—Ay... —Tang Ru acarició la antigua cítara común ante ella y dijo—. Cada uno a su lugar. Esta no es esa cítara. Ay... tocarla no tiene sabor. Me pregunto qué estará haciendo el Maestro últimamente, ¿se acordará de mí?
Con las manos apoyando sus mejillas, Tang Ru se recostó sobre la antigua cítara. Sus labios rojos y rellenos eran extremadamente lindos y encantadores. Un par de ojos claros contemplaban a través de la ventana el lago, donde trabajadores estaban ocupados plantando sauces y cortando el césped.
—Ru'er... —El anciano Tang empujó la puerta para abrirla.
—Abuelo, ¿por qué has venido? —Tang Ru giró su cabeza para mirar al anciano.
—Alguien allá abajo te busca —dijo el anciano Tang con una sonrisa.
—¡No iré! —Tang Ru negó con la cabeza y dijo—. Estoy bajo arresto domiciliario por el Maestro aquí; no puedo bajar.
—¡Niña tonta, debes ir! —el anciano se apuró a entrar, luego habló—. Esta persona abajo, tienes que verla.