Así como aquel invierno gélido, el frío se infiltró profundamente en sus huesos mientras cada ráfaga de brisa ligera la hacía temblar. Aries no se detenía, igual que aquella noche. Forzaba sus pies a seguir avanzando. A pesar de su visión borrosa y cabeza palpitante, avanzó por el sendero esperando regresar a donde había venido o al menos a un lugar cercano donde la gente pudiera verla.
—No puedo morir aquí —susurró internamente, dejando ese sabor amargo en su boca.
Aries solía decirse esas mismas palabras en el pasado. Repetía esas palabras una y otra vez hasta que eso era todo en lo que podía pensar. No podía morir — no en este lugar.
—No puedes morir aquí —salió otro repetido susurro bajo su aliento—. No puedes