Lina tocó sus labios, sintiendo cómo el calor crecía en sus mejillas. En esta vida, era su primer beso. Su boca se sentía tan suave como en su primera vida, sus gestos no habían cambiado y su técnica seguía siendo la misma. ¿Eso significaba que no había besado a otras mujeres?
Lina intentó ignorar esa pregunta tonta. ¿Quién esperaría que un hombre permaneciera célibe como un monje durante mil años?
—¿Fue ese tu primer beso? —preguntó Kaden, deslizando sus dedos por su suave cabello, disfrutando de cómo caía en capas. La atrajo hacia él, acunando su cabeza contra su pecho.
Lina esperaba su arrogancia, pero recibió su adoración. Su corazón latía aún más rápido. Asintió con la cabeza, reacia, y no dijo nada.
—¿En serio? —Kaden insistió, retrocediendo para mirarla.
Una extraña emoción surgió desde dentro del pecho de Kaden. Ella estaba roja como un tomate, con sus dedos tímidos sobre la boca mientras sus ojos aún brillaban por la falta de aire.