—¡Su Alteza!
Gertrudis se animó en el momento en que Aries entró en la sala de estar donde Curtis disfrutaba del jardín con varios bocadillos. La preocupación resurgió instantáneamente en sus ojos mientras daba la bienvenida apresuradamente a Aries, quien se secaba las lágrimas.
—Su Alteza, ¿está bien? —preguntó Gertrudis a Aries mientras le ofrecía un pañuelo. Aries no respondió mientras aceptaba el pañuelo para secarse las lágrimas.
—Hah... —Aries sollozó mientras se secaba el rabillo del ojo—. Hah... jaja... ¡jajaja!
Alarmada, Gertrude retrocedió por instinto, sus ojos temblaban al observar a Aries. Los sollozos de esta última se transformaron en oleadas de risa. Se hizo más fuerte y siniestra, resonando por todo el cuarto de estar hasta que Curtis, que miraba el jardín, también giró su cabeza en dirección de Aries.
—Oh, cielos... —Aries jadeó, tratando de reprimir su risa, pero sin éxito. Se secaba el rabillo de los ojos aclarando su garganta entre risitas.