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Los dos se miraron y se quedaron atónitos.
Xue Chenghua estaba sorprendido —Qianqian, ¿no habías pedido permiso? ¿Por qué estás aquí?
—El asunto ya está resuelto, y he venido a recoger a alguien.
Sang Qianqian tosió dos veces —¿Y usted, Director? ¿No ha terminado ya su turno? ¿Por qué vino al hospital a una hora tan tardía?
—Ni lo menciones.
Xue Chenghua se secó el sudor de la frente —El Presidente Shen, que vino a verme antes de ayer, tenía un dolor de cabeza severo. Ni los analgésicos servían. Hace un rato, Yin Jinhui me llamó de urgencia.
Sang Qianqian no sabía por qué, pero su corazón se apretó —¿Qué Presidente Shen?
La tarifa de consulta de un millón de dólares de Shen Hanyu había dejado una profunda impresión en Xue Chenghua —Escuché que es el jefe de una compañía de comunicación de teléfonos móviles. Su nombre es Shen Hanyu.
Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento, y Sang Qianqian, que estaba a punto de salir, se detuvo.
