Reino Fez, pueblo Marasilia.
La noche estaba gélida y las calles solas.
Victorio Baldini se encontró caminando sin rumbo, con la mirada perdida. Su ropa estaba sucia de barro y sangre seca, y sus manos temblaban mientras sostenía un objeto metálico con fuerza.
Quien diría que lo que contenía este trozo de metal dentro podría causar una masacre completa y desenfrenada? Esa noche del año 1523 en el mes del agua de la Epoca Lumínica, solo Victorio lo sabía, y solo el podía saberlo, para su gran desesperación.
…
Un mes antes, mes del fuego.
Las campanadas de la iglesia resonaban. Con los ojos rojos, Victorio miraba a su abuelo, ahora en una fría tumba. Recordaba cada momento con él y no podía aceptar que ya no le quedaba familia en este mundo.
Luego de la muerte de sus padres por envenenamiento de plomo, su abuelo fue su única guía. En realidad, lo fue incluso antes de la muerte de sus padres. Sus padres trabajaban en una fábrica a las afueras del pueblo e, incluso antes de que tuviera uso de razón, a los tiernos 5 años, se quedó sin ellos.
Su abuelo, quien dependía también de sus padres, tuvo que comenzar a trabajar incansablemente para el sustento de los dos. Hasta que, el día pasado, colapsó de cansancio para nunca volver a levantarse.
Victorio no era estúpido; ya a esa edad comenzaba a sospechar que la vida podría ser mejor y que le tocó vivir un lado duro. Sus padres peleaban mucho, y el poco tiempo que tenían juntos fuera del trabajo no lo aprovechaban, convirtiendo su vida en un infierno. Esto lo dejó desconcertado, pero era solo un niño; jugaba hasta olvidar el hambre. Sin embargo, cuando se quedó sin padres, sus sospechas se hicieron ciertas.
Veía en otras calles cómo los padres de otros niños no peleaban y tenían para comer, mientras él a veces tenía que acostarse sin nada en la barriga. Pero su abuelo siempre le enseñó a salir adelante; sus consejos fueron lo más preciado. Mientras él trabajaba, Victorio salía a conocer la calle en secreto.
La primera vez que vio sangre fue en una riña entre dos hombres sin hogar por un trozo de pan. "Quizás no me tocó tan duro," pensó en ese entonces, "por lo menos tengo un techo para soportar el frío de la noche." Esto le animó a buscar trabajos también, cosa no tan complicada, ya que, como era un niño, se aprovechaban y le pagaban menos.
En el presente, a sus 16, sabía plenamente lo que era ganarse la vida y romperse la espalda. Sin embargo, a pesar de todo lo que aprendió y todos los consejos de su abuelo, cosas que pensó que lo hicieron fuerte, su corazón se desgarraba. Su abuelo se daba cuenta de que salía, pero lo permitía tácitamente, como presigiando que el no estaría para siempre para ayudarlo.
Sus lágrimas no salían, pero el brillo de sus ojos grises claro, era tenue y estaba oculto por su pelo negro. Su postura cabizbaja parecía que se rompería en pedazos con un breve viento. Ya nada quedaba de ese fervor de la niñez, esa inocencia de salir a jugar todas las tardes y volver sucio de tierra, ignorante por completo del hambre y los problemas. Todos esos sueños, los anhelos, y los momentos felices, quedaron lejos.
Recordaba vívidamente aquella noche fría. Se levantó de repente, casi de manera instintiva, y caminó hacia la sala. Al abrir la ventana de madera, vio en el techo de la casa de enfrente una figura con un traje negro ajustado. Con un solo salto, la figura llegó hasta otro techo, cayendo en él como una pluma, de manera elegante. Sus movimientos, semejantes a los de un gorrión, eran magníficos. Una embestida violenta con un arma parecida a una aguja destruyó el cráneo blanco de una bestia con una cola larga como la de un escorpión.
Nunca pudo olvidarlo. Cuando preguntó sobre ese suceso extraordinario, su abuelo le habló de los Benditos, humanos con capacidades más allá de las personas normales. Eran conocidos en todo el mundo, y su prestigio podía superar incluso al de los nobles menores. Tenían una enorme influencia y eran muy poderosos. Todos sabían lo que era un Bendito, y muchos niños de barrios pobres anhelaban convertirse en uno para sacar adelante a sus familias, él incluido.
Sin embargo, esto no fue más que un sueño, uno que parecía morir con el brillo de los ojos de Victorio, que aún no podían llorar la muerte de su abuelo, de su amado abuelo.
Vestido con un traje negro desgastado heredado de su difunto padre, Victorio le dio una última mirada al cadáver con desgana, y formó parte del séquito que acompañó a su abuelo hasta el crematorio, donde luego lo enterraron en una fría tumba sin epitafio ni nombre. Gente tan pobre como ellos no tenía tal privilegio y el simple hecho de tener un entierro digno era meramente por un seguro de vida que cubría los gastos del crematorio.
Pasó el tiempo y cayó la noche, la tan solitaria noche. Con gran familiaridad se dirigió a un bar llamado De Cell Sell. Antes de llegar al bar, su mirada se dirigió hacia el cielo, quizás allí estaba su abuelo y sus padres.
—Mierda… —susurró—. Mierda… ¡Mierda! —Su grito le desgarró la garganta—. ¿Por qué?, solo ¿por qué?!
Sus gritos al cielo cesaron pronto. Se dio cuenta de que no servía de nada maldecir al cielo, su abuelo no iba a regresar. Entonces, con los ojos vacíos y como si estuviera muerto, entró al De Cell Sell y tomó asiento entre la amalgama de gente, en una mesa apartada y solitaria, esperando que lo atendieran.
La música del bardo era especialmente animada hoy, y entre la gente riendo y bebiendo su mirada en shock estaba fuera de lugar.
—Es como si este ambiente fuera especialmente hecho para mí, para darme tristeza… Abuelo…
De repente, en medio de todos, comenzó a bailar una mujer, a la que pronto se unieron otros. Los vítores de la multitud animaban a los que estaban bailando y entre las risas pronto una barmaid lo vino a atender:
—¿Qué desea, señor?
—No soy señor… —dijo Victorio.
—Es nuestro deber tratar con respeto a todos nuestros clientes. En todo caso, si le molesta… —Se acomodó un mechón de cabello rubio—. ¿Qué desea, señorito?
La mirada perdida de Victorio se fijó brevemente en ella, pero su ánimo por el suelo simplemente le nubló la vista.
—Dame una botella de ron. —dijo Victorio.
—Pensé que no eras señor. —ella cuestionó con una sonrisa traviesa.
Victorio entonces simplemente se quedó en silencio, dejando en claro que no quería seguirle el juego. La sonrisa de la barmaid se borró, con un suspiro imperceptible, y luego le dio un simple asentimiento:
—¿Va a quererla de alguna marca en especial? —dijo.
—Lo que tengan en stock sirve, no importa.
—Por supuesto, señorito. Enseguida se lo traigo.
Mientras caminaba de manera elegante y profesional hacia la barra, Victorio la observó más detalladamente. Vestía una blusa de algodón blanco la cual desde atrás se le podían ver unos volantes que bordeaban las mangas, con una falda hasta las rodillas negra. Parecía acostumbrada al alto número de actividad en el bar.
Tras unos momentos, ella volvió con una botella negra marcada con un extraño símbolo y un pequeño vaso de vidrio, y lo puso en su mesa.
—¿Desea algo más, señorito?
—No, es todo —dijo sin mirarla—. Gracias.
—De nada, disfrute su bebida.
Acabando la conversación ahí, se retiró, dejando solo a Victorio en esa esquina, donde por alguna razón, los gritos y el ánimo de la multitud parecían resonar. Como para confirmar sus sospechas.
Victorio destapó la botella de ron negra, y se sirvió. Con movimientos robóticos, se lo llevó a la boca y tragó. No era la primera vez que probaba el ron, de hecho, ya había estado ebrio mucho antes, aunque esta es la primera vez que sentía el amargo del sabor en la garganta y no arrugaba la cara.
—No es tan amargo como el nudo que tengo en la garganta… —pensó para sí.
El tiempo pasó y poco a poco su vista se volvió más borrosa, entre las voces que ahora sonaban de fondo, y una música especialmente bailable, la expresión de dolor de Victorio se ocultaba en las sombras de la esquina del bar.
—Quisiera tanto poder verte de nuevo… ¿Qué sentido tiene seguir?... Yo, quiero abrazarte… Abuelo…
Sus ojos rojos se aguaron, pero ni una sola lágrima cayó. En el fondo sabía que este dolor que lo carcomía y le daba ganas de no querer aceptarlo, de rechazarlo con fervor, de decir que no era así, era el mismo que el de estar luchando cada día por sobrevivir en los barrios pobres. Donde ahora su único consuelo era el ron amargo y las sombras de la esquina de un bar.
Mientras sollozaba, no se dio cuenta de que alguien se sentó frente a él.
—A él no le hubiera gustado verte así.
Alzando su cabeza, su campo de visión dio vueltas. Sin embargo, un pequeño brillo de lucidez apareció en sus ojos. Mirando a la barmaid que tenía delante, una sonrisa lastimera se formó en su semblante.
—¿Qué podrías saber tú? —Su mirada autocrítica se encontró con los ojos azules de ella—. Además, ¿cómo sabes por qué estoy así?
—Te escuché delirar hace nada. El tiempo no va a volver, nunca más podrás volver a verlo —dijo ella con frialdad.
Ante sus palabras, la mirada de Victorio casi se quiebra. Lo sabía bien. Ya no volvería atrás, ya no podría verlo otra vez…
—¡No te incumbe! —Con una mirada de rabia y el ceño fruncido, se levantó—. ¡No puedes entender mi dolor!
—Es verdad. No puedo, pero puedo decirte la realidad de la que quieres escapar —sentenció la barmaid—. Además, sí es de mi incumbencia. Ya vamos a cerrar. Casi amanece.
La mirada de Victorio se dirigió a la puerta, al ver la luz del sol y que solo quedaban ella y el en el bar, le devolvió una mirada a la enojada barmaid que lo encaraba. Quería decir muchas cosas, pero ninguna palabra salió de su boca. Así que tomó la botella y simplemente salió del bar.
—Espera… —No pudo terminar cuando ya Victorio salió—. La botella…
Notando que ya estaba casi terminada, la barmaid suspiró con resignación y cerró la puerta, restándole importancia a una simple botella.
Fuera del bar, Victorio miró la luz del amanecer con una mezcla de desesperación y determinación. La soledad de la mañana le recordaba el vacío que sentía por dentro. Sujetando la botella de ron como si fuera su única compañía, comenzó a caminar sin rumbo, cada paso resonando en las calles desiertas de Marasilia.
—Abuelo… —murmuró para sí mismo, mientras sus pensamientos se mezclaban con el dolor de la pérdida y la realidad de su situación.
…