—¿Por qué tenía que venir aquí en este momento? —sus ojos ardían como llamas azules en los suyos—. Libéralo enseguida —dijo ella.
Y así lo hizo. El hombre casi se cae, pero se quedó escondido detrás del mostrador.
Rayven estaba en shock.
—¿Acaba de obedecer sus órdenes?
Pretendiendo como si no hubiese hecho tal cosa, se ajustó mientras Angélica ayudaba al vendedor a levantarse.
—¿Está usted bien, señor?
—Sí. Gracias, mi señora.
Girándose hacia él, ella le lanzó una mirada severa. Rayven la ignoró y recogió sus libros antes de pasar por delante de su doncella, que parecía haber visto un fantasma. Cuando estaba fuera de la tienda, se dirigió a su caballo que estaba atado a un árbol cercano.
—Señor Rayven —casi gimió. ¿Por qué le seguía? Siguió fingiendo como si ella no existiera y comenzó a empacar sus libros en la bolsa que colgaba de la silla de montar.