Después de múltiples azotes sobre su estómago, con su garganta gritando tan fuerte que estaba ronca, se dio cuenta de que no debería haber dicho eso. Su trasero estaba ahora rojo, con la gran impresión de su mano. Él alivió y masajeó el lugar adolorido, mientras ella yacía boca abajo en su escritorio, retorciéndose, temblando. Ella había perdido la cuenta de cuántas veces él acabó dentro de ella. Estaba débil e incapaz de mover una extremidad.
Ahora él estaba en su oficina, llamando por teléfono a Sebastián para que trajera un nuevo conjunto de ropa para mujer.
—Dime eso otra vez, paloma —Kaden sonrió después de colgar el teléfono.
Lina no pudo. Estaba apoyada en el escritorio, mientras él permanecía sentado y vestido. Él brillaba con salud y resistencia, mientras tanto, toda su energía había sido drenada de ella y su semilla goteaba por su muslo.
—¡Ah! —Lina gritó cuando él introdujo dos dedos dentro de ella.