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Ansioso, nervioso, confundido y asustado, paseaba de un lado a otro en el pasillo sin saber qué hacer. No podía pensar con claridad y mi corazón latía fuertemente en mi pecho.
Sentía la garganta seca mientras yo mismo estaba empapado, su sangre aún sobre mí.
Una y otra vez miraba el cartel rojo de emergencia y la puerta cerrada de emergencia. Cada segundo se sentía como una hora.
De repente, la puerta se abrió y una enfermera vino corriendo hacia mí.
—¿Puedes conseguir sangre para ella? —preguntó.
—¿Sangre?
—Ella es O- y no nos quedan bolsas de sangre O-, si puedes, date prisa. Está en estado crítico.
Luego pasó corriendo por mi lado hacia el mostrador para preguntar si se podía conseguir más sangre.
¿Quién? ¿Conozco a alguien con sangre O-? ¿A quién pregunto? Mordí mi labio inferior en frustración.
Primero llamaré a mi secretaria y le pediré que informe a toda la empresa y más allá.
Alguien, —tragó intentando lubricar su garganta seca—, alguien se presentará.