El carruaje en el que viajaban Aries, Abel y Sunny se detuvo en la capital cuando un grupo lo interceptó. Climaco frunció el ceño, observando cómo un hombre de mediana edad con un elegante traje de mayordomo se le acercaba. Estudió el cabello blanquecino del mayordomo peinado prolijamente al medio, sus agudos y delgados ojos detrás de las pince-nez, y el bigote y barba blancos del mayordomo.
—Qué elegancia para ser un mayordomo —pensó Climaco—, adquiriendo esta conciencia de lo harapiento y sucio que estaba en comparación con el mayordomo.
—Buen día, Señor Caballero. Soy yo, Gustavo, el mayordomo jefe en la mansión del marqués Vandran —Gustavo levantó su brazo sobre su abdomen, inclinando su cabeza ligeramente hacia abajo—. Me dijeron que esperara por usted y mi dama para asistirles en su camino hacia la residencia.
—Eh... —Climaco se aclaró la garganta, echando un vistazo hacia el carruaje—. Me reuniré con Su Majestad —Gustavo lucía una sonrisa educada.