—De todos modos... —Nicolás carraspeó— no soy un hombre ingrato. A pesar de que aún te odio por haberte llevado a la mujer que amo, te agradezco por todo lo que hiciste por Sophie... y por Luciel y Jan.
—Nicolás miró a Leland a los ojos y habló con sinceridad—. Has protegido a las personas que amo. Los aceptaste, cuidaste de ellos y hasta criaste a mis hijos como si fueran los tuyos. Estoy eternamente en deuda contigo y espero que algún día pueda devolverte el favor.
El corazón de Leland se conmovió. No sentía que lo que había hecho fuera algo especial. Había criado a Luciel y Jan. ¿Y qué? Eran niños increíbles y los quería. Excepto por el hecho de que su sangre no corría por sus venas, eran tanto suyos como la pequeña Anne y el pequeño Jack.
Sin embargo, como antes, Leland no dijo nada. Su enfoque estaba ahora en su copa de vino mientras continuaba bebiendo su vino despreocupadamente.