Me encontraba en la pequeña colina del campo abierto en las afueras de la ciudad.
No importa cuánto tiempo pase, no puedo encontrar ninguna forma de escapar o de vencer a Arius.
Lo miré, acercándose a mí con una pistola en sus manos.
—¿Listo? —se acercó y se paró frente a mí. Asentí, —Bien. —me entregó la pistola y me giró para enfrentar la diana a unos 15 metros de distancia.
—¿Por qué me enseñas personalmente? César o Ben habrían estado bien. —levanté mi pistola y la apunté hacia la diana.
—¡Ay! Porque eres malo en esto. —chasqueó la lengua—. Tu postura también está toda mal.
—¿Qué tiene que ver la postura con esto?
—Todo. —se acercó y se paró justo detrás de mí, colocó su mano sobre mi estómago y lo empujó para que me inclinara un poco más. Luego deslizó sus manos hasta mis brazos, recorriéndolos hasta mis manos para cambiar un poco su posición—. Abre un poco más las piernas. —puso su cara sobre mi hombro.
Un ligero aroma a almendras y miel emanaba de él.