A pesar de sus palabras punzantes, Hera mantenía su sonrisa, su expresión inocente, como si fuera una niña buscando una aclaración.
—¿Estoy en lo correcto en mi entendimiento? —añadió dulcemente, su tono ligero pero su significado inequívocamente agudo.
—Creo en el código de los reporteros, que es buscar y reportar la verdad, no tejer mentiras y presentarlas como hechos para servir a agendas personales.
—Los individuos que hacen eso no ayudan al país; lo socavan desde dentro. De alguna manera, ¿no es eso otra forma de daño, quizá incluso un tipo sutil de terrorismo?
Las palabras de Hera enviaron ondas de choque a través tanto de los espectadores como de los reporteros en el lugar.
La comparación con terroristas era una acusación poderosa, que golpeaba en el mismo corazón de su profesión.
El peso de sus palabras hacía imposible para ellos refutarla, ya que, visto desde otra perspectiva, lo que Hera decía sonaba inquietantemente verdadero.