—Entrégamela.
El empleado se detuvo ante la voz fría y serena. Giró lentamente, exhibiendo una sonrisa aún más amigable, y negó con la cabeza.
—Lamentablemente no, señor, tenemos una política de acompañar a los huéspedes ebrios hacia abajo para que se refresquen —dijo el empleado—. Es política de la compañía.
—Ella está conmigo.
El empleado abrió su boca, pero se paralizó. Sintió su corazón encogerse hasta convertirse en polvo, un sudor frío brotó en su frente y su cuerpo se volvió rígido. Por encima de él se alzaba uno de los hombres más aterradores que jamás había visto. ¡Y pensar que su jefe de la mafia era terrorífico, esta persona estaba a un nivel completamente diferente!
—E-en seguida —dijo el empleado de mala gana. En el rincón de su ojo, vio que su grupo de colegas se movía hacia ellos dos. Con su mirada, imploró que permanecieran en su lugar. No sabían con quién estaban tratando.
—Jefe.