Lina estaba sin palabras. Jamás había escuchado algo tan devastador en toda su vida. Se comportaba con el orgullo del hombre más importante de todo el país. Pero sus ojos hablaban volúmenes que su boca no decía. En ellos había un hombre destrozado, cuyo dolor rivalizaba con ser quemado vivo en la propia casa de uno.
Recuerdos de rostros borrosos inundaron su visión.
—Paloma...
Una caricia suave en su rostro, tiernos besos en sus labios, una mano fuerte sosteniéndola cerca y un brazo como hierro alrededor de su cintura. Vio visiones de lágrimas en la oscuridad y una mano amiga alejando el dolor. Escuchó sus propios gemidos callados mientras dos grandes manos sujetaban sus caderas con fuerza, un bajo gruñido llenaba el aire.
—Paloma mía...