Sebastián caminaba de un lado para otro. Se mordisqueaba las uñas, observando ansiosamente la entrada a la finca del Séptimo Príncipe. Se encontraba bajo el consuelo de los techos en el pasillo, resguardado de la tormenta, pero eso no disipaba sus preocupaciones. El pasillo tenía un concepto abierto, con delgados pilares de madera sosteniendo los techos. Continuamente miraba hacia adelante.
—Hermano, vas a hacer un agujero en el suelo de tanto andar —se quejó su hermana menor.
—Cállate, Isabelle —gruñó Sebastián.
Sebastián apenas podía ver frente a él. La lluvia se había intensificado significativamente. No había manera de que alguien saliera con vida. Nadie, excepto el Séptimo Príncipe. Él era resistente, su cuerpo más fuerte que cualquier hombre que Sebastián conociera.
—¡Eso es! —exclamó Sebastián de repente—. Voy a enviar grupos de búsqueda.