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Sang Minglang no estaba hoy, y había un montón de cosas en la compañía que necesitaban resolverse.
Sang Pengcheng no podía quedarse por mucho tiempo.
El día que Sang Qianqian y Shen Hanyu lo despidieron, comenzó a llover en la capital.
Los ojos de Sang Pengcheng estaban llenos de lágrimas. —Hanyu, cuida bien de Qianqian. No puedes dejar que le pase nada.
No sabía de la existencia de ese sueño, y tampoco estaba particularmente claro acerca del pasado entre Sang Minglang y Ruan Xiaoshuang.
Sang Pengcheng pensaba que la repentina desaparición de su hijo era sospechosa. Pensó que quizás Sang Minglang había ofendido a alguien y había sufrido la venganza maliciosa de la otra parte.
Por eso estaba especialmente preocupado por la seguridad de su hija.
De hecho, había querido que Sang Qianqian regresara a Yuecheng. Sin embargo, su hija podría no estar más segura a su lado que con Shen Hanyu.
Así que, después de mucho pensarlo, finalmente regresó solo a Yuecheng.