—¡Su Majestad! —Conan irrumpió en la oficina del emperador con gran ánimo, haciendo que Abel, que estaba sentado en el sillón con una pierna cruzada sobre la otra, parpadeara sin entender. En el largo sofá a la izquierda del emperador estaba Isaías, con la vista puesta en Conan, que avanzaba pisando fuerte hacia el interior. Ambos hombres solo pudieron observar a Conan hasta que se detuvo cerca de ellos, con las manos en la cintura.
—Vaya, Conan. Hacía mucho que no te veía tan enfadado —Abel señaló con su habitual voz peculiar—. Me interesa. ¿Le hiciste bullying, Duque? —Le lanzó una mirada a Isaías, y este último frunció el ceño. La expresión de Isaías fue suficiente para que Abel supiera que esta vez era inocente. Entonces, se frotó la barbilla, devolviendo la mirada a Conan.