

Oh… ¿así que ya olvidaste quién soy? Es una pena… —respondió el hombre, mientras terminaba de servir el té—. Pero no te preocupes, no estoy enojado ni me ofende… aunque, realmente, no importa quién sea. Lo importante es que has vuelto a acompañarme, y eso me alegra mucho… —dijo, sonriendo amablemente—. Dime… ¿has hecho nuevos amigos? ¿Cómo has estado?

 

Yo… a decir verdad… no lo sé —admitió Elaine, algo confundida—. Creo que han pasado muchas cosas últimamente y yo…

 

Shhh… —susurró el hombre, apareciendo de repente detrás de ella y envolviéndola en un abrazo reconfortante—. Lo sé, pequeña… lo sé… No dejes que nada de esto te agobie… Eres una chica fuerte, y sé que sabrás cómo afrontar los peligros que te acechan…

 

De pronto, ambos estaban caminando lado a lado por un campo lleno de lirios. La paz siniestra que emanaba del lugar la dejaba perpleja, apenas consciente del entorno. El hombre la trataba con una ternura casi maternal, acariciando su cabello y abrazándola con suavidad. Elaine se dejaba llevar por las sensaciones que él le transmitía, una calma profunda que la inundaba.

 

El tiempo parecía transcurrir de manera distinta en ese lugar, y de pronto se encontraron en lo alto de una colina.

 

Bueno… ya va siendo hora de que te marches —dijo el hombre con dulzura—. Es una pena que tengas que irte… pero espero que pronto vuelvas a visitarme…

 

Elaine asintió, comenzando a alejarse de él.

 

Hasta pronto, mi pequeña niña… —susurró el hombre mientras su figura se desvanecía en un espiral de flores de lirio.

 

Elaine despertó acostada sobre el pasto del campo de la universidad. A su lado, Clara jugaba con Sandman. Al percatarse de que Elaine había despertado, Clara se acercó sonriendo.

 

¡Oh! Buenos días, pequeña durmiente —se burló Clara, divertida—. Espero que hayas podido descansar bien, pero la próxima vez avísame que tienes sueño antes de caer así de repente.

 

Claro… —respondió Elaine, desperezándose lentamente

 

 

Y bien —preguntó Clara, con emoción—. ¿Qué soñaste esta vez? Jeje.

 

Yo… creo que no puedo recordarlo… —dijo Elaine, con una vaga sensación de nostalgia.

 

¿Eehhh? —respondió Clara, decepcionada—. Qué lástima, y pensar que tus sueños siempre son emocionantes…

 

¿Tú crees? —dijo Elaine, riendo suavemente ante la reacción de su amiga.

 

¡Pues claro! —exclamó Clara, con entusiasmo—. Aún recuerdo sueños como el de la gran medusa, oh, oh, ¡el caballero sabueso! Deberías escribir más seguido tus sueños, ¡son fascinantes!

 

Claro —dijo Elaine, sonriendo—. Lo tendré en cuenta, jeje.

 

Las dos continuaron charlando, disfrutando de la calma del momento. Sin embargo, el tiempo pasó y el sol comenzó a esconderse en el horizonte. Ambas se levantaron, sacudiendo el pasto de sus ropas, y decidieron avanzar hacia la salida norte del campus.

 

Mientras salían del campus, Elaine y Clara vieron un auto gris acercarse a la entrada. Del vehículo bajó una mujer de baja estatura con una gabardina; Elaine la reconoció de inmediato: era Rose. No estaba sola. Junto a ella, un perro también bajó del auto, se trataba de un Akita inu de pelaje plateado quien se unió rápidamente a su lado.

 

Disculpen, señoritas —dijo Rose mientras se acercaba—. ¿Podrían darme un minuto de su tiempo? —Sacó una placa de policía, mostrando su nombre—. Teniente Rose Valentine. Estoy a cargo de una investigación y tengo unas cuantas preguntas.

 

El silencio se apoderó del grupo por un momento. El perro de Rose ladró dos veces, como respondiendo a un estímulo invisible. Rose suspiró y continuó.

 

Perdone, pero… ¿por qué necesita hablar con nosotras? —preguntó Clara, con evidente incomodidad.

 

Verás, el viernes por la noche se reportó la desaparición de unos individuos en el antro "La Oveja Negra". Según algunos testigos, ustedes dos fueron las últimas en verlos. Me gustaría confirmar algunos detalles —explicó Rose, mientras sacaba una libreta y un bolígrafo.

 

¿Desaparecidos? —dijo Clara, sorprendida—. Perdone, pero si se refiere a los tipos que nos molestaron, nosotras no tenemos nada que ver con ellos. ¡Fueron ellos quienes empezaron!

 

Tranquilícese, señorita —dijo Rose con calma—. No pretendo inculparlas. Solo necesito hacer unas preguntas sobre lo que ocurrió esa noche. ¿Está bien?

 

Clara, un poco más relajada, asintió, y Rose comenzó con las preguntas.

 

Quisiera comenzar preguntando qué ocurrió esa noche. ¿Puedo saber qué hacían ustedes allí y qué relación tenían con esos sujetos?

 

Elaine y Clara se miraron con cierta incomodidad antes de que Clara tomara la palabra.

 

Habíamos salido a celebrar con nuestros compañeros de carrera después de entregar los proyectos finales —explicó Clara—. Esos sujetos en sí no venían con nosotros; creo que eran conocidos de un amigo.

 

Entiendo —dijo Rose, tomando notas—. ¿Saben qué pasó con ellos después de que salieron del antro?

 

Clara se removió incómoda, pero respondió con sinceridad.

 

A decir verdad… tuvimos un altercado dentro del antro… ¡P-pero no fue nuestra culpa! —dijo Clara, nerviosa—. Ellos empezaron a acosar a mi amiga y… ¡sólo golpeé a uno de ellos en defensa propia!

 

Comprendo… —dijo Rose, anotando en su libreta. Clara se sintió ansiosa, temiendo que esto la metiera en problemas—. El guardia de seguridad me comentó que, después de salir, ustedes dos estuvieron esperando afuera por un rato… y luego esos mismos sujetos salieron y fueron detrás de ustedes… ¿es cierto?

 

Yo… No lo recuerdo muy bien… —dijo Clara, frunciendo el ceño. Pero de repente, algo pareció despertar en su memoria—. Un momento… creo… sí, creo recordar algo…

 

Clara se llevó la mano a la cabeza, como si un dolor repentino la atravesara. Elaine la miró preocupada, temiendo que los recuerdos reprimidos de Clara comenzaran a aflorar. Rose también se percató de la situación y, observando al gato junto a Elaine, vio sus ojos y comprendió al instante que se trataba de Sandman. Con un cambio de tema, buscó aliviar la tensión.

 

Bueno, no importa… —dijo Rose—. En cualquier caso, si esos sujetos las estaban molestando, ¿por qué no avisaron al guardia de seguridad? ¿No habría sido más fácil?

 

El silencio que siguió fue incómodo. Inesperadamente, Clara reaccionó con un grito de vergüenza.

 

¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! ¡ES VERDAD! —gritó, tapándose el rostro—. ¿Por qué no se me ocurrió en el momento?

 

Clara recordó cómo, en su instinto de justicia de proteger a Elaine, había decidido actuar por su cuenta sin pedir ayuda. La vergüenza la invadió, pero también pareció aclarar sus pensamientos, disipando los recuerdos bloqueados.

 

Bueno, para finalizar, sólo me gustaría constatar unos cuantos datos físicos de los sujetos, si no les importa, claro —dijo Rose, retomando un tono serio.

 

Claro, no hay problema —respondió Clara.

 

Muy bien… ¿Podrías describirme cuántos eran y cómo lucían?

 

Clara cerró los ojos un momento, concentrándose en sus recuerdos.

 

Eran cinco —comenzó—. Uno de ellos era alto y delgado, con tatuajes en los brazos. Otro era corpulento, con marcas distintivas en el cuello. Dos de ellos vestían casi igual, parecían gemelos… Y el último… —Clara frunció el ceño, y su tono se volvió agrio—. Era un rubio desagradable, con cara de niño mimado. De entre los cinco, era el que más detestaba…

 

Elaine puso una mano en el hombro de Clara, tratando de calmarla, mientras Rose terminaba de escribir y cerraba su libreta.

 

Eso sería todo —dijo Rose—. Les agradezco mucho por su cooperación. Y la próxima vez, si tienen problemas, no duden en llamarnos. Es mejor que tratar de resolverlo solas.

 

Rose sacó dos tarjetas de presentación y las entregó a cada una.

 

En el peor de los casos, si vuelven a estar en una situación similar, no duden en llamarme. Estaré atenta para ayudarlas —dijo, haciendo una leve reverencia antes de despedirse.

 

Llamó a su perro, y ambos subieron al auto. El vehículo arrancó y se alejó rápidamente por las calles, dejando a las dos amigas en silencio, reflexionando. Clara pensó que, a pesar de su apariencia juvenil, Rose emanaba un aura de madurez que la hacía parecer muy profesional. Mientras tanto, Elaine miró la tarjeta de presentación que Rose le había dado. En la parte de atrás, notó un mensaje escrito a mano que decía: "Llámame esta noche".

 

Mientras conducía por las calles, la mente de Rose comenzó a reproducir en detalle los eventos de aquella noche, justo después de haberse separado de Sandman y Elaine.

 

Las luces del tablero del coche parpadeaban en el reflejo de sus ojos, mientras sus pensamientos se sumergían en el recuerdo. Había conducido directamente hasta aquel callejón, un lugar que, incluso bajo la luz de la luna, exudaba una atmósfera de muerte y descomposición. La escena que encontró allí fue una abominación. La carne y los cuerpos de los hombres, aún frescos por la brutal masacre de las pesadillas, parecían exudar un hedor tangible de violencia y sufrimiento.

 

Rose se puso los guantes con rápidos movimientos, mientras su perro, siempre fiel, la seguía de cerca. Ambos avanzaron con cautela por el callejón, el silencio de la noche solo roto por el eco de sus pasos.

 

Al iluminar los cadáveres con su linterna, Rose sintió una punzada de náusea, pero su entrenamiento la mantuvo firme. Entre los cuerpos mutilados, distinguió las figuras descritas por Clara. El hombre robusto, con su cráneo aplastado contra la pared, su rostro era irreconocible. Los gemelos, sus cuerpos deformados, fusionados en un grotesco abrazo mortal. Y finalmente, el hombre alto y delgado con tatuajes, colgando sin vida, con su boca grotescamente atravesada por un tubo de hierro oxidado, que goteaba un líquido oscuro.

 

Pero algo no cuadraba en ese momento. Rose recorrió el callejón con la mirada, su perro husmeaba el aire, inquieto. El silencio se hizo más pesado, como si las paredes del callejón ocultaran algún secreto oscuro.

 

La luna se escondió detrás de las nubes, sumiendo la escena en una penumbra inquietante. Rose sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Algo no estaba bien.

 

Se agachó, observando más de cerca las manchas de sangre que marcaban el suelo. Había un rastro, un sendero de sangre que se perdía en la negrura más profunda del callejón. Rose se levantó lentamente, siguiendo el rastro con la linterna, cada paso la adentraba más en el corazón del misterio. El aire se volvió más denso, casi asfixiante.

 

De repente, el perro de Rose gruñó, un sonido bajo, casi gutural. Ella se detuvo en seco, su mano fue instintivamente hacia la pistola que llevaba bajo la gabardina. Pero cuando apuntó la linterna hacia el origen del sonido, no vio nada, solo la oscuridad, interminable y opresiva.

 

Rápidamente volteo a ver a su perro para ver cómo reaccionaba, pero este no mostraba indicios de que alguien estuviese cerca, por lo que se calmó y guardó su arma.

 

El rastro de sangre se desvanecía, desapareciendo como si nunca hubiera existido. Rose mantuvo la calma, retrocediendo con lentitud. No podía quedarse allí más tiempo.

 

Volvió una vez más hacia los cadáveres, tomando muestras y fotografías de la escena del crimen. La luz de su linterna se movía meticulosamente por el lugar, revelando detalles inquietantes. Cuando se acercó al cadáver colgante, algo llamó su atención. Entre los pliegues del abrigo del hombre, algo sobresalía de su bolsillo.

 

Rose se estiró, enfocando su linterna sobre el objeto. Era una tarjeta negra, apenas visible en la penumbra. Extrajo la tarjeta del bolsillo, sosteniéndola entre los dedos enguantados. La examinó bajo la luz, y su expresión se endureció al leer el nombre impreso en letras plateadas: "La oveja negra". Una tarjeta de membresía, el eslabón que conectaba a las víctimas con el lugar donde todo había comenzado.

 

Con esto descubierto, Rose guardó la tarjeta en una bolsa para evidencias, llamando de inmediato a su equipo. Reportó la escena del crimen, dando instrucciones precisas para que cubrieran la zona y se aseguraran de no pasar por alto ningún detalle. Con su equipo en camino, Rose se dispuso a salir.

 

Abordó su auto y procedió a salir del callejón. Las luces de la ciudad se reflejaban en el parabrisas mientras conducía por las calles desiertas hacia su destino: "La oveja negra". Mientras avanzaba, las sombras de la noche parecían moverse con ella, todo bajo un marco de incógnitas que buscaba pronto que fueran resueltas.

 

Rose estacionó su auto frente al antro. La noche era densa, y el aire parecía cargado con una tensión que presagiaba peligro. El perro de Rose la siguió de cerca mientras ella se dirigía al guardia de seguridad en la entrada del local.

 

El guardia, un hombre de mediana edad con una mirada curtida por noches de vigilancia, la observó con desconfianza mientras ella se acercaba. Rose no perdió el tiempo, sacando su placa y comenzando a hacer preguntas.

 

Vi a las muchachas salir alrededor de las dos de la madrugada —respondió el guardia, señalando con su mano hacia una dirección en particular—. Se quedaron ahí un rato, como media hora. Después, unos chicos salieron del antro, y las chicas, al verlos, se marcharon rápido por esa calle.

 

Rose tomó nota en su libreta, pero sus ojos no abandonaron el rostro del guardia mientras formulaba su siguiente pregunta.

 

Si viste que esas muchachas estaban siendo posiblemente acosadas, ¿por qué no interviniste?

 

El guardia frunció el ceño, molesto por la insinuación.

 

A mí me pagan por cuidar la entrada del lugar, no por meterme en peleas ni problemas. Si tuviera un dólar por cada riña que se arma aquí fuera, ¡sería rico!

 

Rose suspiró, decepcionada, pero no sorprendida. La indiferencia del guardia sólo reforzaba la oscuridad que sentía rodear ese lugar.

 

Una última pregunta —dijo, sacando la tarjeta negra de su bolsillo—. ¿Reconoce esta tarjeta?

 

El guardia se quedó helado, su mirada fija en la tarjeta con una mezcla de sorpresa y terror. Tartamudeó, intentando recuperar la compostura.

 

¿D-de dónde sacó eso? —preguntó, tratando de sonar casual, pero el miedo era evidente en su voz—. Digo… no sé de qué me habla. Será mejor que se retire ahora, señorita. Si no tiene intención de entrar, le pido que se marche.

 

La respuesta evasiva sólo hizo que la sospecha de Rose se confirmara. Sus ojos se estrecharon, y en un tono frío y controlado, replicó:

 

¿En serio? —Su mirada penetrante era imposible de ignorar, y el guardia se encogió bajo su intensidad.

 

Escúcheme, señorita… —dijo el guardia, acercándose más a ella y hablando en un susurro—. Hablo en serio. No se meta en asuntos que ni usted ni su escuadrón pueden controlar. Está tratando con gente peligrosa. Deshágase de esa tarjeta y olvídese de todo esto.

 

Rose mantuvo la calma, pero dentro de ella, la adrenalina comenzaba a bombear. Había tropezado con algo mucho más grande de lo que había imaginado.

 

Así que los que dieron esta tarjeta… ¿son los dueños del antro, no es así?

 

El guardia se dio cuenta demasiado tarde de su error. Su rostro palideció al comprender que había dicho más de lo debido. La desesperación era evidente en sus ojos, pero Rose no lo presionó más.

 

Tranquilo, tú y yo no hemos hablado. Me has ayudado más de lo que piensas —dijo Rose, guardando la tarjeta y girándose para irse—. Gracias por tu tiempo.

 

Mientras se retiraba, el guardia se dejó caer sobre sus rodillas, abatido por la certeza de haber cometido un grave error. Rose volvió a su auto, el perro saltó al asiento del acompañante, y ella cerró la puerta con un firme clic.

 

Condujo a través de las calles silenciosas, sus pensamientos girando en torno a la información que acababa de obtener. "La oveja negra" era más que un simple antro. Había algo oscuro y peligroso oculto tras sus puertas, algo que había cobrado vidas y que ahora la llamaba a desentrañarlo. Entre su andar y sus pensamientos, Rose vuelve nuevamente al presente.

 

No había rastro del rubio… el hombre al que esa chica describió con tanto desprecio. —Dijo Rose murmurando—. ¿Dónde está su cadáver? Normalmente las pesadillas no suelen reaccionar de forma tan agresiva… y dudo que el cuerpo haya desaparecido como si nada…

 

Rose sentía una creciente impotencia mientras contemplaba la posibilidad de que el caso se le escapara de las manos debido a su complejidad. Desde el pasado viernes, ni ella ni su equipo habían obtenido respuestas claras, a pesar del meticuloso trabajo de encubrimiento que habían realizado para mantener el caso fuera del ojo público. La presión de la incertidumbre pesaba sobre sus hombros, pero se obligó a mantener la calma, consciente de que perder los estribos no la ayudaría. Sabía que el siguiente paso en la investigación dependía de una pieza clave: Elaine.

 

Cuando Rose finalmente llegó a casa, la noche ya había caído. Con la tarjeta negra aún en su bolsillo y la inquietante sensación de que el caso apenas comenzaba a desvelar sus verdaderos secretos, se sentó a esperar esa llamada. El reloj seguía su curso implacable, y en la quietud de la noche, el sonido del teléfono parecía cada vez más lejano, como un eco de la incertidumbre que se avecinaba.