[Capítulo 16]
Luciano frunció el ceño y una mirada de enfado se vio reflejada en sus ojos. «¿Estoy alucinando de nuevo? No me molestaría si sucediera una o dos veces, pero ya sucedió durante dos días seguidos. He estado viendo su figura en diferentes lugares; sin embargo, la silueta solo pasa frente a mis ojos sin dejar ningún rastro». No pudo evitar resoplar con desdén antes de apartar la mirada. «Debo estar volviéndome loco, por eso pienso en ella de nuevo».
Por su parte, Camilo había estado esperando durante algo de tiempo a un costado.
—Señor Fariña, nuestro cliente ha estado esperando durante bastante tiempo. ¿No vamos a entrar? —le preguntó con cuidado al ver que su jefe no movía los pies.
Luciano cerró los ojos y recobró la compostura.
—Vamos —respondió con calma.
Ingresó al edificio y Camilo lo siguió de cerca.
Cuando Roxana y Conrado llegaron a la sala privada, todos los empleados del instituto ya se encontraban allí. Conrado dejó que ella se sentara en el asiento principal mientras que él se sentó en el lugar de al lado. Después de que se acomodaron, él la presentó a la multitud.
—Estoy seguro de que muchos de ustedes conocieron hoy a la doctora Jerez, pero igual me gustaría presentárselas a todos.
Las personas se voltearon a mirar a Roxana, quien asintió en forma de saludo.
—Ella es Roxana Jerez. Pueden dirigirse a ella como «doctora Jerez». Quizás no están familiarizados con este nombre, pero estoy seguro de que todos la conocen por cómo se hacía llamar en el extranjero. Ella es la mejor alumna del profesor Laborda, Juana.
Todos se quedaron atónitos al escuchar el nombre; les tomó algo de tiempo recobrar los sentidos y en sus miradas se vio reflejado el respeto. Juana era un nombre que todos en la industria médica conocían, de hecho, se podía afirmar que su nombre era famoso en el extranjero. Después de todo, desde muy joven fue muy habilidosa en la medicina. Los rumores decían que heredó el ochenta por ciento de las habilidades de Javier; era un modelo para las generaciones más jóvenes.
Los empleados pensaban que Juana era una académica de aspecto serio con lentes y cabello corto; no obstante, para sorpresa de todos, era una mujer hermosa. Después de recobrar la compostura, algunos de sus admiradores se apresuraron a ponerse de pie.
—¿En serio es Juana? Realmente la admiro. Leí todas las tesis que escribió cuando estaba en el exterior. ¡En verdad es mi ídolo!
—Es un honor para nosotros ser sus colegas, Juana.
La multitud comenzó a hacer cumplidos y se veían bastante sinceros. Luego de intercambiar miradas con todos, Roxana sonrió.
—Gracias por sus cumplidos. Brindemos por una colaboración fructífera. —Dicho eso, levantó la copa.
Los demás también lo hicieron y bebieron de un trago. La mujer se comportó de forma bastante amigable sin nada de arrogancia, lo que hizo que los empleados la admiraran aún más. Fue una cena placentera y alegre; muchos brindaron por Roxana y esta los aceptó a todos.
Tenía una alta tolerancia al alcohol, pero había muchas personas que se acercaban a brindar con ella y, antes de que pudiera darse cuenta, ya comenzaba a sentirse mareada.
Al ver que la cena estaba por concluir, Roxana se levantó para ir al baño a lavarse el rostro y refrescarse. Mientras salía del baño y se dirigía a la sala privada, le vibró el teléfono, lo miró y vio un mensaje de sus hijos que le preguntaban cuándo regresaría a casa. Al ver el mensaje esbozó una sonrisa reconfortante y, cuando estuvo a punto de detenerse para responder, alguien chocó contra su hombro con fuerza y el teléfono casi se le cae de las manos; no obstante, lo tomó con fuerza y se disculpó con la otra persona.
—Lo siento…
Antes de que pudiera terminar de hablar, el hombre preguntó furioso:
—¿Eres ciega? ¡Maldición! Qué aguafiestas para una noche como esta.
Mientras él hablaba, Roxana pudo percibir el olor a alcohol, por lo que frunció el ceño y retrocedió con discreción, poniendo algo de distancia entre ellos. Cuando el ebrio le vio el rostro con claridad, dejó de regañarla y la miró boquiabierto.