—¿Estás segura? —preguntó Leland a Sophie para confirmar. Ella asintió.
—No ensucies tu mano con su sangre —dijo Sophie suavemente. Se sentía incómoda al recordar a Karenina y sus palabras venenosas. Solo quería desahogarse de que había tenido un mal día, pero no deseaba detenerse en el recuerdo de lo que había sucedido antes.
Sophie apretó su abrazo alrededor de la espalda de Leland. Era tan ancha, que realmente no podía rodearla con sus brazos. Lentamente, su terrible humor mejoró.
Se quedaron en esa posición, sin decir nada, simplemente disfrutando del silencio plácido durante media hora, hasta que Sophie sintió hambre.
—Quiero comer algo —dijo ella.
—Comamos —asintió Leland. La ayudó a bajar de su regazo y tomó su mano para ir al comedor. Caminaron de la mano y actuaron como si todo estuviera bien.
Era como si Nicolás no hubiera venido a la mansión esa mañana pidiendo hablar con Sophie y sus hijos, y tampoco había Karenina causando un alboroto.
