—¿Por qué decidiste entrar de repente? —preguntó. Sus expresiones habían vuelto a estar calmadas. Siempre es tan difícil leerlo.
—Solo porque. —Bajé mi toalla mostrando un poco más de mi escote—. Fuiste tú el que dijo que debería deshacerme de toda mi timidez. —Lo miré y me quedé congelada. Me estaba mirando a los ojos tan intensamente que olvidé respirar. No era solo curiosidad lo que tenía en los ojos. Había algo más, algo... peligroso.
—Estoy empezando a preguntarme si haces esto a propósito. —Acerca su rostro más al mío.
—¿A propósito? —Incliné mi cabeza—. Claro que lo hago a propósito. Fuiste tú quien me lo pidió.
—No recuerdo haberte pedido que me sedujeras. —Su rostro estaba a unos centímetros de distancia.
—¿Seducir? ¿Te estoy seduciendo? ¿Qué te hace pensar eso? —Actué inocente mientras su mano alcanzaba mi mejilla.