Tardaron unos minutos antes de que Joaquín finalmente notara la presencia de Román. En el momento en que giró la cabeza y captó la sorpresa plasmada en el rostro del séptimo príncipe, Joaquín le lanzó el sello. Román lo atrapó por instinto, aunque su cerebro intentaba procesar cómo Joaquín había conseguido ese sello.
—¿Qué opinas, Román? —preguntó, retirando los pies del escritorio para sentarse correctamente—. ¿Qué deberíamos hacer con esto?
Román miró el sello en su mano. —Su Alteza, ¿cómo...? —miró hacia arriba con el ceño fruncido.
—¿Importa? —Joaquín se rió mientras se recostaba—. Cómo lo conseguí o de quién lo conseguí no importa, Román.
Román permaneció en silencio mientras observaba a Joaquín tararear. El segundo estaba golpeteando sus dedos contra el reposabrazos, labios apretados, reflexionando sobre algo.