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Observaba el rostro dormido de Azalea mientras yacía a su lado en la cama.
Suavemente y con cuidado coloqué los mechones de su cabello que caían sobre su cara detrás de su oreja, asegurándome de no despertarla.
Se había quedado dormida justo después del acto.
No pude evitar sonreír cuando pensé en la noche anterior.
Esas expresiones, esos sonidos, esos gemidos de placer estaban reproduciéndose en mi mente nuevamente y me estaba perturbando.
Sacudí la cabeza.
Más tarde. Asentí para mí mismo. Tengo mucho tiempo. Volví a mirar a Azalea y sonreí.
Tomé mi teléfono del cajón lateral y le tomé una foto.
Luego miré por la ventana. Ya era el amanecer y tenía una persona muy importante con la que lidiar.
Salí de la cama y fui al baño para prepararme.
***
El cielo se volvía cada vez más claro. A medida que los tonos de azul reemplazaban las sombras llegué al tejado de la mansión en busca de César.
Suspiré cuando tampoco lo encontré allí.