—Entonces, te amo... solo por esta noche.
Aries cerró los ojos para recibir sus tiernos labios. Como siempre, eran dulces como el primer atisbo del nuevo día pero tan amargos como la última sonrisa del atardecer. Él no profundizó el beso. Su beso era superficial, mordiéndole los labios de vez en cuando. Sin embargo, su emoción cada vez que sus labios rozaban los de ella hablaba de un volumen de pasión, millones de sentimientos tácitos y descuidados.
Sus cuerpos no eran extraños entre sí. Se habían besado más veces de las que ella podía contar, pero esta noche él se sentía desconocido. O tal vez no era Abel, sino Aries.
Tal vez porque estaba prestando atención, finalmente notó la familiaridad que extrañamente le parecía nueva. Hoy, besó a Inez — no fue la primera persona que reclamó sus labios. Hubo muchos antes de Inez o antes de Abel. Y ella sabía que esas personas... siempre tenían un plan.
Pero Abel... este hombre no tenía ninguno. Solo besándola.