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—... porque no tendría gracia si no lo hiciera.
Clang.
El puñal se deslizó lentamente de la mano de Joaquín, las pupilas se dilataron por el temor, los pulmones se contrajeron. Sus ojos estaban fijos en su mano que había sostenido el puñal previamente, observando cómo cortes limpios aparecían alrededor de cada dedo hasta que sus huesos asomaron a través de la carne.
—¡Ahh!!! El grito de Joaquín estalló, agarrando su muñeca para detener la hemorragia. Se retorcía y giraba en el suelo, retorciéndose de dolor. Los cortes en su mano eran profundos, pero no lo suficiente para cortarlos y permitir que su cuerpo se curase.
Abel arqueó una ceja y revoloteó sus pestañas indiferentemente hacia él. Sus labios se dibujaban en una línea delgada, observando a Joaquín hasta que este último comenzaba a jadear.
—Sus gritos eran más fuertes que eso... pero nadie los escuchó —susurró, con los ojos brillando y la expresión fría.