Esa noche, Lina tuvo un sueño extraño. Cerró los ojos en la cama y soñó con un hombre que le susurraba dulces palabras. Su abrazo era cálido, su cuerpo tan firme como una montaña, y el mundo desaparecía a su alrededor.
—Cásate conmigo, Lina, y que el mundo entero se condene —murmuró él en el sueño.
En sus brazos, Lina escuchó cada promesa con claridad. Podía oír el susurro del viento, el suave aguacero que nunca llegaba pero provenía de sus ojos, y el destello del templo detrás de ella. Un templo dedicado a la olvidada y favorecida Princesa de Teran.
Lina nunca había presenciado un hombre tan asombroso y glorioso como él, él, que cargaba el mundo. En sus brazos, vio sus emociones tiernas que podrían derretir la nieve y detener el Invierno. Su caricia en su piel la quemaba.
En sus sueños, Lina vio un matrimonio, coloreado de rojo y deslumbrante. La gente vestía atuendos no de la era moderna, y ella los reconoció vagamente como del pasado.