Lana volvió a oír la voz gritona de aquel hombre, amenazando a su madre biológica.
—¡Perra, ven aquí! ¡He dicho que me des más dinero! —El recuerdo de esa voz hizo temblar a Lana. De nuevo, vio a esa niña pequeña, temblando igual que ella, sentada en el armario y observando a través de una pequeña abertura. Fue testigo de cómo aquel hombre monstruoso golpeaba a su madre de un lado a otro, de manera salvaje, sin importarle donde caía y cómo se lastimaba.
—¡Corre! —Lana, que estaba sentada en el suelo del ascensor, gritó a su madre, queriendo que huyera y salvara su vida... pero ella se quedó allí como una idiota. Sin defenderse… Entregándole todo lo que tenía a ese hombre, a quien amaba incondicionalmente.
—¿Por qué no huyes? Te matará… ¡corre, corre... corre! —Los sollozos de Lana comenzaron a convertirse en lamentos y seguía repitiendo sus palabras.
Y de repente, vio cómo el cuerpo de su madre se desplomaba en el suelo y la sangre brotaba de su cabeza.